Maria Aurèlia
Mujerona de combate, escritora de raza, Maria Aurèlia Capmany era todo un carácter. En ella convivían, en plausible armonía, la cordura y el arrebato, la feminidad y la virilidad, la idea y el sentimiento, la pasión y la reflexión, las palabras del corazón y de la mente. Leía mucho, hablaba mucho, escribía mucho. Siempre hizo bastante teatro (divertidísima haciendo de Secundina, la mujer del cornudo remendón, dirigida por Ricard Salvat en Ronda de mort a Sinera).
Generacionalmente posnovecentista, como su admiradísimo Espriu o su denostado Pla, la Capmany venía del modernismo paganizante de su abuelo Farnés y de su padre Aureli, ambos tocados por el espíritu del folclore (el anglicismo que en aquel tiempo era todavía palabra de prestigio). O por el espíritu de la menestralía que se ilustraba en los ateneos y se elevaba en los coros de Clavé.
Criada en un entresuelo de la Rambla, sobre la cestería familiar, Maria Aurèlia era mujer ventanera (como ella misma gustaba de llamarse), volcada en la vida de calle. Cuando accedió al ayuntamiento de Barcelona, con su muy querido Pasqual Maragall, hizo hacer las pertinentes reformas para instalar su área de cultura y su despacho en el Palau de la Virreina.
Era una mujer libre. Fumaba caliqueños sin manías, como la Sarita Montiel o como, en la apacible Mallorca de principios del XIX, la desinhibida George Sand. No se mordía la lengua. En toda circunstancia, Maria Aurèlia se daba el gusto de llevar la contraria y batallaba con vehemencia defendiendo sus posiciones. Temible como polemista, clavaba unos directos dialécticos que a menudo dejaban el rival fuera de combate.
Escribía muy rápido, a máquina, sin sentirse incomodada por el ruido ambiente. Era capaz de simultanear la escritura de un artículo con la atención a una llamada telefónica o con el revolver el sofrito de un arroz. Su casa estaba abierta a todos, especialmente a la gente de la farándula. El whisky entraba a cajas y las tertulias se alargaban hasta la madrugada.
Maria Aurèlia era proteica como la vida, generosa, expansiva, sin preocupaciones de futuro. Había estudiado letras y había enseñado filosofía, había hecho teatro, había hablado mucho por radio (en los inicios de Ràdio 4) y había publicado muchos artículos (en el “Ciero”). Los números no le iban. Para vivir como una reina en un gran piso de la plaza Real, se enredó con una hipoteca que (cuando enviudó de Jaume Vidal Alcover) le amargó la existencia.
Ahora, este 2018, dicen que es el año Capmany porque hace cien años que nació. Dos reediciones lo conmemoran: Cartes impertinents de dona a dona, con prólogo de Josep M. Llompart (Cossetània), y la biografía de Agustí Pons Maria Aurèlia Capmany. L’època d’una dona (Meteora), con prólogo de Isabel Graña, la directora del Espai Betúlia de Badalona. Gran Maria Aurèlia, mujer libre, escritora con talento, ciudadana comprometida.
Temible como polemista, clavaba unos directos que a menudo dejaban al rival fuera de combate