Cine para recordar
Gran película la de Los archivos secretos del Pentágono! Bien interpretada, bien dirigida, muy buen guion. De hecho, en una primera aproximación, parece que el núcleo central de la historia esté en el papel de la prensa en una sociedad democrática. ¿Pueden unos papeles secretos y confidenciales salir a la luz pública, incluso con el riesgo de perjudicar los intereses del país? Cuando el Tribunal Supremo resuelve a favor de los periódicos que han publicado aquellos archivos secretos, lo hacen invocando el papel de la prensa como garante de las libertades. Con toda solemnidad, el Tribunal Supremo de Estados Unidos declara que la libertad de prensa está para proteger a los gobernados, no a los gobernantes.
Pero, en una reflexión un poco más profunda, se puede entrever que la cuestión va más allá. Lo que está en juego, dice el Tribunal, es impedir que la mentira esté protegida. Los sucesivos gobiernos de EE.UU. habían mentido a sus ciudadanos sobre el tema de Vietnam. Lo habían hecho diciendo que no irían a la guerra en aquel país, cuando ya la estaban preparando. Lo habían hecho –el mentir– cuando hablaban de ganar la guerra, cuando ya la daban por perdida. Lo hacían, esto de mentir, cuando señalaban que la guerra no tenía costes, cuando los recursos humanos y económicos que se perdían eran cuantiosos y evidentes. Mentían cuando apelaban al sentido patriótico de su acción, cuando la única justificación de la guerra era ocultar su mentira.
En la película se ve como la mentira tiene su propia vida. Se ve como crea y alimenta su propio escenario y se alimenta constantemente con nuevas mentiras. Y denunciar la mentira es traición, es ir contra la libertad, contra el progreso, contra la democracia. No es la mentira la que se confronta con los valores de la democracia y de la libertad, sino que se convierte la denuncia de la mentira en una acción contra las raíces patrióticas de la sociedad.
Pero la mentira era mentira. La guerra no era necesaria; era contraria a la Constitución americana; no se podía ganar, dividía a la sociedad, perjudicaba su futuro, amenazaba el progreso. La mentira ponía en peligro la cohesión social y alejaba los objetivos que todos –o, en todo caso, muchos más– podían compartir.
Esto tiene más ejemplos. También actuales. Ahora, en cierta forma aumentados por el riesgo de que las redes sociales den alas a la mentira, más protegida por la no necesidad de justificarse ni fundamentarse. Alimentar pasiones hace más creíbles los objetivos imposibles. Somos ahora más vulnerables a la mentira, porque es más fácil aún hacerla llegar a todo el mundo, con la apariencia de una verdad que sólo los sentimientos permiten aceptar. La mentira no es nunca el camino de la libertad.
El engaño tiene muchas variantes. La mentira tiene muchos disfraces. Y la política no es ajena a la manipulación. Pero cuando el engaño no es una concesión puntual, sino un paradigma de la actuación de un grupo socialmente dominante, los riesgos son enormes. Convertir al ciudadano no sólo en víctima del engaño sino también en copartícipe muy intencionado de la mentira puede generar –y la historia lo refrenda– un descalabro colectivo que deja huella para mucho tiempo. La mentira, si no se descubre, hace mucho daño; pero si se llega a percibir, aún hace mucho más.
En Estados Unidos, de Vietnam, la historia de una gran mentira, todavía hablan, la recuerdan y sufren las consecuencias.
En ‘Los archivos secretos del Pentágono’ se ve cómo se convierte la denuncia de la mentira en una acción contra las raíces patrióticas de la sociedad