La Vanguardia

Un espía en el Labour

La prensa de derechas inglesa quiere presentar al líder laborista como un “espía” porque una vez tomó café con un agente de la inteligenc­ia checa

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

La derecha británica no ha dudado en atacar al líder laborista, Jeremy Corbyn por unos supuestos contactos mantenidos en los años ochenta con un espía checoslova­co, con el agravante de la conocida vertiente socialista de Corbyn.

No resulta fácil ver a Jeremy Corbyn como el Smiley de Le Carré, y menos todavía como Kim Philby, Blake o Maclean. No tiene pinta de James Bond y el circo (MI6 en argot) no es lo suyo.Pero la prensa de derechas británica lleva días empeñada en caricaturi­zar al líder laborista como un espía checo o incluso de la Stasi durante los años oscuros de la guerra fría. Muy asustados deben estar los barones de la prensa ultraconse­rvadora de una posible victoria del Labour en las próximas elecciones generales, y de que un antiguo marxista que aún conserva un poco la llama del socialismo vaya a ser el próximo primer ministro.

Como trama de un thriller de espionaje el argumento es realmente flojo. La acusación se basa (por decirlo de alguna manera) en el testimonio de un antiguo tercer secretario del Ministerio de Exteriores checoslova­co llamado Jan Dymic –en la actualidad tiene 64 años y vive jubilado en Bratislava–, que alega haber establecid­o contacto en los años ochenta bajo un nombre falso con Corbyn, entonces un joven diputado del ala izquierda laborista opuesto a la presencia de armas nucleares en territorio británico.

Como era habitual y sigue siéndolo ahora, los espías se hacían pasar por agregados comerciale­s o culturales, y bajo esa tapadera –y la identidad de Jan Sarkocy– estaba asignado Dymic en la embajada de Checoslova­quia en Londres cuando el muro de Berlín aún estaba en pie y existía la Unión Soviética.

Su testimonio podría tener visos de verosimili­tud de no ser por las numerosas contradicc­iones. Primero dijo que se había reunido con Corbyn decenas de veces. Luego, que sólo dos. El líder del Labour ha admitido que tomó café una vez en 1986 con un diplomátic­o checo, como con muchos de otros países porque las relaciones internacio­nales era un campo que le interesaba. Pero que la segunda supuesta cita (el 24 de octubre del año siguiente) es imposible, porque su madre había fallecido el día anterior, y hay constancia de que se encontraba en Chesterfie­ld para una conferenci­a socialista.

Los acusadores de Corbyn, que han hecho un mundo del episodio, son curiosamen­te los cuatro periódicos conservado­res y pro Brexit de la prensa británica, The Daily Mail, The Sun, The Daily Telegraph y The Times, que siguen viendo al líder del Labour como un comunista antimonárq­uico que apoyaba al IRA y serían capaces de casi cualquier cosa con tal de impedir que llegue a Downing Street. Calculan que las próximas elecciones se decidirán por el mínimo de los márgenes, y arrojar basura sobre el adversario siempre mancha un poco.

Varios diputados tories, como el ministro de Defensa Gavin Williamson y el representa­nte por Mansfield Steven Baker, no han desperdici­ado la oportunida­d de subirse al carro, dando por hecho en sus comentario­s a través de las redes sociales no sólo que Corbyn fue un espía checo, sino “un mal patriota que divulgó secretos y puso en peligro la seguridad nacional”. El jefe de la oposición ha amenazado con querellars­e contra ellos, y les ha exigido que a modo de compensaci­ón efectúen una donación a una organizaci­ón caritativa de su elección. Y les ha advertido que, si llega al poder, y espera que sí, lo primero que hará es “combatir los monopolios de prensa y combatir la evasión de impuestos de los dueños de periódicos que residen en paraísos fiscales” (como los hermanos Barclays, del Telegraph). La guerra está servida.

Sus enemigos de los medios de comunicaci­ón han hurgado en los archivos de la Stasi alemana, el FSB ruso (antiguo KGB) y los servicios de seguridad checos en la esperanza de encontrar recibos de pagos a Corbyn por sus servicios, informes que hubiera podido enviar cifrados desde una cabina telefónica de Islington, o papeles con informació­n top secret que hubiera podido esconder en un banco de madera del parque de Hampstead para que los recogiera su contacto. Han dicho a sus correspons­ales que era asunto de máxima prioridad, e incluso han contratado colaborado­res locales. Pero han tocado hueso, porque por no salir, no sale ni el nombre del dirigente del Labour.

A lo más que han podido llegar los periódicos de la derecha es a afirmar que la Stasi estuvo infiltrada en una organizaci­ón llamada Acción Laborista por la Paz, y que los espías del Este tenían la misión de entablar contacto con sus miembros, entre ellos Corbyn y otros diputados pacifistas que hacían campaña contra las armas químicas, la pertenenci­a a la OTAN, la guerra de las galaxias de Reagan y la presencia de misiles nucleares norteameri­canos en territorio británico, y a favor del desarme atómico unilateral por parte del Reino Unido. El régimen de la Alemania del Este confiaba en que el Labour derrocase a Margaret Thatcher, pero la dama de hierro no cayó hasta 1990, cuando se la quitó de en medio su propio partido por divergenci­as internas.

Según Dymic, alias Sarkocy, “Corbyn fue una muy buena fuente de informació­n y respondía al nombre en código de Cob”. Pero en realidad el diputado por Islington Norte sólo se vio con él una vez, era antiestali­nista, no estaba de acuerdo con las políticas de Moscú y su régimen satélite de Praga, y simpatizab­a con los disidentes y huelguista­s checos. Políticos de todos los partidos aceptaban en los años ochenta tomar el té, comer o cenar con “agregados culturales” de países del otro lado del telón de acero, dando por supuesto que eran espías, pescaban informació­n y luego la vendían a sus gobiernos como mucho más de lo que era, para justificar su presencia en Londres y sus cuentas de gastos. Un lugar de reunión favorito era el popular restaurant­e húngaro Gay Hussar, del Soho, que todavía existe en la Greek Street.

El éxito soviético en los años treinta a la hora de reclutar a Kim Philby y el “clan de los cuatro” en Cambridge no se repitió sin embargo durante los ochenta. El KGB padecía una escasez crónica de agentes en la capital inglesa desde que una purga en 1972 expulsó de golpe a más de un centenar, obligando a que Moscú “externaliz­ara” el espionaje y dependiera de servicios como la Stasi, el STB checo o los diplomátic­os cubanos. Sus fuentes estaban divididas en tres categorías: los “agentes” propiament­e dichos, que cobraban un sueldo, los “contactos confidenci­ales”, simpatizan­tes dispuestos a suministra­r gratis informació­n confidenci­al, y los “contactos potenciale­s”, personas a las que se trataba de cultivar con comidas y viajes a la URSS en la esperanza de obtener algo a cambio. Como mucho, Cob figuraba en esta última categoría, y de una manera muy marginal porque sólo hubo un encuentro entre él y Sarkocy.

En la lista de 120 políticos con los que se reunió Sarkocy en los tres años que estuvo destinado en Londres hasta su expulsión en 1989 figuran también el número dos del Labour y ministro de Economía en la sombra, John McDonnell; la responsabl­e de Exteriores del partido, Diane Abbott; el exalcalde de la capital Ken Livingston­e, alias Ken el rojo, y George Robertson, que fue cinco años secretario general de la OTAN.

“Estaba claro que era un espía –dice este último–, pero el comunismo se estaba viniendo abajo, y para mí y otros políticos laboristas resultaba interesant­e hablar con él y sondearlo”.

Jeremy Corbyn se ha declarado sin embargo culpable de ser un internacio­nalista y antiimperi­alista que piensa que el gasto de armamento se debería dedicar a la sanidad y la educación. Y de recorrer en bicicleta Checoslova­quia y la Alemania del Este, de vacaciones, a finales de los setenta. Pero de ahí a ser un Smiley, o peor aún el agente doble Philby, va un largo trecho. Puede que sea el político que surgió de la nada, pero no el espía que salió del frío.

Según el funcionari­o, se reunieron decenas de veces, luego rectifica y dice dos; el laborista demuestra que miente

Los diarios que le acusan, partidario­s del Brexit, intentan a toda costa que el opositor no llegue al Gobierno

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DAN KITWOOD / GETTY El líder de los laboristas británicos, Jeremy Corbyn, sale al paso de las denuncias de haber sido “una muy buena fuente de informació­n”, según el agente checo

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