Distensión en Corea
AIRES de distensión entre Corea del Sur y Corea del Norte. Una delegación sureña acaba de regresar de Pyongyang, la capital norteña, donde ha conversado con el líder Kim Jong Un. Fruto de este encuentro es el anuncio de una reunión entre los dos presidentes en abril. Sería la primera desde que el padre de Jong Un se reunió con su homólogo sureño hace trece años, y la tercera en toda la historia de enemistad entre los dos países. El actual dictador norcoreano desearía también mantener conversaciones con Estados Unidos. Y ofrecería suspender su programa de armamento atómico a cambio de garantías para la supervivencia de su régimen.
Corea se partió en dos de resultas de la Segunda Guerra Mundial. En el Norte se instauró un régimen de corte estalinista. En el Sur, bajo la protección de Estados Unidos, se desarrolló el sistema capitalista. Corea del Sur y Corea del Norte se enzarzaron en una guerra que duró tres años y causó tres millones de muertos. Acabó en 1953, pero el clima bélico se ha mantenido latente desde entonces, y las relaciones entre los dos países han estado dominadas por el recelo y las amenazas. Este marco hostil llegó el año pasado a un clímax con el ensayo de misiles balísticos intercontinentales que sobrevolaron Japón y despertaron la alarma en la zona del Pacífico Norte y en el mundo entero, así como la advertencia de una respuesta militar de EE.UU. Pero ya a principios del 2018 Kim Jong Un rebajó el tono. En su discurso de año nuevo combinó la actitud desafiante –“tengo el botón [nuclear] siempre sobre mi mesa”– con la declaración de que estaba “abierto al diálogo”.
Esta última intención se manifestó en los recientes Juegos de invierno de Pyeongchang, donde los signos de deshielo se prodigaron, las dos selecciones –Corea del Norte y Corea del Sur– desfilaron bajo la misma bandera y se disputó un partido de hockey con jugadoras de ambos países en un mismo equipo.
La pregunta que se reitera ahora en la esfera diplomática es la siguiente: ¿tiene recorrido este deshielo? Veremos, aunque no sobran motivos para el optimismo. Porque, históricamente, los amagos hechos en este sentido por Pyongyang nunca prosperaron. Porque la dinastía Kim ha acreditado una conducta egoísta, errática, imprevisible. Y porque la perspectiva más feliz –el fin definitivo de las hostilidades y una hipotética reunificación– topa con el rígido sistema político del Norte y, además, con una insalvable diferencia de rentas entre los dos países. Dicho esto, bienvenida sea esta distensión, pese a sus limitados horizontes: es mucho mejor que los episodios de alerta nuclear vividos en el 2017.