Francisco, la reforma inacabada
Algunos cambios de Bergoglio son evidentes, otros avanzan con lentitud
El 22 de julio del 2013 hubo momentos de alarma entre los periodistas que seguíamos a Francisco. Acababa de aterrizar en Río de Janeiro. Era su primer viaje al extranjero tras ser elegido papa, el 13 de marzo de aquel año. Las pantallas del centro de prensa, junto a la playa de Copacabana, ofrecían las imágenes en directo, desde un helicóptero. Bergoglio iba en un utilitario, un Fiat Idea plateado, con la ventana abierta. El chófer enfiló una avenida equivocada. La masa de gente se abalanzó sobre el vehículo y le cerró el paso. No había protección suficiente. Los guardaespaldas del Pontífice se pusieron muy nerviosos.
Aquella caótica escena carioca fue simbólica de la nueva era. El papa latinoamericano había renunciado a los Mercedes negros blindados y al apartamento en el Palacio Apostólico. “Quiero una Iglesia pobre y para los pobres”, nos había dicho en el primer encuentro con los informadores, en Roma. Ahora predicaba con el ejemplo.
Concluida la Jornada Mundial de la Juventud en la ciudad brasileña, se produjo otro hecho que marcaría el pontificado. En el vuelo de regreso a Roma, Francisco aceptó una rueda de prensa, sin filtros previos, en la que contestó a todo. “¿Quién soy yo para juzgar a un gay?”, dijo, en respuesta a una pregunta. Ningún otro papa se había expresado así sobre la homosexualidad.
Pasado casi un lustro, otro viaje al exterior, en enero pasado, a Chile y Perú, permitió calibrar los límites y las dificultades de la gran reforma anunciada. La visita a Chile fue un desastre. Francisco se enredó en un asunto envenenado. Defendió al obispo Juan Barros, sospechoso desde hace años de encubrir a un cura abusador sexual, Fernando Karadima. Las víctimas se sintieron traicionadas por el Papa, que hubo de presentar excusas.
Lo sucedido en Chile expuso un problema más amplio. Muchos analistas creen que la lucha contra la pederastia ha sido uno de los puntos débiles de Francisco. No se ha empleado a fondo. Pese a la política de “tolerancia cero” y la comisión creada para ocuparse del asunto, se calcula que 1.800 casos se acumulan en la Congregación para la Doctrina de la Fe. La irlandesa Marie Collins, antigua víctima, dimitió como miembro de la comisión, cansada de las trabas burocráticas y la actitud de torpedeo sistemático en la curia. El viaje papal a Irlanda, en agosto, podría marcar un punto de inflexión. Su presencia allí, epicentro del escándalo de los abusos, será clave para ganar credibilidad.
El Papa es consciente de que los cambios son laboriosos. En el discurso para felicitar la Navidad a la curia, el pasado 21 de diciembre, citó una frase célebre del arzobispo belga Frédéric-François de Mérode, en el siglo XIX. “Hacer la reforma en Roma es como limpiar la Esfinge de Egipto con un cepillo de dientes”, dijo. Francisco admitió que la curia “es una institución antigua, compleja y venerable, compuesta de hombres que provienen de muy distintas culturas, lenguas, construcciones mentales”, por lo que se precisa “mucha paciencia, dedicación y delicadeza para alcanzar el objetivo”.
La transformación en el talante y en el tono es innegable. Francisco ha puesto el acento en la misericordia. Su actitud de acogida y protección a los inmigrantes ha sido ejemplar y muy valiente. Lo ha hecho en un entorno difícil en Italia y en el mundo. Su primer desplazamiento fuera de Roma fue a la isla de Lam-
UN ESCÁNDALO AÚN VIVO El desastroso viaje a Chile evidenció los problemas al abordar los abusos sexuales
CONSCIENTE DEL DESAFÍO “Reformar Roma es como limpiar la Esfinge de Egipto con un cepillo de dientes”
pedusa. Otros dos gestos decisivos fueron la misa en la frontera fortificada entre Estados Unidos y México, en febrero del 2016, y la visita a Lesbos, en abril del mismo año. De la isla griega se llevó en su avión a 12 refugiados sirios. Puso así en evidencia a los gobiernos europeos reacios a la generosidad ante el drama.
La reforma de la curia ha hecho avances, si bien insuficientes. El consejo de nueve cardenales de todo el mundo que lo asesora, conocido como C-9, se ha reunido ya en 23 ocasiones. No obstante, aún no se ha aprobado la nueva Pastor bonus, la constitución interna que regula el funcionamiento de los órganos directivos de la Iglesia.
Lo que se reconoce a Francisco es el gran progreso en la reforma y transparencia de las finanzas vaticanas, uno de los lastres que heredó. El Instituto de Obras para la Religión (IOR) difícilmente podrá blanquear capitales como hizo en el pasado.
En el ámbito de la mujer, la retórica a favor de su mayor protagonismo en la Iglesia se ha plasmado
TRANSPARENCIA FINANCIERA El IOR ya no podrá blanquear capitales como sucedió en el pasado
TÍMIDA APERTURA La posibilidad de ordenar diaconisas todavía no se ha materializado
poco. Ha habido algunos nombramientos, como el de la viceportavoz vaticana, Paloma García Ovejero, o de Carmen Ros Nortes como subsecretaria de uno de los dicasterios, ambas españolas. Pero hubiera sido una señal muy potente, esperanzadora, haber autorizado, de un plumazo, a las mujeres ser diaconisas. Eso estaría entre las competencias del Papa, sin tocar la doctrina, pero decidió crear una comisión de estudio que aún no ha presentado conclusiones.
Francisco ha sido un ariete muy agresivo contra ciertos aspectos de la globalización y redactó la primera encíclica ecológica, Laudato si. Algunos de sus críticos, como el vaticanista Sandro Magister, consideran que practica un “populismo místico” algo desfasado. Pero el Papa sigue su camino. Le gusta viajar a las periferias del catolicismo –ha estado en Albania y en Corea, pero ha evitado países centrales para la historia cristiana como España, Francia o Alemania– y su sueño es introducirse en China, un objetivo para el cual la diplomacia vaticana está moviendo muchos hilos y que puede dar en breve una sorpresa.