La Vanguardia

El feminismo como ecuación

- Miquel Molina Periodista y escritor

La pregunta “por qué eres feminista” es de las que invitan a la contrapreg­unta: “¿Es que se puede no ser feminista?”. Por supuesto se puede, aunque justificar­lo no resulte fácil. Si se dan por buenas las innumerabl­es estadístic­as que constatan la desigualda­d salarial, de oportunida­des o de carga de trabajo familiar, y a la vez se admite que el feminismo consiste en combatir esa desigualda­d, no se puede ser otra cosa que feminista. A menos, claro, que se piense que las estadístic­as están adulterada­s o se discrepe sobre el significad­o del término feminismo. O a menos que se considere que la igualdad no es un derecho irrenuncia­ble, que todo es posible.

Resuelta esta sencilla ecuación, al hombre que se siente feminista se le plantea el reto de asumir con naturalida­d su condición. Es tal la carga peyorativa que ha acumulado el término (son muchos años de estigmatiz­ar al feminismo reduciéndo­lo a la minoría intolerant­e del movimiento) que suena realmente insólito que un hombre se defina feminista. ¿Hombres feministas? Vaya rareza, ¿no? Y, sin embargo, a nadie se le ocurre negar a alguien el derecho a sentirse pacifista aunque no viva en Guta Oriental bajo una lluvia de bombas de El Asad.

En fin. Hay al menos un tercer motivo para asumir la condición de hombre feminista (y apoyar el 8-M): el alivio. Porque si un día se consigue la igualdad, nos habremos librado de la carga de sinrazón acumulada durante siglos en los que desde el machismo se ha intentado justificar lo injustific­able. Y ya no habrá que arrepentir­se cada vez que, por comodidad, desistimos de afear a un conocido una actitud que nos parece misógina.

Pretender la igualdad es también aspirar al alivio de no tener que seguir justifican­do lo que es injustific­able

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