La Vanguardia

El maratón de Barcelona: 17.000 corredores a ritmo de récord

‘La Vanguardia’ recorre los 42,195 kilómetros de la prueba junto a Egoísmo Positivo

- SERGIO HEREDIA Egoísmo Positivo

¿¡Dónde está el muro!? Guajira, dónde está el muro. ¿¡Dónde está el muu-roooooo!? Guajira, dónde está el muu-roooooo En mi vida he corrido algunos maratones. No muchos, pero suficiente­s como para hacerme una composició­n de lugar.

De todos ellos, recuerdo muy bien el silencio.

Ese momento en el que el grupo penetra en un bosque, o en un nolugar. Ahí no hay público, no hay voces.

Solo jadeos y zancadas. El silencio.

El silencio suele aparecer a partir del kilómetro 25, o el 30. Allí ya nadie abre la boca. El maratonian­o está procediend­o al control de daños. En su introspecc­ión, se pregunta si el tendón va a aguantar. O la rodilla. Tiene hambre y sed y empieza a estar girado y mira el crono y se dice que va bien. O mal. Se parapeta y se prepara para lo peor. Lo peor es lo que viene ahora. Esto va a doler.

En silencio, afronta el muro. (...)

En el kilómetro 30, los amigos de Egoísmo Positivo se pusieron ayer a vocear:

–¿¡Dónde está el muro!? Guajira, dónde está el muro...

Para entonces, la calzada se iba llenando de zombies. Son maratonian­os en apuros. Enrampados. Asfixiados. Hartos de todo. Son corredores que se echan a los lados y estiran el gemelo en el bordillo. Zigzaguean, sufren, se maldicen, quieren que esto se acabe. Algunos acaban en manos de los fisioterap­eutas. Se los llevan.

En nuestro grupo de Egoísmo Positivo, alguien dijo: –Empieza walking dead.

Y seguimos tirando de los carritos. Las sillas de ruedas pesaban. Nos las íbamos turnando cada dos o tres kilómetros. Éramos cuarenta corredores para ocho sillas de ruedas. Pesaban.

Llevábamos a Donovan, un niño silencioso. A Dani, a Manuela y a Susana. A Cristian. A Laia, a Raquel. Y a Jesús.

Yo tiraba de Jesús.

Y Jesús voceaba:

–¡No os oigo, Egoísmo Positivo! ¡Hoy estáis muy callados!

Y el hombre se agitaba en su silla. Y chocaba de manos con los niños que nos aplaudían desde la acera. O con los maratonian­os que hacían lo que podían. O con los guardias urbanos y los bomberos. O con las bandas de música que aparecían cada dos por tres. Los bongos. Los tambores. Los cantantes.

Y me decía:

–¡Me lo estoy pasando teta! No.

No había silencio.

La marea negra de Egoísmo Positivo avanzaba entre los zombis, como un bloque homogéneo, mientras sonaba AC/DC en el altavoz con ruedas. Siempre lo llevamos con nosotros, el altavoz.

Y cuando no sonaba la música, entonces saltaban Álex Parreño y Jesús Oliver, las mentes pensantes de Egoísmo Positivo, los fundadores, dispuestos a mantener la bulla.

–¡Venga, que esto se acaba! –gritaba Parreño.

Y yo no podía escuchar a Jesús, que se volvía hacia atrás, empeñado en contarme su historia. Me decía:

–Luego te la cuento, luego. Íbamos jadeando, porque ya estábamos en el kilómetro 32 y sí, ahí asomaba el muro.

Jesús Muñoz (58) nació inválido. Tiene deformacio­nes en las manos y en las piernas, pero el cerebro muy despierto. Se ha convertido en un activista en Bellvitge, un tipo que pelea por sus cosas y las de los demás. Trabajó en la Once, aunque ya se ha jubilado. Hace un par de años se dejó ver en un programa de TV3, Jo també vull sexe!

–Lo peté, soy un tío importante –me decía, entre risas. Luego alguien me gritó: –¡Eres un tío muy grande, tirando de la silla!

Y yo pensé que se equivocaba. El grande es Jesús. Y los otros. Que no se rinden.

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CÉSAR RANGEL Las camisetas negras de Egoísmo Positivo tomando la salida, cinco minutos antes del disparo oficial, ayer en Montjuïc

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