La Asamblea china otorga el poder indefinido a Xi Jinping
La decisión barre las reformas políticas introducidas en 1982
El presidente chino, Xi Jinping, logró ayer el poder absoluto e indefinido al frente del gigante asiático. La Asamblea Nacional votó prácticamente por unanimidad eliminar el límite de dos mandatos presidenciales, lo que permitirá a Xi permanecer en su cargo el tiempo que considere oportuno más allá del 2023, cuando estaba previsto que se retirara. Esta decisión le convierte en el hombre más poderoso del país desde la muerte de Mao Zedong al aglutinar su dominio indiscutible sobre el Partido Comunista, las fuerzas armadas y ahora el cuerpo del Estado.
La Asamblea Nacional china resolvió ayer de una forma casi rutinaria la reforma constitucional más importante que ha vivido el país en los últimos 36 años. Por 2.958 votos a favor, dos en contra, tres abstenciones y una papeleta nula, dio luz verde a una enmienda constitucional que elimina el limite de dos mandatos presidenciales y abre la puerta a que Xi Jinping, presida el país hasta que lo considere oportuno.
Con esta decisión, el actual dirigente chino, de 64 años, alcanza un dominio prácticamente absoluto sobre el gigante asiático tan solo cinco años después de haber asumido el poder. Una posición que le convierte en el hombre más poderoso del país desde la muerte de Mao Zedong en 1976. Y es que Xi, apodado el presidente de China de todo, ha ido asumiendo el control personal de todas las formulaciones políticas que emanan de Pekín en los primeros cinco años en el poder. A través de la presidencia de grupos de trabajo lo domina todo, desde la política y la economía a internet y el medio ambiente, pasando por la seguridad nacional, el ejército, y las disputas marítimas.
En cuanto sea ratificado a lo largo de esta semana por la Asamblea Nacional en su puesto de presidente del país para cinco años más, Xi Jinping tendrá ya en su mano el poder ilimitado al que aspiraba. “Durante toda su vida Xi ha querido convertirse en el Mao del siglo XXI. Una especie de emperador de por vida sin restricciones a su poder”, señaló Willy Lam, politólogo de la Universidad China de Hong Kong.
Y ahora ya lo ha conseguido. Tendrá todos los resortes del poder en sus manos durante el tiempo que quiera, en la medida en que ocupa el cargo de secretario general del Partido Comunista, detenta la presidencia de la poderosa Comisión Militar Central y también la del Estado.
Con esta acumulación de cargos Xi elimina las normas y las reglas políticas más importantes del partido respecto a la gobernanza del país desde 1982. Unas pautas que definió Deng Xiaoping a la muerte del Gran Timonel para prevenir un posible resurgimiento del maoísmo y la dictadura de un solo hombre. Y es que Deng, además de ser el artífice de la apertura de China, trazó las líneas rojas para separar el partido del Estado y establecer un sistema de liderazgo colegiado y limi- tado, basado en el consenso para evitar que se repitiera la época de caos y terror en que se convirtieron los últimos años de Mao.
Ahora, sin embargo, Xi Jinping, que comparte en gran medida el pragmatismo económico del Pequeño Timonel, ha demostrado su voluntad de reescribir las reglas del régimen comunista y de revivir algunas de las ideas de Mao. Sus críticos más feroces le acusan, en este sentido, de utilizar su campaña anticorrupción para acallar a cualquier persona desleal o que no cumpla sus órdenes, además de desencadenar una dura ofensiva contra toda disidencia política.
Pero el objetivo más importante que perseguía Xi, según los expertos sinólogos, y que habría conseguido ayer con la votación de la Asamblea, es borrar las fronteras entre el partido y el Estado y situar a la organización comunista en la cúspide. Una meta que el dirigente del gigante asiático perseguía desde que asumió el liderazgo del partido en el 2012 y que supone enterrar el legado de Deng Xiaoping.
Según la mayoría de sinólogos, Xi quiere situar al partido por encima de todo porque considera que su influencia contribuirá a resolver todos los problemas que padece China, desde la corrupción a la ineficiencia burocrática, pasando por el estancamiento de las reformas económicas.
Un horizonte que Xi confía transformar a través de un mayor control del partido en todos los aspectos de la vida en China. Una idea que transmitió en su discurso cuando fue reelegido al frente de la organización comunista el pasado octubre. “El gobierno, el ejército, la sociedad y los académicos son como el norte, el sur, el este y el oeste. Pero en el centro está el partido. El partido los lidera a todos”, dijo entonces. Se le olvidó decir, o quizás no quiso, que quien dirige el partido es él y a partir de ahora lo controlará todo durante el tiempo que quiera.
BORRÓN Y CUENTA NUEVA Xi se convierte en presidente de todo y barre las reformas que Deng introdujo en 1982
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