Barça mutante
No fue el partido entre primero y segundo un plato para sibaritas. Se enfrentaron un equipo que bebe de la religión bilardista (Atlético) contra otro de reminiscencias moderadamente menottistas (Barça) que hoy funciona como un híbrido extremadamente funcional entre lo que un día fue y lo que quiere llegar a ser. Tiene el equipo de Valverde dos personalidades, ambas desplegadas en toda su dimensión en el partido de ayer. En la primera parte los azulgrana lo propusieron todo para ganar, en la segunda para resistir. Ambas versiones resultaron futbolísticamente impecables. Esa batalla por la versatilidad la perdió claramente el Atlético, capaz de utilizar todos sus recursos para oponer resistencia antes del descanso pero inocuo cuando tuvo la obligación de ganar. Atacar bien no consiste en acumular delanteros, maniobra para la que los colchoneros necesitan mayor práctica, así que el encuentro dejó una moraleja que habla bien del líder del campeonato: mientras el Barça ha aprendido a defender tan bien como el Atlético, el Atlético está lejos aún de atacar como el Barça. “Me parece maravilloso lo que ha hecho Valverde con el Barça”, dijo Simeone de su colega al acabar el partido para subrayar maliciosamente su mejora bilardista. Un elogio del argentino siempre contiene una dosis de veneno que el Barça debería saber interpretar sin complacencia. Está bien entregarse en la contención, siempre y cuando sólo sea estrictamente necesario. De momento, no hay peligro.
El Barça tenía cinco puntos de ventaja y fue valiente para lograr ocho. Esa es la esencia del club, odiar el conformismo y tomar riesgos para salir victorioso. Ese dogma fue respetado por Valverde, cuyo equipo estuvo cómodo e incisivo con el balón hasta que se le rompió Andrés Iniesta. Llegó ahí el momento clave para situar el límite del atrevimiento del entrenador. Al escoger a André Gomes renunció a Dembélé, así que la fiesta empezó a acabarse como cuando la discoteca hace sonar esa canción que anticipa el cierre de puertas.
La sustitución de Iniesta contuvo dos mensajes. El primero, que el manchego posiblemente no debió jugar en las islas Canarias; el segundo, que el orden para Valverde tiene una importancia primordial que incluye el sacrificio de un tipo talentoso pero aún demasiado desorganizado como Dembélé. Le ha ido muy bien hasta ahora al técnico extremeño, pragmático y de números incontestables: nadie le ha ganado un partido a su equipo en la presente Liga, y eso sitúa a la razón de su parte.
Su manual lo siguen incondicionalmente sus futbolistas, otro argumento imbatible para no llevarle la contraria. Ver a Messi correr como un poseso sin balón produjo ayer un placentero hormigueo comparable al que despierta cuando el argentino lo conduce. Pero sin duda los más fervorosos discípulos de la idea de Valverde son Busquets y Rakitic. Su compenetración se elevó ayer hacia un escalón superior, tanto en la creación del juego como en la recuperación de balones. “Las Ligas se ganan sufriendo”, dijo Busquets sobre el césped, todavía jadeando.
Siguiendo con las parejas, la demostración de Piqué y Umtiti ante Diego Costa y Griezmann fue de nota; equiparable al trabajo de los dos laterales, un Sergi Roberto al que el seleccionador Julen Lopetegui, ayer en el palco, debería llevar sí o sí al Mundial, y un Jordi Alba pletórico.
Pero, más allá de destacar a uno u otro jugador, el éxito de Valverde reside en la sensación de que ha construido un equipo y en que ese equipo le sigue y le cree.
El Barça ha aprendido a defender como el Atlético; el Atlético sigue lejos de atacar como el Barça