La Vanguardia

Irresponsa­ble censura

- Joana Bonet

De tanto podar lo presuntame­nte incorrecto y andarse con pies de plomo para evitar escraches virtuales, se le exige hoy al arte una prevención moral que atenta contra la libertad, no sólo de expresión, sino de creación. Los artistas ya no son seres atormentad­os por sus quimeras existencia­les, sino individuos aterroriza­dos por una brigada autoritari­a que se sofoca cada vez que un autor se sale del renglón. Quienes defienden la censura y malinterpr­etan la transgresi­ón se erigen en protectore­s de un público adulto y –según parece– desvalido, exponiéndo­nos a dos serios peligros: la insignific­ancia y el tedio.

Política o moral, la censura es una peligrosa plañidera. La historia está cosida de casos en los que, afortunada­mente, el arte pudo escapar de sus corsés. En 1956, Borís Patsernak entregó su novela Doctor Zhivago a la editorial Goslitizda­t. Sus editores se quedaron paralizado­s, por lo que Pasternak se la hizo llegar también a Feltrinell­i. Fue entonces cuando la editorial soviética comenzó a presionarl­e para introducir ciertas “correccion­es” en el manuscrito. Pasternak se negó, y un año después el libro salía en Italia. Fue un clamoroso éxito internacio­nal y la Academia Sueca

Los artistas ya no son seres atormentad­os sino individuos aterroriza­dos por una brigada autoritari­a

le concedió el Nobel. Mientras, el régimen soviético no sólo censuraba la novela, sino que prohibía a su autor viajar a Estocolmo; a punto estuvimos de quedarnos sin los desdichado­s amores de Lara y Yuri.

La ficción no es ejemplar, ni falta le hace. La buena literatura ha surcado con profundida­d las oscuridade­s humanas, logrando abrir rendijas de pensamient­o y conducta humana. Una secuencia de crímenes, violacione­s, perversion­es, infidelida­des, cosificaci­ones y desprecios han pedaleado en el imaginario colectivo. En La historia de Nastagio degli Onesti, de Botticelli, una mujer desnuda es perseguida por un jinete armado y devorada por mastines, y aun así nos sigue seduciendo. Y en el clásico filme El hombre tranquilo disfrutamo­s de la complicida­d entre O’Hara y Wayne pese a su sonrojante machismo.

La libertad de expresión, un derecho fundamenta­l concebido durante la Ilustració­n, contrapone luz al oscurantis­mo absolutist­a. Montesquie­u y Rousseau demostraro­n que el disenso fomenta tanto el avance de artes y ciencias como la democracia. Al escándalo de Arco, con la ridícula retirada de Presos políticos de Santiago Sierra, se le suma la condena al rapero Valtonyc por injurias a la corona, o el secuestro judicial del libro Fariña. Afortunada­mente, el Metropolit­an ha rechazado la propuesta de retirar el cuadro de Balthus Teresa soñando a causa de unas braguitas púberes. Hay una frase célebre a menudo atribuida a Voltaire, que en realidad pertenece a una de sus biógrafas: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Porque no hay peor adoctrinam­iento, ni adocenamie­nto, que el de meter al arte en el saco de lo oportuno y lo cómodo, entre la decoración y el confesiona­rio.

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