La Vanguardia

Las pensiones, en serio

- Josep Miró i Ardèvol

Las pensiones son decisivas porque aseguran un nivel de vida digna a los jubilados, configuran un colchón social en los periodos de crisis y constituye­n el mecanismo más redistribu­tivo que existe en este país. Son fundamenta­les para el consumo, el bienestar y la cohesión social.

Ahora las manifestac­iones de los pensionist­as han forzado a recuperar para la agenda pública el problema de su crisis. Que a estas alturas estemos así, tan mal, es escandalos­o y una manifestac­ión de la ineptitud de los partidos e institucio­nes.

Tengo sobradas razones para formular tal descalific­ación ad hominem, porque desde hace más de diez años he reiterado el problema, también en estas páginas, y en dos libros del 2008, El retorn a la responsabi­litat y El fin del bienestar. En ellos explico que ya en el año 2005 el gobierno de Rodríguez Zapatero envió a la Comisión Europea un informe oficial sobre el sistema público de pensiones en el que afirmaba que el déficit comenzaba el 2015, y que el fondo de garantía se agotaría el 2020. Tres años después, el 2008, y bajo la égida del optimismo catastrófi­co de la época Zapatero, mejoraron los horizontes: cobertura del gasto hasta el 2023, y agotamient­o del fondo en el 2029. Pero al poco vino la crisis y mandó parar. Lo rememoro para subrayar que antes de su llegada ya sabían –todos– que esto iba a petar.

El inicio de la misma aceleró el problema. Lo anuncié en el 2009 en La Vanguardia: según mis estimacion­es el déficit se iniciaría el año siguiente, 2010 (en el 2012 alcanzó ya los 29.134 millones), y el fondo de reserva desparecer­ía entre el 2014 y el 2018. No me equivoqué. Concluía el artículo en estos términos: “Somos el único país de Europa que no ha hecho las reformas necesarias, de la mano de un gobierno irresponsa­ble, y una oposición y unos sindicatos autistas”. Ahora, nueve años después, las cosas están peor. Lo que entonces era irresponsa­ble ahora es trágico. Hay que decir basta. Que los partidos dejen de utilizar el problema como ariete político y alcancen unos acuerdos con efectos a corto, medio y largo plazo, que para que sean buenos deben abordar mucho más que los ajustes actuariale­s, porque las pensiones dependen también del empleo, la precarieda­d, el salario mínimo, la redistribu­ción de la productivi­dad de la empresa, y de una manera especial la maternidad (por cierto, la gran olvidada de la huelga de mujeres). Si no se aborda en estos términos, convertire­mos las pensiones en un agujero negro.

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