El engaño
El 84,5% de los catalanes afirman que los políticos hablan mucho y hacen poco, según el último sondeo del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) de la Generalitat. Quizás por eso, los catalanes tengan una confianza mínima (5 sobre diez) en los políticos de Catalunya o que el 77% desconfíen de los políticos de España. Seguramente me dirán, con razón, que estos datos no descubren la sopa de ajo. Como tampoco desvelaríamos nada nuevo si el CEO preguntara sobre la confianza que se tienen los políticos entre ellos. ¿Adivinan la respuesta? Por si hay algún despistado, ya les digo que no se fían ni de su propia sombra. Son desconfiados porque se conocen y saben cómo actúan. En este sentido, fue muy reveladora la confesión que hizo el expresidente de la Generalitat Artur Mas la semana pasada en el programa de Jordi Basté en RAC1: “Muchas veces, en el mundo de la política, un argumento se exagera o se infla para intentar quedar lo mejor posible ante la opinión pública. ¿Es esto un engaño? Puede ser un engaño”. Y advirtió que si a un político le da un ataque de sinceridad y dice lo que piensa, los demás le señalan como un traidor y lo ponen a los pies de los caballos. Mas dijo todo esto en relación con el proceso soberanista en Catalunya pero es aplicable a cualquier otro asunto.
Los siempre atentos guionistas del programa Polònia de TV3 cazaron al vuelo estas relevantes declaraciones y montaron un desternillante gag en el que un camarero muestra un “simbólico” cruasán de chocolate a los dobles de Artur Mas, Marta Rovira, Raül Romeva y Josep Rull que se marchan indignados del bar al ver que les han engañado porque el mencionado cruasán no existe.
¿Qué haremos a partir de ahora cuando escuchemos a un político? ¿Cómo sabremos comprobar si nos está exagerando, si nos infla deliberadamente un argumento o directamente nos engaña? El descrédito de la política es enorme. No nos podemos fiar de ellos y hacen bien en desconfiar entre sí. Esta lección la tiene bien aprendida la alcaldesa de l’Hospitalet de Llobregat, Núria Marín, y así se lo hizo saber educadamente al ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, cuando visitó la ciudad la semana pasada para anunciar que, esta vez sí, invertirá los 600 millones para soterrar las vías de tren. Como Marín lleva oyendo esta promesa desde hace dos décadas y conoce bien el funcionamiento de la política del engaño, pidió al ministro que firme un convenio donde se plasme el compromiso. De esta manera, si de la Serna no cumple, los tribunales podrán obligar al Gobierno a pagar como hicieron con la Generalitat respecto de su promesa incumplida de cofinanciar las guarderías. Es una lástima que el presidente Rajoy no firmara ningún documento cuando hace un año vino para anunciar una inversión de 4.200 millones en Catalunya antes del año 2020 para “sellar las grietas” del procés. En sólo dos años veremos si exageraba, inflaba el discurso o nos engañaba, según la tesis de Artur Mas.
Lo triste es que los ciudadanos asistimos perplejos desde la platea de este gran teatro político sin tan siquiera tener la posibilidad de reclamar que nos devuelvan el dinero de la entrada. Una pena o un timo, según se mire.
La mayoría de los catalanes cree que los políticos hablan mucho, hacen poco y no son de fiar