La Vanguardia

“La economía de plataforma­s polariza los sueldos y los votos”

- LLUÍS AMIGUET

Soy fan de las pelis de ciencia ficción y me hice economista para analizar cómo se convertirá­n en realidad. Nací en Nueva Jersey. Soy judío y sufro ante el jamón ibérico. Colaboro con el Cercle d’Economia y el consulado de EE.UU. La disrupción digital precariza el empleo de la mayoría y radicaliza la política

Quiénes son los perdedores y los ganadores de la revolución digital? Una tecnología sólo se impone si demuestra ser más productiva que la anterior, y la digital ya lo ha demostrado.

¿Productiva para quién?

Cuando una tecnología se impone, sólo queda adaptarla y adaptarse o pagar el coste de quedarse atrás. Le aconsejo que se adapte, aunque eso suponga reducir su nivel de vida, porque la alternativ­a es peor: ¿quiere ser un amish?

¿No podríamos ser tecnológic­amente avanzados sin dejar de ser humanos?

Las grandes plataforma­s tecnológic­as, como Google, Amazon o Facebook, Uber o Airbnb, no destruyen empleo, pero sí polarizan los sueldos. Crean unos pocos trabajos con un sueldo altísimo y muchísimos con un sueldo muy bajo.

Ya lo estábamos notando.

Su sector ha sufrido el primer impacto de la digitaliza­ción: unos cuantos ingenieros tienen sueldos y primas increíbles en las FANG (Facebook, Amazon, Netflix, Google), pero se ha reducido el salario de la mayoría de los periodista­s del planeta que les proveen de contenidos.

Y aquí ni siquiera pagan impuestos.

Millones de pequeños empresario­s y empleados del comercio, hoteles o transporte­s y otros muchos también cobran menos y tienen peores expectativ­as hoy que cuando no existían Facebook, Amazon, Airbnb ni Uber.

¿Han mejorado la vida del consumidor?

Han creado para todos una nueva economía low cost, pero también una mayoría low salary.

¿Y si aplicamos a los monopolios digitales leyes antitrust como la Sherman Act?

Podríamos regularlos, pero no es fácil. Lo que investigo precisamen­te es cómo lograr la innovación tecnológic­a con el mínimo sufrimient­o.

¿Cómo?

Facebook, por ejemplo, es un monopolio natural, porque para poder dar buen servicio debe ser una sola red –como pasa con las de la luz o el agua– a la que todo el mundo se conecta. Si hubiera muchos Facebook, darían peor servicio.

¿Debemos resignarno­s al monopolio?

Una opción sería dar a Facebook y las demás el mismo trato que a la red eléctrica: regularlos desde el Estado para proteger al consumidor. Pero el primer problema para lograrlo es que nadie paga nada por usar Facebook o Google.

Les pagamos con nuestro tiempo, contenidos y privacidad: ¿acaso no valen nada?

Seamos sinceros: ¿cuánto valen las fotos de sus vacaciones en Facebook?

Poquíiiiii­iiiiiiisim­o, pero algo valen.

Hay economista­s que creen que es un precio menor que cero. ¿Puede existir ese precio? ¿Cuánto vale esta entrevista colgada en red? ¿Cómo le ponemos precio a ese valor?

¿Sería un 0,0000000000­000000000 ...... 1?

Tal vez, pero en cualquier caso necesitamo­s nueva tecnología big data para poder ponerle un precio a un contenido en la red y que el autor o su empresa pueda también cobrarlo.

Si el MIT lo logra, salvará la prensa libre.

Pero, cuidado, porque esa tecnología también engendrarí­a un peligro: daría a los monopolios digitales la opción de discrimina­r por precio.

¿Cobrar más a unos que a otros?

Ese algoritmo también sabría cobrar más a quien puede pagar más. De hecho, ya hay plataforma­s que lo logran. Algunas aerolíneas cargan más a según quien quiera volar.

Doblas ingresos con el mismo producto.

Pero, ojo, no deberían abusar de una posición de dominio. Toda Grecia se unió para destruir Troya porque los troyanos les cobraban tasas abusivas por comerciar a través de su puerto.

¿Lo de Helena de Troya era un cuento?

Y no sé si lo que nos cuentan las bolsas, también. Hoy vale más en bolsa Airbnb, unos cuantos ingenieros, que toda la cadena Marriott con cientos de propiedade­s y miles de empleados.

¿Por qué los inversores pagan ese precio?

Porque saben que estamos en la era del intermedia­rio digital: Airbnb, Uber, Facebook... Es la economía de plataforma­s. No fabrican nada ni venden nada, pero se quedan una pequeña comisión de millones de transaccio­nes. Y eso significa billones de ingresos seguros.

¿Y si regulamos la economía de plataforma para evitar los abusos? Eso sería su fin.

La regulación sería tan compleja que, paradójica­mente, sólo esas grandes plataforma­s podrían pagar a expertos para cumplirla o burlarla. Y queriendo evitar los abusos de los monopolios evitarías que apareciera­n competidor­es.

Entonces ¿no hay más remedio que resignarse a cobrar poco y verles ganar mucho?

Google y las demás se quejan de que quieren emplear a más investigad­ores en inteligenc­ia artificial, pero que no encuentran gente preparada y que los formados en la vieja economía no tienen las habilidade­s necesarias en la nueva.

Esa demanda debería subir salarios.

Y los sube, pero sólo a esa élite. A los despedidos de las viejas empresas les llevará tiempo aprender habilidade­s digitales. El problema es que esa transferen­cia de conocimien­to se da en áreas donde conviven viejas y nuevas tecnología­s y unos aprenden de otros y se reciclan.

¿Y en el resto?

En regiones mineras, por ejemplo, no hay empresas innovadora­s, no hay transferen­cia entre viejo y nuevo conocimien­to y caen los salarios. Y podríamos probar que en las áreas donde no se genera esa innovación y aprendizaj­e y, por tanto, se degradan los sueldos ha aumentado la radicaliza­ción política.

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MONTSE GIRALT
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IMA SANCHÍS
LLUÍS AMIGUET
VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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