Una nacionalidad discreta (1)
Si Facebook fuera un país tendría más habitantes que China. Sus 1.900 millones de usuarios superan ampliamente los 1.400 millones de nacionales chinos. El ranking seguiría con India, 1.300; WhatsApp, 1.200; FB Messenger, 1.000; QQ, 877; y WeChat, 846. Trece de las veinte primeras posiciones serían para redes sociales si estas fueran países.
Si pintamos un mapa del mundo con los colores de la red social más utilizada en cada país, el azul de Facebook tiñe América, Europa, buena parte de África, India y Pakistán, Mongolia, el Sudeste Asiático y todo Oceanía. Rusia con VKontakte, China con Qzone y Botswana, Mozambique, Namibia, Irán e Indonesia con Instagram, añaden color al planeta azul.
Actualmente nuestra identidad nacional viene determinada por un espacio y un tiempo; depende del territorio y momento histórico en el que nacemos y del Estado que nos la certifica. El color de nuestro pasaporte lleva asociados unos derechos y unas obligaciones que son diferentes de los de otros colores. Hasta hace poco en la respuesta a “quién eres?” aparecían invariablemente los apellidos de los padres, la profesión y el nombre de un Estado.
Pero esto en un contexto de sociedad líquida es cada vez menos cierto. El trabajo, tradicionalmente una fuente importante de identidad ya no es –ni será– lo que era: nuestros padres tuvieron el mismo trabajo toda la vida, nosotros hemos tenido cinco o seis a lo largo de la nuestra y nuestros hijos tendrán cinco o seis, ¡a la vez! Las clases medias, a menudo demasiado dependientes de modelos productivos basados en átomos –y que por ello, no sólo no han recibido los beneficios de la digitalización, sino que han sufrido sus consecuencias– son las responsables de fenómenos como el trumpismo en EE.UU., del Brexit en Gran Bretaña, del independentismo en Catalunya y del nacionalismo en España. Todos estos fenómenos están estrechamente ligados a los átomos de un territorio.
Y estos fenómenos no se explican sin las redes sociales, sin la colisión de los estados nación del XIX con los bits nación del XXI. En los bits nación, la autoridad que certifica la nacionalidad de sus habitantes son los mismos habitantes que se reconocen unos a otros con sus “me gusta”. Piense en la última vez que exigió a algún contacto de Facebook su DNI digital para que demostrara quién era en realidad. Piense también en la última vez que lo utilizó y los cientos de veces que cada día utiliza sus múltiples identidades digitales: la de Facebook, la de Google, la de Apple, la de WhatsApp, la de Twitter ...
Hoy a la respuesta de “¿quién eres?” aparecen antes los colores de las redes sociales que los de los pasaportes, salen antes nuestras competencias digitales que la profesión, sale antes nuestro alias que nuestros apellidos. La nacionalidad ya no es monolítica como en el siglo XIX, ni líquida en el sentido de Bauman, sino que es discreta, en el sentido de unos y ceros, en el sentido de digital.
Facebook tiene más habitantes que China; ¿es nuestra identidad digital la nueva identidad nacional?