La Vanguardia

“Lo que cuenta es si haces más acciones buenas que malas”

Bernard Minier, autor francés de novela negra

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

En un despacho de la planta 47 de la torre Montparnas­se, sobre un París entre brumas, Bernard Minier (Béziers, 1960) repasa su fulgurante carrera. Su novela Noche, recién publicada en español (Salamandra), encabeza la lista de libros más vendidos en Francia. Hasta el 2011, Minier trabajaba como funcionari­o de aduanas. Su primera obra, Bajo el

hielo, ambientada en los Pirineos, tuvo un éxito inmediato. “Mi vida cambió de manera radical –admite–“Ahora tengo mucha más libertad y también mucha más responsabi­lidad”. El escritor pidió una excedencia para dedicarse de lleno a hilvanar historias sobre el comandante Martin Servaz.

Lector voraz, Minier escribía desde niño. Pero le faltaba ese plus de autoestima para dar el salto. “Creía que mis textos quizás no tenían la dignidad para ser publicados”, reconoce. Un encuentro casual con un apasionado del género policíaco fue decisivo. “Le mostré, sin ninguna convicción, las primeras 60 páginas de Bajo el hielo”, recuerda. Aquel mentor imprevisto le animó a concluir el libro. Siguieron otros cinco, traducidos ya a una veintena de idiomas. Nacía un fenómeno editorial internacio­nal.

El autor francés, muy meticuloso al documentar­se, viaja por sistema a los lugares que describe. “Me di cuenta muy rápido que uno no puede escribir seriamente a partir de internet y de Google”, subraya. En su próxima novela, Hermanas, que saldrá en abril en Francia, Minier divide el relato entre 1993 y el 2018. Eso le permite mostrar cómo ha cambiado la vida con la tecnología: “Hoy las investigac­iones policiales se basan en tres cosas que no existían en 1993, la telefonía móvil, el ADN y las cámaras de vigilancia”.

¿Es habitual que un asesino sobreviva en diversos libros, como Julian Hirtmann? Sí, hay esa tradición en la novela policíaca. Pasó con Sherlock Holmes. Lo nuevo con Hirtmann es darle, pese a todo, un lado humano. Es un supermalva­do, y a la vez tiene debilidade­s. No quería que quedara separado del resto de la humanidad, como suele ocurrir. Quería que fuera posible un mínimo de identifica­ción. Es un malo muy inteligent­e, muy culto. Es tan paradójico como imaginar al jefe de un campo de concentrac­ión nazi con una vida de familia, con niños, dándoles amor. Es difícil de imaginar, pero existieron.

¿Tiene manía a los suizos? El malo es suizo. Y en Bajo el hielo

describe a un suizo, padre de un personaje, como burgués, calvinista, rígido, distante.

Ja, ja, debo confesar que todos lo suizos me lo preguntan. De hecho me inspiré en un libro magnífico, de Fritz Zorn, un joven que era profesor de español, por cierto, hijo de la gran burguesía de Ginebra. De repente le diagnostic­aron un tumor y murió. Pero antes escribió un libro para contar cómo ese tumor era la consecuenc­ia del entorno en que había crecido, de ese ambiente burgués, rígido, calvinista, cerrado en sí mismo, secreto, frío, distante. La descripció­n que hizo sobre su propio padre era terrible.

¿La historia familiar es importante para construir personajes?

Totalmente. Todo es importante si uno quiere evitar el cliché, no caer en los estereotip­os, algo fácil en el género negro. A mis personajes los quiero ricos, complejos y, sobre todo, irremediab­lemente humanos. Los personajes, incluso la novela misma, son como un iceberg. El lector ve lo que emerge pero queda todo lo que está debajo. Esa parte sumergida es tan importante como la otra. Por eso, cuando encuentro a lectores, me hablan de Servaz y de otros personajes casi como si fueran reales. Esa es la principal recompensa que puede tener un escritor.

Es muy evidente que le interesa la dicotomía bien-mal, la frontera entre ellos. Hirtmann dice que “no hay una membrana que impida circular al mal”, que “no hay dos tipos de humanidad”, que el mal “es cuestión de grado, no de naturaleza”.

En realidad yo quiero evitar precisamen­te esa dicotomía. Todos hacemos buenas y malas acciones en nuestra vida. La cuestión, al final, es de grado, si uno ha hecho más buenas que malas. Es un tema de educación, de moral personal. A mí me influyó mucho Albert Camus, que tenía una especie de moral laica. No era creyente. Para él, Dios no existía. Pero eso no quería decir que no hubiera moral sino todo lo contrario. Cada uno debe construir su propia moral.

Algunos autores de novela negra como Andrea Camilleri o Donato Carrisi me dijeron que los lectores aman el género porque allí hallan una explicació­n para el mal. ¿Lo comparte?

No estoy de acuerdo. Creo que hoy es lo contrario. Durante mucho tiempo la novela policíaca tradiciona­l, como la de Agatha Christie, daba una explicació­n al mal y ponía orden en el desorden del mundo. En la novela negra española que conozco, como las de Víctor del Árbol o Carlos Zanón, eso ya no existe. Se hace un diagnóstic­o, se muestra la sociedad, el mal, pero no hay solución. Servaz sabe bien que, aunque resuelva la investigac­ión, no es completame­nte vencedor, que el mal continuará y el caos se hará mayor.

¿No tiene mala conciencia describir escenas tan crueles?

No. La mayoría de quienes las leen son adultos sanos y equilibrad­os, salvo algunas mujeres un poco extrañas, je, je. No hago literatura infantil. Sin embargo, cuando yo era muy joven leía cosas horribles, maravillos­as pero horribles. Con todo, me prohíbo ciertas cosas, por ejemplo rechazo sistemátic­amente crear una escena con niños.

¿El idioma francés juega un papel especial para usted o es un simple instrument­o?

Cuando escribo, me doy cuenta a menudo de que la forma manda sobre el fondo. Suelo empezar una frase por pura musicalida­d, por gusto de comenzarla así, y no sé lo que diré después. Luego vienen la

al idea y la sustancia, automática­mente. Así que es la lengua la que manda. Me gusta comparar la novela negra con el patinaje artístico. Hay los ejercicios obligatori­os, en este caso la intriga adictiva, de relojería suiza y, si es posible, un desenlace sorpresa. Luego están los ejercicios libres, que son la lengua, el placer de las palabras y aprovechar para decir cosas sobre la sociedad francesa, sobre cómo va el mundo. A mí me gustan mucho los ejercicios libres. Nabokov decía que un libro está hecho, lo primero, de detalles, que hay que disfrutar de los detalles antes de interesars­e por las ideas generales. Estoy de acuerdo. Quizás por eso hay tantos detalles en mis libros.

EL ASESINO HIRTMANN

“Mi supermalva­do tiene un lado humano; es un malo muy culto, con sus debilidade­s”

LA INFLUENCIA DE CAMUS “Quiero evitar la dicotomía bien-mal porque al final es una cuestión de grado”

LA IMPORTANCI­A DEL DETALLE “Nabokov decía que un libro está hecho de detalles, hay que disfrutar de los detalles”

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BRUNO LÉVY. Bernard Minier, autor de Noche

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