Pablo Armesto enciende en la galería Marlborough sus esculturas de luz
Lúa Coderch y Vásquez de la Horra presentan sus obras recientes
Las construcciones de luz que presenta Pablo Armesto en Marlborough Barcelona enlazan con una línea de la historia del arte que aún no ha recibido la atención que merece. Las historias del arte publicadas hasta la fecha han privilegiado ciertos modos artísticos en detrimento de otros que también son válidos. Casi siempre se ha enfocado la atención hacia la pintura sobre tela o madera y hacia la escultura realizada en materiales sólidos. Sin embargo, existen otros modos. Existe un arte de la luz, a veces más fluido, que abarca desde buena parte del arte cinético y óptico –basado en el movimiento, la vibración y la percepción- y del cine experimental, hasta la fotografía más esencial –la que se expresa de acuerdo con el origen de la palabra: dibujar o escribir con luz-, y que se muestra con especial claridad en distintos tipos de instalaciones o esculturas de luz y color, siempre en relación con el espacio, el tiempo y la percepción. En esta última línea James Turrell ha logrado realizar algunas obras sublimes.
Las esculturas de Pablo Armesto –nacido en Suiza en 1970 y afincado en Asturias– enlazan con algunas propuestas surgidas a mediados del siglo XX, por ejemplo con las vibraciones blancas de Jesús Rafael Soto, las puntuaciones luminosas de Pol Bury y las cajas luminosas e instalaciones de luces alternas de Julio Le Parc. Sus esculturas, de pared o exentas, renuevan esa línea de trabajo basada en la combinación, en una misma obra, de elementos sólidos inmutables y de elementos dinámicos y luminosos.
Armesto dibuja y esculpe tramas y relieves, lluvias luminosas y geometrías estelares y radiantes. Incorpora tecnologías recientes, como la fibra óptica, la iluminación por leds y, en una de las piezas, una aplicación que interactúa con los movimientos del público, cuyos ritmos traduce a un lenguaje luminoso: una escultura de líneas de luz se enciende y se apaga como el pulso o parpadeo de una estrella. Esta pieza se aprecia mejor cuando ya ha oscurecido. Marlborough Barcelona. Enric Granados, 68. Hasta el 24 de marzo.
Sandra Vásquez de la Horra .En esta exposición de obra reciente, titulada Meridianos, los dibujos de la artista chilena han crecido y se despliegan en polípticos, y a veces toman relieve y se muestran en facetas de polígonos. Vásquez de la Horra prosigue con su narrativa dibujada de carácter metarrealista y surrealista. Y femenino, lo cual la distingue del surrealismo histórico, a menudo algo sádico y machista. La artista alude a acciones innobles de Pizarro y compañía, históricamente documentadas, aunque los anglosajones –por muy bien que cante y toque Neil Young en su espléndida Cortez The Killer– tampoco pueden dar muchas lecciones de ética, después del genocidio que aniquiló a tantos seres humanos, por ejemplo a la buena gente lakota. A tanto no llegó la codiciosa corona de Castilla. El tono extremado y humorístico y el alcance poético de sus dibujos no son fáciles de describir, pero la artista sabe poner títulos que representan bien su propuesta. Sirva esta secuencia de ejemplos: La vida detrás de una máscara, Órganos solitarios, El tango feroz, Deja eso que te está matando, De la tumba me levanto y Cuando salga a pasear por favor lleve su cuerpo. Los dibujos están a la altura de sus títulos. Galería Senda. Trafalgar, 32. Hasta final de marzo.
Lúa Coderch. Hacer literatura -narrativa, ensayo o poesía- por otros medios, por medios sonoros y plásticos. Y de ese modo llevar a cabo exploraciones sobre cuestiones concretas, trabajos de campo en torno a un tema, cuyos resultados no sean ya un neutro informe sociológico o de antropología cultural, sino una sugestiva exposición de arte compuesta por diversas instalaciones.
Este parece ser el programa, o una parte del proyecto, que está llevando a cabo Lúa Coderch, artista barcelonesa nacida en Perú, en la selvática Iquitos, en 1982. Coderch parece tener el cerebro muy bien estructurado, claridad de ideas y sensibilidad afinada. Su proyecto me recuerda a la vez a Sophie Calle y a Antoni Tàpies. Calle se propone también cada obra como una investigación especifica. Y Tàpies siempre dijo que, para ser un artista mejor, ante todo hay que leer libros sustanciosos. Leer antes que pintar o esculpir, leer antes de hacer y expresar. En la exposición The Girl With No Door On Her Mouth (La chica sin puerta en la boca), Coderch alude al mito de Eco para reflexionar sobre la falta de criterio, sobre la gente que sólo es capaz de repetir fórmulas ajenas y sobre lo difícil que resulta hablar con sentido. La muestra incluye un vídeo beckettiano, esculturas sonoras irrisorias, una instalación de cojines con versos y un disco que reúne frases tópicas que se usan para cortar una relación de pareja. Àngels Barcelona. Pintor Fortuny, 27. Hasta el 30 de marzo.