Y nos quejamos de los diacríticos
Bastará con tres ejemplos para captar la naturaleza de las minúsculas heridas que provocan las grandes luchas lingüísticas
Este viernes, la académica portuguesa Margarita Correia, de la Universidad de Lisboa, expuso en el Institut d’Estudis Catalans “O Acordo Ortográfico da Língua Portuguesa: do desacordo à norma única”. Fue una crónica vivida, porque la doctora Correia forma parte del equipo de lingüistas que han conseguido la cuadratura del círculo en una cuestión tan compleja como la convención ortográfica. En la lusofonía, los estados que tienen el portugués como idioma oficial se extienden por cuatro continentes. Desde el Portugal europeo, cada vez más irrelevante desde un punto de vista demográfico, al Brasil americano, que es una potencia mundial en constante ebullición, pasando por dos grandes estados africanos como Angola y Mozambique, de experiencia poscolonial distinta, y completando la lista cuatro estados más pequeños, los también africanos Cabo Verde, Guinea-Bissau y Santo Tomé y Príncipe y el asiático Timor Oriental (Timor-Leste en portugués), donde el portugués es lengua oficial pero la mayoría de la población sólo habla tetun. Los grandes acuerdos fueron entre Portugal y Brasil, con el acompañamiento institucional (y acrítico) de Cabo Verde o Timor, y la indiferencia absoluta de Angola y Mozambique. Más allá de la tortuosa historiografía de los acuerdos lingüísticos desde 1911, íntimamente ligada a la historia poscolonial de estos estados, resulta interesante estudiar los ejemplos concretos de los desacuerdos desde una perspectiva externa y sin apriorismos, como la nuestra. Porque el catalán y el portugués son dos lenguas cercanas y, a la vez, lo suficientemente alejadas para que compartan pocas interferencias directas.
Bastará con tres ejemplos para captar la naturaleza de las minúsculas heridas que provocan las grandes luchas lingüísticas. Empecemos bajo la advocación de san Antonio: en portugués europeo se escribe António y se pronuncia con o cerrada, y en brasileño se escribe Antônio y suena Antunio. El segundo ejemplo es la pérdida europea de consonantes que los brasileños aún conservan: execional-excepcional, infraçâoinfracçâo, precetível-perceptível... Un tercer ejemplo nos llevaría a la defensa de los lusófonos africanos de las consonantes k-y-w, testimoniales en los vocabularios de portugués en Europa. Muchas palabras de origen bantú fueron adoptadas por el portugués africano transcritas con profusión de estas tres letras, transformadas en factor identitario. En cuestiones lingüísticas, el valor simbólico siempre se impone al efectivo, aunque la realidad lo desmienta. Ya lo escribió Leandro Fernández de Moratín: “Admiróse un portugués / de ver que en su tierna infancia / todos los niños en Francia / supiesen hablar francés. / ‘Arte diabólica es’, / dijo, torciendo el mostacho, / ‘que para hablar en gabacho / un fidalgo en Portugal/ llega a viejo, y lo habla mal;/ y aquí lo parla un muchacho’”.