El optimismo del diablo
EL aforista Karl Kraus escribió que “el diablo es optimista si cree que puede hacer más malo al hombre”. La noticia de la muerte de Gabriel, el niño de ocho años cuyo rostro hemos visto miles de veces en los medios de comunicación desde que desapareció hace trece días en Níjar (Almería), ha conmocionado a la sociedad española. La detención de su madrastra el domingo, cuando trasladaba el cuerpo sin vida del pequeño en el maletero del coche, desconcierta y nos llena de estupor. Pero también de miedo, porque causa pavor pensar en el dolor que puede causar un ser humano víctima de su maldad.
Las audiencias en las televisiones se dispararon el domingo, cuando se detuvo a la presunta culpable, a quien los investigadores pusieron una trampa que la llevó a desenterrar el cadáver de Gabriel de un pozo, para intentar esconderlo en otro lugar que le pareció más seguro. Ayer no se hablaba de otra cosa en las tertulias radiofónicas. Santiago Ramón y Cajal, que era un hombre sabio, redactó en sus memorias que muchas veces había pensado si el mal no estaba puesto en el universo como un asunto de trabajo y un incentivo a nuestra curiosidad. El país se acercó con impudor al caudal de información, que amenazaba con desbordar el cauce de las noticias. Y hubo quien abrió desde la política el debate sobre la prisión permanente, como si arreglara conciencias, como si hubiera que legislar después de cada tragedia.
No es fácil buscar en la racionalidad respuestas. Es comprensible intentar comprender las razones del otro, incluso en los casos más terribles. Pero puede que a veces no existan. La maldad se cuela en las biografías por páginas que no estaban escritas. “Quien con monstruos lucha, cuide de convertirse a su vez en monstruo”, advertía Nietzsche. ¿Cómo alguien puede estrangular al niño al que todos llamaban el Pescaíto, porque se sabía el nombre de todos los peces? La respuesta nos ahoga. Y nos deja en silencio.