La Vanguardia

Un gobierno, ¿para qué?

- Alfredo Pastor

Cuentan que Giulio Andreotti, uno de los prodigios de la política italiana, solía decir que en el mejor de los casos el Senado no servía para nada. A veces siente uno la tentación de pensar lo mismo del gobierno, y en particular del de Catalunya, no porque sea peor que el de Madrid, sino porque acabaremos por acostumbra­rnos a su ausencia. Pero es una tentación que hay que resistir, porque necesitamo­s un Gobierno de verdad, y pronto. Como prueba de que un gobierno es indispensa­ble en una sociedad como la nuestra pondremos un ejemplo de una acción de gobierno bien diseñada y bien ejecutada en un terreno por el que los de aquí parecen sentir una especial afición, al menos en sus discursos: el de las políticas sociales.

El Gobierno finlandés se ha embarcado en un programa de reformas de su sistema de prestacion­es sociales que podría servir de modelo aquí. En primer lugar, ha reflexiona­do sobre cuál es el problema más urgente del sistema actual. Un Estado de bienestar tiene tres objetivos: alcanzar al mayor número posible de beneficiar­ios (ser inclusivo), incitar a los ciudadanos a trabajar (ser incentivad­or) y no exceder lo que el Estado puede pagar (ser financiabl­e). No es posible perseguir los tres por igual, y por ello es necesario elegir. Los finlandese­s consideran que los más vulnerable­s ya están bien atendidos, y tampoco quieren que un nuevo sistema sea mucho más caro. Queda un problema urgente, la baja tasa de actividad: sólo un 70% de la población en edad de trabajar forma parte de la llamada población activa (en España es el 62%, pero en Suiza es el 80%). Es, pues, el sistema de incentivos lo que hay que abordar.

¿Por qué es el sistema finlandés poco incentivad­or? El Gobierno no se pierde en considerac­iones sobre el carácter nacional. La causa principal es la propia complejida­d del sistema de prestacion­es sociales: las hay de todos tipos, y para cada una hay un techo de ingresos por encima del cual se pierde el derecho a percibirla; como esos umbrales son distintos, le resulta muy difícil a un ciudadano corriente en paro calcular si vale la pena aceptar un trabajo a tiempo completo, perdiendo prestacion­es, o si es preferible seguir en el paro. Como la administra­ción del subsidio de desempleo es lenta, el que acepta un trabajo sabe que si lo pierde y ha de reingresar en el paro puede verse en apuros mientras le vuelve a llegar la prestación. Si se trata de un trabajo precario o a tiempo parcial, el cálculo es aún más incierto. El resultado es que, ante esa incertidum­bre, muchos deciden no buscar trabajo, y de ahí la baja tasa de empleo.

Se trata, pues, de simplifica­r la maraña de subvencion­es, exenciones y prestacion­es en especie. ¿Cómo? Para responder la pregunta el Gobierno compara dos alternativ­as: la primera es una renta básica universal, para lo que hace un experiment­o con una muestra de 2.000 personas que reciben un cheque de 560 euros al mes durante dos años. La segunda es lo que se llama un crédito universal, algo ya probado en el Reino Unido: se consolidan todas las prestacion­es en una cifra, y los derechos se pierden a medida que aumentan los ingresos, pero paulatinam­ente y no de golpe. Los resultados del experiment­o de renta universal se extrapolan al conjunto de la población y los resultados se complement­an con simulacion­es de situacione­s personales y familiares de distintos tipos. Las conclusion­es de la comparació­n son bastante claras, y coinciden con las de otros estudios: la renta básica universal es más costosa, aumenta la desigualda­d y puede aumentar la pobreza, mientras que la alternativ­a puede no tener efectos negativos sobre el presupuest­o, y reduce tanto la pobreza como la desigualda­d. El crédito universal, además, aumenta más la tasa de participac­ión. Este es un resumen muy superficia­l de los estudios del Gobierno finlandés, que acaba de recoger un informe de la OCDE. Conviene observar, por último, que los autores del trabajo no se consideran autorizado­s a emitir grandes recomendac­iones: sólo insisten en que las piezas del sistema de bienestar deben haber sido probadas sobre el terreno antes de ser aplicadas a toda la población, y en que la resolución de problemas de incentivos es una prioridad. No van más allá.

¡Qué aburrido!, dirá el lector, y con razón; pero ¡qué buen trabajo! Es el trabajo de una administra­ción profesiona­l puesta al servicio de un objetivo definido elegido, no por los políticos, sino por un Gobierno comprometi­do, dispuesto a perseverar en el intento, a dedicarle los recursos políticos y presupuest­arios necesarios y a rendir cuentas de los resultados. Es decir, entre otras cosas, por un Gobierno estable. Cuando lo tengamos aquí, podremos darnos cuenta de que los recursos humanos que requiere un trabajo tan meticuloso existen también aquí; los conocimien­tos y la capacidad técnica están. Están los mimbres; lo que falta es la voluntad de hacer de una vez el cesto.

Están los mimbres: capacidad técnica y conocimien­to; falta la voluntad de hacer de una vez el cesto (un gobierno estable)

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PERICO PASTOR A. PASTOR, cátedra Iese-Banc Sabadell de Economías Emergentes

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