Revolucionarios de opereta
La opereta como género musical breve, popular y de corte humorístico apareció en París hacia 1860 para hacerse mayor de edad tras la guerra francoprusiana y convertirse en un éxito de público que acabó dando origen al menos a dos escuelas canónicas, la parisina y la vienesa, sin olvidar la afición de españoles, por un lado, e ingleses, por otro, a piezas teatrales semejantes, con alternancia de diálogos, música y canciones. Algunas zarzuelas son prácticamente operetas, como lo es La corte del faraón. Y es innegable que la opereta parisina está en el origen remoto del musical anglosajón… Vodevil, ópera cómica, sainete, comedia musical, revista, son ramas de un mismo tronco común, que empezó siendo poblado por piezas breves con pocos personajes y en un solo acto para acabar desarrollándose y creciendo al calor de su popularidad.
Jacques Offenbach tal vez sea el mejor compositor que ha dado el género. Y su recuerdo permanece, pues este alemán de origen naturalizado francés compuso alguna de las piezas más memorables del nuevo estilo. Ba-ta-clan, por ejemplo, una chinoiserie musical en un acto que se representó en numerosísimas ocasiones hasta el punto de dar nombre a la sala de conciertos, de supuesta arquitectura oriental, subcapítulo chino, que se hizo tristemente célebre a raíz de los atentados islamistas de París. O La belle Hélène, la inolvidable La bella Helena con Lluís Homar en el Teatre LLiure hace ya tres décadas largas, esa celebración risueña de los cuernos y el amor triangular como fatum inevitable…
Offenbach había nacido judío, como Jakob Eberst, pero tomó su nuevo apellido de la ciudad natal de su padre y cambió y cristianizó su nombre de pila, pues al fin y al cabo se había convertido al catolicismo para casarse con Herminia (luego Herminie) de Alcaín, de orígenes donostiarras y que hizo que Offenbach no sólo se refugiase en San Sebastián durante la guerra con Prusia, sino que le permitió también componer dos piezas de, digamos, tema español, La duchesse d’Alba, intento de grand ópera aunque con ribetes humorísticos y que nunca llegó a representarse y Pepito (o Pépito), también llamada La muchacha de Elizondo, esta ya más claramente una opereta de un acto único y en la que destaca Vértigo como personaje, que excele en todos los oficios… Por ahí asoman ya lo que luego serán una suerte de tópico literario del género: los revolucionarios de opereta, ridículos en sus pretensiones y conspiraciones. Afines a los tiranos de bandera, los toreros de salón, los conspiradores de pacotilla, los estrategas de café y los conjurados de casino. A los que habría que añadir los rebeldes de coche oficial y todos los botarates que siguen cobrando su sueldo público mientras eluden sus mínimas obligaciones institucionales y de representación. Aunque no sea Offenbach, alguien debería hoy atreverse a componer una opereta, incluso si al final le sale una zarzuela.
Aunque no sea Offenbach, alguien debería hoy atreverse a componer una opereta, incluso si al final le sale una zarzuela