La Vanguardia

Mujeres en pie de... ¡paz!

- Joaquín Luna

Tengo la impresión de que mañana las mujeres la van a liar gorda porque están organizand­o un día internacio­nal a lo grande, como ningún otro 8 de Marzo, hasta el punto de que no me extrañaría oír:

–¡Se van a enterar los hombres! Yo, lo confieso, soy hombre por razones que no vienen al caso y tengo ganas de enterarme de qué va el mundo en que vivo, porque me temo que de seguir así no habrá otro.

¿Vamos a recibir candela los hombres mañana? Intuyo que un poco de estopa caerá y de estar casado imagino que sería uno de esos cobardes que al oír el primer disparo saltan de la trinchera con los brazos en alto y una bandera del Real Madrid.

Es verdad, los hombres somos un poco desastre en lo de la igualdad de género. Algunos creemos que el hecho de que nos gusten las mujeres ya nos exime de sus problemas, ignorantes de la complejida­d de estos.

Uno nació en el siglo XX, cuando la complicida­d era un delito tipificado en el Código Penal, y hoy, en cambio, se espera que seamos cómplices de un cambio positivo. ¿Qué trato de decir con semejante obviedad (hoy es día de matices y prudencia)? ¡Mujer! ¡Pues que andamos desubicado­s, desnortado­s, o sea, desorienta­dos!

¿Qué distingue a los hombres? La simpleza. Es aterradora la simpleza masculina. Yo veo un balón rodando y hago exactament­e lo mismo que hacía a los tres años: pegarle una patada con total determinac­ión. ¿Que el esférico le da en los morros a Juanito, el niño de los vecinos? Igual me río –reacción que detesto– como lamento que “¡menudos morros le han quedado al bueno de Juanito!”. Al día siguiente, aparece otro balón y le vuelvo a dar un puntapié. Es del género

La simpleza masculina es aterradora; veo un balón rodando y hago lo que a los tres años: darle un puntapié

tonto, pero muchos funcionamo­s así.

La naturaleza masculina exige ciertas aclaracion­es, porque nadie negará que mujeres hay muchas, pero justicia sólo hay una y no tiene género, de modo que necesitamo­s instruccio­nes urgentes entre cierta sensación de disparidad­es femeninas.

Yo, que soy algo simple, estoy muy interesado en saber qué se espera de mí en el futuro y cómo puedo empezar a cambiar el mundo sin que por otra parte tenga ahora que pagar las facturas de mi abuelo Basilio, a quien recuerdo sentado en la mesa a lo Fumi de Morata (véase José Mota). O sea: a mesa puesta.

¿Acaso es usted tonto y necesita que le den la vida masticada?

Pues sí, ya hago lo que puedo, aunque más podría hacer si conociera exactament­e las reivindica­ciones femeninas. Estoy dispuesto incluso a dar vivas a las mujeres suegras sin volver a proponer –como en una columna reciente– que participen sí o sí en el I Descenso Ciclista a Tumba Abierta de la calle Sardenya de Barcelona.

Que mañana sea vuestro gran día. Y no seáis injustas: somos hombres, pero de buena voluntad.

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