Objeto redundante no identificado
Cada día se produce una necrosis en algún tejido del organismo democrático, empezando por la perversión del lenguaje
Cuando empezaba a escribir columnas sobre juego verbal descubrí los epónimos: nombres propios que hacen un Colau, es decir, devienen comunes, ya sea tal cual (ser un quijote) o morfológicamente modificados, como los ya clásicos adjetivos kafkiano, dantesco y maquiavélico. Imaginémonos una frase pop a lo Bowie: “La silueta estentórea del rocambolesco músico tocando el saxo con leotardos fucsia”. Pues oculta seis epónimos, cuatro personajes históricos –el ministro de Finanzas francés Étienne de Silhouette (1709-1767), el lutier Adolphe Sax (1814-1894), el trapecista Jules Léotard (1842-1870) y el químico Leonhart Fuchs (1501-1566)– y dos personajes de ficción –Stentor, el pregonero de La Ilíada ,y Rocambole, protagonista de aventuras increíbles en las novelas de Pierre Alexis Ponson du Terrail–. Pronto busqué a un tal Matías Galí. El DRAE deriva galimatías del enrevesado inicio del Evangelio “katà Matthaîon” (según Mateo), pero en catalán el Diccionari etimològic compacto de Bruguera da otras hipótesis más pintorescas sobre galimaties, que documenta por primera vez en la obra de Montaigne: a) del personaje evangélico Joseph ab Arimathia y b) alteración vulgar del latín grammatica. El azaroso orden alfabético me deparó un epónimo catalán inesperado. Las dos palabras siguientes –galindaina (adorno de poco valor, bagatela) y galindó (juanete)– provienen del nombre de persona Galindo, “típico de los antiguos aragoneses y gente de montaña del Pirineo”, a) por considerar que sobre todo ellos usaban esas bagatelas, y b) entre quienes debía ser frecuente tener juanetes.
He tenido que esperar décadas para hallar un epónimo local que supere a Galindo, homónimo del infausto comandante Galindo de Intxaurrondo, condenado a 75 años de cárcel por terrorismo de Estado en el año 2000 y excarcelado desde el 2004 por “problemas de salud y mentales”. También lo hallo entre tricornios. En la página 104 de un informe de la Guardia Civil, leemos “comentaron algo sobre un tal ‘Orni’ y que Marta (Rovira) no lo sabía”. La confusión deriva de la incomprensión de fer l’orni (desentenderse) y creer que el tal Orni es alguien, tal vez un nombre en clave. Se han hecho muchas bromas, pero los etimologistas tampoco se ponen de acuerdo sobre su origen. Coromines le dedica más de media página y aventura dos hipótesis: del griego órnion (pajarito), atribuyéndolo al argot estudiantil, y de borni (tuerto) en el sentido de “no querer ver”, análogo a “hacerse el sordo”. Las actuaciones policiales del 1-O que Pérez de los Cobos se niega a llamar cargas hicieron perder un ojo al ciudadano Roger Español. Desde entonces, cada día se produce una necrosis en algún tejido del organismo democrático, empezando por la perversión del lenguaje. Quien no lo quiera ver será, justamente, el tal Orni que negará la realidad hasta tres veces, cual tricornio.