La desmemoria de la alcaldesa
Tristemente, la alcaldesa Ada Colau hace tiempo que inició los cambios en el callejero de nuestra ciudad. Primero fue la plaza de Joan Carles I, rey borbón que lleva el estigma de la dinastía, culpable de todos los males que aquejan a Catalunya desde 1714. Recordemos que fue Narcís Serra, alcalde socialista, el que cambió el nombre de la plaza en 1981 en honor al Rey por su decidida actuación contra el golpe de estado del 23-F. A los Borbones les seguirán los Austrias, y, por qué no, los visigodos sin descartar a santos, papas y, finalmente, a empresarios y banqueros.
Ayer le tocó el turno a Antonio López, cuya estatua y nombre de la plaza retiraron de su emplazamiento en Barcelona. La estatua fue construida en 1884 por Vallmitjana, destruida durante la Guerra Civil y reconstruida por Frederic Marés, a la que añadió unos poemas de Verdaguer. El monumento y nombre de la plaza adopta el nombre del primer marqués de Comillas, nacido en esa villa en 1817. De familia humilde, su madre era pescadera, embarcó en Cádiz con rumbo a Cuba en 1831. Curiosamente, Antonio López tiene una calle y plaza en la ciudad gaditana cuya permanencia no corren peligro aun siendo el alcalde podemita. A los 29 años se casa con Luisa Bru, rica cubana de padre catalán, dedicándose al comercio del azúcar, tabaco y al transporte de mercancías, pero ni fue esclavista ni cometió ilegalidad alguna. Como apunta Ana Caballé en su artículo de El País del 25 de febrero del 2016 “no hay constancia de que tuviese barcos destinados al tráfico negrero”. Además, la esclavitud era legal en aquella época tanto en Cuba como en Estados Unidos. La fama de esclavista le viene por una desavenencia con su cuñado, Pancho Bru, quien escribe un libelo contra López por razones de herencia.
De regreso a Barcelona en 1853, se instaló en el Palau Moja (ahora propiedad de la Generalitat) iniciando una asombrosa carrera empresarial, creando la Compañía Transatlántica, Tabacos de Filipinas y el Banco Colonial, entre otras, todas con sede en Barcelona, donde dio su apoyo a las artes fomentando el modernismo. Comenzó en Comillas su mecenazgo mandando construir El Capricho de Gaudí, el palacio de Sobrellano, la capilla panteón y el seminario, encargando estos trabajos a arquitectos modernistas catalanes. Sus largas estancias en esa localidad cántabra y su dedicación le valieron el marquesado de Comillas, que le otorgó Alfonso XII.
De regreso a Barcelona, con Eusebi Güell emprendieron la alianza artística con Antoni Gaudí para construir los edificios emblemáticos de Barcelona, hoy patrimonio de la humanidad: el Park Güell, el Palau Güell o la cripta de la Colonia Güell. Bien conocida es la relación de mecenas de Antonio López con mosén Cinto, a quién ayudó materialmente en la composición de L’Atlàntida. Contribuciones no pequeñas del marqués de Comillas a la industria, las artes y el aumento del turismo, en definitiva, a la creación de riqueza de la ciudad de Barcelona.
No me impulsa a escribir estas líneas mi parentesco con Antonio López, sino mi profunda indignación con los concejales que no respetan los hechos históricos y que arbitrariamente falsean la historia amoldándola a sus fines políticos. La alcaldesa Colau dijo con motivo del 12 de octubre que “la conquista de América fue un genocidio y su celebración, una vergüenza”, pero no por ello vamos a derribar la estatua de Colón. Las ciudades no pueden estar a merced de un constante revisionismo histórico sometido a los vaivenes de unas siglas políticas. Las ciudades son espacios donde habita una colectividad de ciudadanos que deben asumir su pasado con la responsabilidad, rigurosidad y objetividad que exigen los documentos históricos.
Las ciudades no pueden estar a merced de un constante revisionismo histórico, de vaivenes de siglas políticas