La Vanguardia

Noticia de dos cónclaves

- María-Paz López

En el desenlace de un cónclave, las más de las veces se llega a la plaza de San Pedro de Roma a la carrera y sin resuello. Entre la fumata blanca que anuncia la elección de un nuevo papa, y la aparición del elegido en el balcón de la basílica, suelen transcurri­r unos 45 minutos, lo necesario para completar el ritual y que el nuevo pontífice se vista. Para la gente de a pie es un margen de tiempo relativo, pues en la plaza se juntan multitudes, abundan los codazos, y hay que intentar ubicarse de modo que el obelisco central no te tape la visibilida­d del anhelado balcón.

Jorge Mario Bergoglio, el argentino que hace hoy cinco años fue elegido Papa con el nombre de Francisco, se asomó ahí en la lluviosa noche del 13 de marzo del 2013. Resultó una sorpresa, pero también una constataci­ón. La sorpresa fue que el jesuita de Buenos Aires, que en el cónclave del 2005 había frenado ante los cardenales electores su propia opción al papado ante Joseph Ratzinger, dijera sí esta vez.

La constataci­ón fue que nunca debe darse por derrotada a una u otra de las corrientes de fondo que impregnan el Colegio Cardenalic­io, pues, como los ojos del Guadiana, volverá a emerger. Se vio en esos dos cónclaves, y se ha visto en estos cinco años de pontificad­o con la pugna soterrada entre Francisco y un sector de la curia romana –llamémosle conservado­r, para abreviar– por las reformas que el Papa y otros en la Iglesia creen necesarias.

En el cónclave del 2005, los cardenales inquietos ante la seculariza­ción y deseosos de una mano de hierro para guiar a la Iglesia católica, se hicieron fuertes en torno a Ratzinger. Bergoglio obtuvo 40 votos en el tercer escrutinio; si sus partidario­s se hubieran enrocado, habrían convertido en matemática­mente imposible la elección del alemán. Pero el argentino no quiso, y el 19 de abril del 2005, Ratzinger fue elegido papa al cuarto escrutinio. En el cónclave siguiente, los vencidos del 2005, beneficián­dose del impacto que la dimisión de Benedicto XVI tuvo en los vencedores, lograron imponer la reputación pastoral de Bergoglio. Y él aceptó; fue elegido al quinto escrutinio.

De las dos estampidas que esta cronista ha vivido en dirección a la plaza de San Pedro, le queda en la retina un contraste radical en el momento en que el elegido se asomó al balcón de la basílica. En el 2005, para divisar a Ratzinger sólo había que esquivar el obelisco. Ocho años después, para atisbar a Bergoglio hubo que sortear un mar de tabletas y móviles, alzados por el gentío para fotografia­rle. Era otro signo de los tiempos; hizo casi imposible verle.

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