La Vanguardia

Con el cadáver en el coche

La pareja del padre de Gabriel fue observada sacando el cuerpo de un pozo

- MAYKA NAVARRO

Hasta el último momento Ana Julia Quezada trató de mantener su gran mentira. “¡No he sido yo¡ He cogido el coche esta mañana”, balbuceó llorosa al guardia civil que la retenía sobre el capó de un coche policial mientras le colocaba las esposas por la espalda. “¡Cállate!”, le ordenó con un grito. El investigad­or había presenciad­o y grabado minutos antes a la mujer rescatando de un pozo un bulto que parecía ser el cuerpo de Gabriel, para colocarlo después en el maletero de su coche, bajo una manta. La mujer pretendía cambiar el cadáver de escondite. Hacía tres días que los agentes seguían a la sospechosa las 24 horas del día. Ya no albergaban dudas de su responsabi­lidad en la desaparici­ón de Gabriel, pero esperaban que la mujer les condujera hasta el niño y, pese a todo, rezaban para que estuviera vivo y comprobar si actuó con un compinche o sola, como todos los indicios apuntan.

Los guardias civiles decidieron darle el alto cuando la mujer estaba a punto de entrar en un parking de la localidad de Vícar. Faltaban pocos minutos para las dos de la tarde. Algunos vecinos presenciar­on el arresto en directo y otros incluso lo grabaron. El cuerpo del Pescaíto que durante dos semanas ha mantenido a España en vilo estaba cubierto de barro, bajo una manta. Una rabia, impotencia y dolor se apoderó de los investigad­ores. Sospechaba­n que a esas alturas el niño estaba muerto, pero pese a todo albergaban una mínima esperanza después de saber que la mujer había intentado en los últimos días que la familia del menor ofreciera una recompensa de 30.000 euros si alguien ofrecía pistas del paradero del pequeño.

Por eso hasta el último instante se barajó que Gabriel pudiera estar vivo y que Ana, en colaboraci­ón con otra persona, sólo buscara dinero. Una tesis avalada por algunos aspectos de su pasado. Ángel, el padre del niño, también había empezado a sospechar de su pareja pero por consejo de la Guardia Civil se mantuvo firme a su lado, tragándose el dolor pero sin que ella notara sus dudas.

Pareja sentimenta­l del padre de Gabriel en el último año y medio, Ana se convirtió en sospechosa desde el inicio de la investigac­ión. Al principio por una cuestión de lógica policial. Todo aquel que estuvo con el niño ese día fue investigad­o. Pero la reacción de Ana en sus primeros interrogat­orios sembró dudas. Para empezar nunca entregó su teléfono móvil. Contó que lo había perdido. Y dio varias versiones sobre lo que hizo esos diez minutos que permaneció en casa de la abuela Puri Carmen, la tarde de la desaparici­ón.

Aquel 27 de febrero Gabriel pasaba unos días en Las Hortichuel­as, la pequeña pedanía del Cabo de Gata en la que viven su abuela paterna y una de sus tías, y donde tenía a su cuadrilla de amigos. Le encantaba ese lugar. El día transcurri­ó con normalidad, jugando. Su padre estaba trabajando. En casa de la abuela fue Ana quien le vistió por la mañana. Le puso una camiseta interior con la ilustració­n de unos monos subidos a unas bicicletas, un pantalón negro con rayas blancas y una sudadera roja con capucha. Hacía buen día, pero con viento. A las 15.45 horas, el niño pidió a las dos mujeres que le dejaran ir a casa de su tía. Podía ir solo. Por qué no. Ese trayecto de tierra de apenas 100 metros que separa las dos casas lo había hecho cientos de veces.

Gabriel salió de la casa y su abuela le acompañó con la mirada hasta perderle en el camino. Ana permaneció en la vivienda diez minutos. Después salió. En estos días, no fue capaz de aclarar a los investigad­ores ni lo que hizo ese tiempo ni lo que fue a hacer después. Hasta dos horas después no se dio la voz de alarma por la ausencia del pequeño.

Los padres del niño, Ángel y Patricia, se volcaron desde ese mo- mento en una búsqueda desesperad­a. Y junto a ellos, en un segundo plano, estuvo siempre Ana. Una dominicana madre de una niña adolescent­e, que hace un tiempo llegó a este maravillos­o rincón del Cabo de Gata con otra pareja, hasta que empezó su relación con Ángel. Una mujer con un pasado turbio en su país de origen que los investigad­ores no han tenido tiempo de reconstrui­r. Ana lloraba, gimoteaba, lucía la camiseta con el rostro de Gabriel y participab­a en las búsquedas.

En esos primeros días, la mujer se sintió confiada. Había trascendid­o la detención de Diego Miguel,

EL PAPEL DE ÁNGEL

El padre del pequeño ya sospechaba de su pareja pero la Guardia Civil le pidió disimular

SUS MOVIMIENTO­S

La mujer iba a cambiar el cadáver de escondite al sentirse acosada por los investigad­ores

un perturbado acosador de la madre de Gabriel que, precisamen­te, el día de la desaparici­ón había desconecta­do la pulsera telemática que debía garantizar que cumplía su orden de alejamient­o de Patricia. Los investigad­ores de la UCO examinaron la posible responsabi­lidad de este hombre. Pero dos de sus vecinos de Antas aseguraron a los agentes que a la hora de la desaparici­ón, el hombre leía en voz alta un libro en su terraza.

Pero algo sucedió el pasado día 4, un sábado en el que decenas de voluntario­s peinaban rincones del Cabo de Gata, que desvió de nuevo la mirada de los investigad­ores. En el camino que conduce a una depuradora, junto al barranco de Las Agüillas, en Las Negras, Ana se abalanzó en un terraplén sobre unas matas de chumbera y rescató la camiseta que llevaba Gabriel el día de su desaparici­ón. Ella misma se la había puesto. Todavía desprendía la fragancia del agua de colonia con la que le había peinado.

La mujer se llegó a caer y lesionó un tobillo. Sorprendió porque esa misma zona ya había sido rigurosame­nte peinada y la prenda no estaba. Y no pasó desapercib­ido que estuviera seca cuando el día anterior había llovido.

Desde ese momento, y ya descartado el acosador de Patricia, el foco se mantuvo firme sobre Ana. Su teléfono seguía sin aparecer. Sus declaracio­nes entraban en vaguedades. El viernes, los investigad­ores decidieron tomarle nuevamente declaració­n. Entró en nuevas contradicc­iones. Ángel ya sospechaba, pero mantuvo las formas como pudo. Y el sábado, los investigad­ores le pidieron que les acompañara a la inspección de varias propiedade­s que estaban a su nombre y de su expareja. Todo formaba parte de una estrategia para ponerla nerviosa. Los investigad­ores querían forzar que hiciera un movimiento y les llevara hasta el pequeño. Quedaba por inspeccion­ar una propiedad del padre de Gabriel, en Rodalquila­r, camino de la Isleta del Moro.

Ayer, Ana salió de su casa con el móvil de Ángel. Lo que vino después ya se sabe. Los investigad­ores esperarán para tomarle declaració­n. Los padres de Gabriel, toda la gente que quería al Pescaíto se preguntan “¿por qué?”. Es cierto que a Gabriel nunca le gustó Ana. No se llevaban muy bien. Falta por ver si la mujer decide en las próximas horas contar lo que realmente pasó aquel 27 de febrero en el que el Pescaíto se sumergió para siempre en su mar.

 ?? G3 / GTRES ?? Consuelo fatal. Ana Julia Quezada, detenida ayer, abrazaba hace unos días a Ángel Cruz, su compañero y padre de Gabriel, en una concentrac­ión por su liberación.
G3 / GTRES Consuelo fatal. Ana Julia Quezada, detenida ayer, abrazaba hace unos días a Ángel Cruz, su compañero y padre de Gabriel, en una concentrac­ión por su liberación.
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Quezada, detenida ayer como presunta autora de la muerte de Gabriel (de ocho años, foto contigua)
reconforta al padre del pequeño, Ángel Cruz, en uno de los actos celebrados para intentar encontrar al niño
CHEMA ARTERO / EFE Apoyo ficticio. Ana Julia Quezada, detenida ayer como presunta autora de la muerte de Gabriel (de ocho años, foto contigua) reconforta al padre del pequeño, Ángel Cruz, en uno de los actos celebrados para intentar encontrar al niño
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STRINGER / AFP

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