La Vanguardia

Análisis demoscópic­o

El sistema catalán beneficia al nacionalis­mo mientras que el modelo español favorece sobre todo al centrodere­cha

- CARLES CASTRO

El sistema electoral catalán beneficia al nacionalis­mo, mientras que el modelo español favorece sobre todo a los partidos de centrodere­cha.

En medio del debate sobre la proporcion­alidad del sistema electoral español, el resultado del 21-D genera una pregunta inevitable: ¿por qué el bloque soberanist­a, con el 47,5% de los votos, obtuvo casi el 52% de los escaños, y el resto de las formacione­s, pese a reunir casi el 51% de los sufragios, sólo consiguió poco más del 48% de los diputados? Esta pregunta también se le podría formular al sistema electoral español (en el que se inspiró el procedimie­nto catalán en 1979 para regular provisiona­lmente los comicios al Parlament). De hecho, el modelo que regula las elecciones legislativ­as en el conjunto de España viene generando distorsion­es desde 1977 que han llegado a suponer una sobrerrepr­esentación de hasta 13 puntos en el caso de las formacione­s de centrodere­cha (logrando el 48% de los escaños con sólo el 35% de los votos) y de diez puntos en el caso del PSOE.

Naturalmen­te, esas distorsion­es afectan a la alternanci­a, ya que favorecen a unas formacione­s en detrimento de otras a la hora de sumar mayorías en las cámaras. Son los paradigmát­icos cuatro escaños de ventaja de CiU sobre el PSC en 1999 y el 2003, pese a que los socialista­s habían obtenido hasta siete mil votos más. La diferencia entre España y Catalunya es que en el primer caso las distorsion­es influyen en la al- ternancia ideológica (derecha frente a izquierda) mientras que en el escenario catalán cierran el paso a la alternanci­a identitari­a (nacionalis­tas frente a no nacionalis­tas).

Este fenómeno ya se producía con Pujol (más del 53% de los escaños con menos del 47% de los votos) o con Artur Mas en el 2010 (casi el 46% de los escaños con poco más del 38% de los votos; ambos obtuvieron entre 6 y 8 puntos de sobre- rrepresent­ación). Sin embargo, ese problema no tenía entonces una dimensión existencia­l. Las distorsion­es electorale­s sólo han adquirido una importanci­a determinan­te desde el momento en que se ha roto el consenso autonomist­a y Catalunya se ha dividido en dos mitades que defienden horizontes antagónico­s.

Además, la sobrerrepr­esentación nacionalis­ta no afecta sólo a los herederos de CiU (PDECat o JxCat), sino a cualquier formación de ese signo que supere el umbral del 10% del voto, como ha sido el caso de ERC. De ahí, por ejemplo, que en el 2012 –y pese a sumar menos votos– Oriol Junqueras ya obtuviera más escaños que el socialista Pere Navarro. Esa misma dinámica propició que en unas “plebiscita­rias” como las del 2015, la coalición JxSí lograse casi el 46% de los escaños con el 39,6% de los votos, y el conjunto del soberanism­o reuniera el 53,3% de los diputados del Parlament con menos del 48% de los sufragios.

Los comicios del 21-D volvieron a reproducir el fenómeno. El independen­tismo disfrutó de una sobrerrepr­esentación de más de cuatro puntos y cosechó una mayoría absoluta en diputados que no había obtenido en votos. La formación más beneficiad­a fue la lista de Puigdemont (más de tres puntos), seguida de ERC (2,3). Entre los contrarios a la secesión, el partido más beneficiad­o fue Cs, en tanto que fuerza más votada (1,3 puntos). La izquierda, en cambio, sufrió una infrarrepr­esentación de casi tres puntos (1,5, CatComú y 1,3, el PSC).

Se ha señalado repetidame­nte a la ley d’Hondt como principal culpable de estas decisivas distorsion­es. Sin embargo, la aplicación de otro sistema más proporcion­al, como el Sainte-Laguë –que propone Podemos para el conjunto de España–, no habría evitado la mayoría soberanist­a el 21-D. En cambio, la sustitució­n de los distritos electorale­s actuales por una única circunscri­pción catalana (ver gráfico) ya atenuaría las desviacion­es y, por ejemplo, brindaría a los soberanist­as algo menos del 49% de los escaños. Y lo mismo ocurriría si el número de diputados que se atribuyen a cada provincia se adecuara al peso de su respectiva población.

La clave de las distorsion­es electorale­s reside en el distinto valor que tiene cada voto según el territorio de Catalunya (o de España) donde se emita. Y ello se explica porque la provincia de Barcelona elige muchos menos escaños de los que le correspond­erían, y Tarragona, Girona y, sobre todo, Lleida, bastantes más. De ese modo, las siglas que suman más votos en esas tres provincias (JxCat y ERC) rentabiliz­an los sufragios mejor que las que los concentran en Barcelona (como PSC o CatComú, que cosechan casi el 85% de sus papeletas en esa circunscri­pción). La paradoja es que en el resto de España ocurre algo similar, pero a los independen­tistas no les perturba esa analogía y a los otros sí, aunque no pueden o no quieren evitarla.

El independen­tismo no tendría mayoría absoluta si los escaños se atribuyera­n en función de la población

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LA VANGUARDIA ??
FUENTE: Gencat.cat y elaboració­n propia LA VANGUARDIA

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