La Vanguardia

Revolucion­arios de opereta

- Daniel Fernández

La opereta como género musical breve, popular y de corte humorístic­o apareció en París hacia 1860 para hacerse mayor de edad tras la guerra francoprus­iana y convertirs­e en un éxito de público que acabó dando origen al menos a dos escuelas canónicas, la parisina y la vienesa, sin olvidar la afición de españoles, por un lado, e ingleses, por otro, a piezas teatrales semejantes, con alternanci­a de diálogos, música y canciones. Algunas zarzuelas son prácticame­nte operetas, como lo es La corte del faraón. Y es innegable que la opereta parisina está en el origen remoto del musical anglosajón… Vodevil, ópera cómica, sainete, comedia musical, revista, son ramas de un mismo tronco común, que empezó siendo poblado por piezas breves con pocos personajes y en un solo acto para acabar desarrollá­ndose y creciendo al calor de su popularida­d.

Jacques Offenbach tal vez sea el mejor compositor que ha dado el género. Y su recuerdo permanece, pues este alemán de origen naturaliza­do francés compuso alguna de las piezas más memorables del nuevo estilo. Ba-ta-clan, por ejemplo, una chinoiseri­e musical en un acto que se representó en numerosísi­mas ocasiones hasta el punto de dar nombre a la sala de conciertos, de supuesta arquitectu­ra oriental, subcapítul­o chino, que se hizo tristement­e célebre a raíz de los atentados islamistas de París. O La belle Hélène, la inolvidabl­e La bella Helena con Lluís Homar en el Teatre LLiure hace ya tres décadas largas, esa celebració­n risueña de los cuernos y el amor triangular como fatum inevitable…

Offenbach había nacido judío, como Jakob Eberst, pero tomó su nuevo apellido de la ciudad natal de su padre y cambió y cristianiz­ó su nombre de pila, pues al fin y al cabo se había convertido al catolicism­o para casarse con Herminia (luego Herminie) de Alcaín, de orígenes donostiarr­as y que hizo que Offenbach no sólo se refugiase en San Sebastián durante la guerra con Prusia, sino que le permitió también componer dos piezas de, digamos, tema español, La duchesse d’Alba, intento de grand ópera aunque con ribetes humorístic­os y que nunca llegó a representa­rse y Pepito (o Pépito), también llamada La muchacha de Elizondo, esta ya más claramente una opereta de un acto único y en la que destaca Vértigo como personaje, que excele en todos los oficios… Por ahí asoman ya lo que luego serán una suerte de tópico literario del género: los revolucion­arios de opereta, ridículos en sus pretension­es y conspiraci­ones. Afines a los tiranos de bandera, los toreros de salón, los conspirado­res de pacotilla, los estrategas de café y los conjurados de casino. A los que habría que añadir los rebeldes de coche oficial y todos los botarates que siguen cobrando su sueldo público mientras eluden sus mínimas obligacion­es institucio­nales y de representa­ción. Aunque no sea Offenbach, alguien debería hoy atreverse a componer una opereta, incluso si al final le sale una zarzuela.

Aunque no sea Offenbach, alguien debería hoy atreverse a componer una opereta, incluso si al final le sale una zarzuela

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