La casa de los cactus
Los cactus suelen vivir en el desierto, a la intemperie, bajo un sol inclemente y con poca agua. Pero en San Sebastián de los Reyes, junto al circuito automovilístico del Jarama, tienen ahora una casa confortable. Se llama Desert City y se ha concebido como un centro para el cultivo, exposición y venta de numerosas especies de cactus procedentes de todo el mundo. También como un manifiesto en favor de un paisajismo que consuma menos agua, orientado hacia los jardines sostenibles que propician las plantas xerófitas, infinitamente menos sedientas que los campos de golf. Y, asimismo, como un espacio polivalente de dimensiones considerables.
No hay patrones para diseñar casas de cactus. De manera que el arquitecto Jacobo García-Germán, autor de esta obra, empezó por analizar el emplazamiento, una parcela longitudinal entre la Autovía 1 y los límites del Parque regional
de la cuenca del Manzanares. Hasta decidir que lo más apropiado para subrayar la transición entre la gris infraestructura viaria y el verde del parque era un edificio de acero y vidrio relativamente transparente, de dos plantas, altura limitada a seis metros por normativa, y fachada continua que va más allá de los 100 metros de longitud. He aquí una obra más urbana que campestre, en cuyo cuerpo resuenan ecos de la berlinesa Neue Galerie diseñada por Mies Van der Rohe.
Esta construcción tiene planta trapezoidal y dos ámbitos, uno bajo techo, con efecto invernadero (sobre todo en su deambulatorio vidriado, formado por cámaras bufas), y otro exterior, ambos dibujados a la manera de los claustros. El primero se protege con una estructura atirantada sutil y ligera, que regula en parte la insolación y define un inmenso espacio diáfano (pero lleno de cactus) a cubierto, de alrededor de 1.500 metros cuadrados. El segundo, al que se accede por un primer patio dotado de estanque, reproduce la estructura claustral, esta vez sin cubierta, con miradores en su planta superior. Mediante estas construcciones arquitectónicas, lo que fue yermo ruidoso es ahora un pedazo de desierto construido y extremadamente fértil.
No hay encargos menores. Este no lo era, desde luego, dadas sus dimensiones. Pero podría habérselo parecido a otro autor menos motivado. No así a García-Germán, que ha puesto en el asador toda la carne arquitectónica necesaria. E incluso más. Resultado: una casa estupenda para estas plantas tan sufridas y agradecidas. ¡No faltará quien las envidie!