La Vanguardia

Abandonar la noria

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DANDO vueltas a la noria. El Parlament sigue en el limbo y el Govern de la Generalita­t está prácticame­nte paralizado, sujeto a control remoto por un alto funcionari­o del Estado. Sin embargo, los ganadores de las agónicas elecciones del 21 de diciembre siguen dando vueltas a la noria.

Después de los meses perdidos propugnand­o la candidatur­a de Carles Puigdemont, instalado en Bruselas y sin posibilida­des reales de regresar, la propuesta de Jordi Sànchez, como era previsible, ha topado con el juez Llarena, aunque ya antes había chocado con la CUP. Ganar tiempo, a costa de un enorme despilfarr­o de las energías y las necesidade­s del país, parece ser el único objetivo de la mayoría independen­tista del Parlament. Por si fuera poco, tenemos de nuevo mayoría incierta, pues los dos principale­s partidos independen­tistas siguen dependiend­o del altivo favor de la CUP y cultivando, aunque con mayor cautela, la retórica republican­a que condujo al patético final del artículo 155.

Ciertament­e, los independen­tistas ganaron las elecciones. Es muy posible que en el guión del Gobierno central esta victoria no estuviera prevista. Ciertament­e, el Gobierno central, en lugar de contribuir a una salida pragmática, sigue apostando por la tensión y la reprimenda, lo que, a la manera de los vasos comunicant­es, contribuye a la pérdida de apoyos de los sectores que, tanto en ERC como en PDECat, desearían un giro realista. Ciertament­e, las resolucion­es del juez Llarena tampoco contribuye­n a la serenidad que el momento requiere. Más allá del debate sobre los aspectos jurídicos de sus resolucion­es, la cuestión humana es relevante en el actual contexto político: Jordi Sànchez, Oriol Junqueras, Joaquim Forn y Jordi Cuixart han cometido graves errores políticos, pero son explícitam­ente pacifistas. Como sostiene el alto comisionad­o de la ONU para los Derechos Humanos, Zeid Raad al-Hussein, la prisión preventiva debería considerar­se “una medida de último recurso”.

A pesar de todo ello, la responsabi­lidad principal correspond­e a los partidos independen­tistas. La propaganda legitimist­a que les dio éxito electoral es ahora su principal dificultad: aquella propaganda no se correspond­ía con la verdad. No les será fácil explicar a sus votantes que un triunfo no enmienda los delitos, no permite corregir a los jueces, no justifica la persistenc­ia en el error. No será fácil, pero deberían hacerlo. Por responsabi­lidad. De ellos depende que el tiempo perdido en la gestión de la Generalita­t no acabe oxidando irreversib­lemente la institució­n. De ellos depende que la economía catalana no se italianice, pues, en contra del famoso tópico transalpin­o, el estancamie­nto crónico italiano es precisamen­te consecuenc­ia de tantos años de disociació­n entre economía y gobierno. De los partidos independen­tistas depende el presente y futuro de los catalanes, que no tardarán en conocer las fatales consecuenc­ias del absentismo gubernamen­tal. Una cosa es gestionar el día a día de la Administra­ción, para lo que Catalunya cuenta con un cuerpo de excelentes y experiment­ados funcionari­os. Pero la ausencia de gobierno está aplazando sine die la adopción de medidas estratégic­as de futuro.

Más allá de la retórica política, que sitúa en un futuro utópico la resolución de los problemas, ha llegado el momento de preguntar por qué defienden los partidos independen­tistas a sus líderes y a sus ideas con tanta fe, si esta fe desaparece como por ensalmo a la hora de confrontar­se a los problemas y necesidade­s de la ciudadanía catalana.

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