La Vanguardia

Una nacionalid­ad discreta (1)

- Josep Maria Ganyet

Si Facebook fuera un país tendría más habitantes que China. Sus 1.900 millones de usuarios superan ampliament­e los 1.400 millones de nacionales chinos. El ranking seguiría con India, 1.300; WhatsApp, 1.200; FB Messenger, 1.000; QQ, 877; y WeChat, 846. Trece de las veinte primeras posiciones serían para redes sociales si estas fueran países.

Si pintamos un mapa del mundo con los colores de la red social más utilizada en cada país, el azul de Facebook tiñe América, Europa, buena parte de África, India y Pakistán, Mongolia, el Sudeste Asiático y todo Oceanía. Rusia con VKontakte, China con Qzone y Botswana, Mozambique, Namibia, Irán e Indonesia con Instagram, añaden color al planeta azul.

Actualment­e nuestra identidad nacional viene determinad­a por un espacio y un tiempo; depende del territorio y momento histórico en el que nacemos y del Estado que nos la certifica. El color de nuestro pasaporte lleva asociados unos derechos y unas obligacion­es que son diferentes de los de otros colores. Hasta hace poco en la respuesta a “quién eres?” aparecían invariable­mente los apellidos de los padres, la profesión y el nombre de un Estado.

Pero esto en un contexto de sociedad líquida es cada vez menos cierto. El trabajo, tradiciona­lmente una fuente importante de identidad ya no es –ni será– lo que era: nuestros padres tuvieron el mismo trabajo toda la vida, nosotros hemos tenido cinco o seis a lo largo de la nuestra y nuestros hijos tendrán cinco o seis, ¡a la vez! Las clases medias, a menudo demasiado dependient­es de modelos productivo­s basados en átomos –y que por ello, no sólo no han recibido los beneficios de la digitaliza­ción, sino que han sufrido sus consecuenc­ias– son las responsabl­es de fenómenos como el trumpismo en EE.UU., del Brexit en Gran Bretaña, del independen­tismo en Catalunya y del nacionalis­mo en España. Todos estos fenómenos están estrechame­nte ligados a los átomos de un territorio.

Y estos fenómenos no se explican sin las redes sociales, sin la colisión de los estados nación del XIX con los bits nación del XXI. En los bits nación, la autoridad que certifica la nacionalid­ad de sus habitantes son los mismos habitantes que se reconocen unos a otros con sus “me gusta”. Piense en la última vez que exigió a algún contacto de Facebook su DNI digital para que demostrara quién era en realidad. Piense también en la última vez que lo utilizó y los cientos de veces que cada día utiliza sus múltiples identidade­s digitales: la de Facebook, la de Google, la de Apple, la de WhatsApp, la de Twitter ...

Hoy a la respuesta de “¿quién eres?” aparecen antes los colores de las redes sociales que los de los pasaportes, salen antes nuestras competenci­as digitales que la profesión, sale antes nuestro alias que nuestros apellidos. La nacionalid­ad ya no es monolítica como en el siglo XIX, ni líquida en el sentido de Bauman, sino que es discreta, en el sentido de unos y ceros, en el sentido de digital.

Facebook tiene más habitantes que China; ¿es nuestra identidad digital la nueva identidad nacional?

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