Un gigante torturado
Mertesacker, defensa del Arsenal, desvela la cara B del fútbol: presión y sufrimiento
Para Per Mertesacker, un gigante de casi 2 metros que fue campeón del mundo con Alemania en el 2014, el fútbol se ha convertido en un calvario. El defensa, de 33 años, no ha esperado a colgar las botas a final de temporada con el Arsenal para confesar el sufrimiento que le provoca tener que enfrentarse a cada partido. Náuseas, vómitos, diarreas... Sólo espera que termine el curso para, afirma, “ser libre por primera vez en mi vida después de más de 30 años”. En el reverso de la fama, el dinero, las ovaciones o las palmaditas en la espalda, el fútbol tiene una desconocida cara B compuesta por soledad, presión y exceso de responsabilidad.
Mertesacker prefiere estar en el banquillo, o mejor en la grada, que en el terreno de juego, asegura en unas desgarradoras confesiones al semanario Der Spiegel. “Debido a la presión y a las expectativas que tiene la gente vomito antes de los partidos o tengo diarrea. Es como simbólicamente mi cuerpo dijera ‘esto es vomitivo’”. Un estudio de la Federación Internacional de Futbolistas Profesionales (FIFPro) indica que más del 35% de los 826 jugadores encuestados han sufrido síntomas de depresión y ansiedad, un cuadro que trasladado a la población en general afecta a una horquilla de entre el 13% y el 17%. La presión asociada a la alta competición ha arruinado carreras y vidas, pero los problemas se esconden a riesgo de que sean interpretados como signos de debilidad en un mundo de competencia extrema. “He explicado muchas veces que tengo la sospecha de que algunas de las lesiones que he tenido tienen un trasfondo psicológico, que el cuerpo intenta dar paz a la cabeza. Pero nadie lo ha investigado nunca”, afirma Mertesacker, en las filas del Arsenal desde el 2011.
El central explica que, en su caso, frustraciones como lesiones o malos resultados han funcionado como consuelo. “Todos piensan que es un drama cuando eres baja por lesión: al contrario, porque sólo así puedes descansar un poco”, confiesa. Relata, por otra parte, su experiencia en el Mundial del 2006 en Alemania: “Obviamente, lamenté nuestra eliminación contra Italia en semifinales, pero me sentí aliviado. Lo recuerdo como si fuera hoy. Sólo pensaba que se acabó, se acabó, todo se acabó. Por fin”.
Las explicaciones del veterano defensa han originado un debate en la Premier (el 78% de los 100 futbolistas profesionales de Inglaterra y Escocia consultados hace unos años consideró que la depresión es un problema importante en el fútbol profesional británico). En Alemania, el exinternacional Lothar Matthäus se muestra crítico con Mertesacker: “No estaba obligado a jugar en el equipo nacional (104 partidos en total). Lo hizo voluntariamente. Podía haber parado si la presión hubiera sido demasiado grande”.
El jugador quiere que todo acabe. Las náuseas, las repetidas diarreas antes de cada partido que, calcula, se han producido en más de 500 días de su vida: “Durante un tiempo sólo toleraba fideos con un poco de aceite de oliva, pero no quise dramatizar”. Dice que, a pesar de todo, es un privilegiado, que todo ha valido la pena por los recuerdos, aunque el peaje es cuantioso: “Es difícil de explicar, pero es como un remolino del que no puedes salir. El salario, por supuesto, siempre ha sido un argumento, es un montón de dinero. Nunca diría que me han pagado demasiado. Sé lo que he hecho, la carga que he tenido que soportar. Lo que he perdido, la juventud, privacidad y libertad. Pero lo elegí de esa manera, nadie me obligó a hacerlo”.
Cuando se retire en junio, Per Mertesacker, que a los 11 años no se veía futbolista, a los 14 estuvo un año parado para prevenir problemas en las rodillas y a los 21 sufrió la primera lesión grave, pasará a dirigir la academia de jóvenes del Arsenal desde una perspectiva antisistema. “Un consejo: que los jóvenes futbolistas no se centren sólo en el fútbol, que estudien, que diversifiquen sus vidas. Los talentos no pueden poner todos sus objetivos en el fútbol: desconocen la escuela”.