La Vanguardia

Magia verista

- JORDI MADDALENO

Andrea Chénier

Intérprete­s: Jonas Kaufmann, Sondra Radvanovsk­y, Carlos Álvarez, Yulia Mennibaeva, Sandra Ferrández, Anna Tomowa-Sintow, Fernando Radó, Manel Esteve Toni Marsol, Francisco Vas, Marc Sala. Simfònica i Cor del G.T. del Liceu. Dir. Cor: Conxita García Dir. musical: Pinchas Steinberg Dir. escénica: David McVicar Producción: ROH, CNAE de Beijing y la San Francisco Opera Lugar y fecha: Liceu (09/03/18) Volvió a vibrar el Liceu como en sus grandes noches, algo que no ocurría desde hacía demasiado tiempo. El triunfo vocal de tres de los mejores astros de la lírica actual, Kaufmann/Radvanovsk­y/Álvarez, fue el esperado, y recordó a los nostálgico­s por qué el Liceu es considerad­o un teatro que ama las voces hasta el delirio. La producción de David McVicar, lujosa, vistosa, teatralmen­te clara y fluida, con fidelidad al libreto y sin astracanad­as para los puristas, sirvió de bandeja para que el protagonis­mo de las voces estallara con la fuerza del verismo del compositor Umberto Giordano.

Pinchas Steinberg desde el podio cargó con opulencia una partitura rica en detalles, colores y fuerza dramática. Con un control del tempo vívido y teatral, la orquesta vibró con cuerdas impecables, detalles de calidad de metales (trompas), vientos (cuerno inglés) y arpa, dibujando un cuadro pictórico al servicio del reparto. El coro sonó cohesionad­o y plegado a un trabajo escénico exigente. Pero era la noche de Jonas Kaufmann, el tenor alemán quien junto al polaco Piotr Beczala y al peruano Juan Diego Flórez, forma el triunvirat­o tenoril que se disputan hoy teatros de todo el mundo. Kaufmann debutó por fin con una ópera en el Liceu y convenció: fraseo comunicati­vo, dicción impecable, color abaritonad­o pero con un registro superior squillante y generoso.

Su improvviso del primer acto fue una muestra de su mejor arte, y logró la primera gran ovación de un público ansioso y expectante. Kaufmann se recreó con una emisión muy particular, donde el uso, y para algunos abuso, de las medias voces con un cambio de color oscurecido, marca un canto siempre expresivo y nunca efectista. Cantó de manera preciosist­a, con ese temperamen­to escénico suyo, entre reflexivo y ausente, muy propio de la historia de un poeta que murió en la guillotina del Terror en la revolución francesa. A pesar de su buen estado de forma, en su última aria, la icónica “Come un bel dì di maggio”, no obtuvo la ovación esperada, desquitánd­ose en el exigente dúo final para estar a la altura de la gran triunfador­a de la noche, Sondra Radvanovsk­y.

La soprano canadiense se puede considerar ya la Diva actual del Liceu, tras Aida, Tosca, Norma y Paolina del Poliuto. Ahora con su Maddalena de Coigny se ha coronado como La soprano del público liceísta de este siglo. Debutó rol, y lo hizo con una voz plena, de imponente volumen, agudos afilados que llegaron hasta el último rincón del teatro. Radvanovsk­y está en un estado vocal de majestad envidiable, su uso de los reguladore­s, una proyección impoluta y un registro homogéneo de timbre caracterís­tico, sumados a un control de la emisión y temperamen­to, hicieron de su gran aria “La mamma morta” el momento catártico de la noche. Su instrument­o empastó de maravilla con Kaufmann (casi le eclipsa en el terrible dúo final), pero también con el inolvidabl­e Gérard de Carlos Álvarez.

El barítono malagueño hizo historia gracias a un estilo depurado y la madurez de un canto sin fisuras. Desplegó la nobleza de su instrument­o con autoridad. Y él más que nadie rozó el bis, tras un “Nemico della patria” cincelado como solo los grandes saben hacerlo, con articulaci­ón, elegancia, redondez y agudos impolutos. El público enloqueció y se oyeron gritos de bis en los más de tres minutos de ovación, pero generoso con sus compañeros, no bisó para no obligar a Kaufmann y Radvanovsk­y a hacerlo luego.

Destacaron en un reparto compacto la oscura y penetrante Bersi de Yulia Mennibaeva, la impecable Condesa de la mezzo Sandra Fernández, la calidad y juventud del bajo argentino Fernando Radó como Roucher, y el teatral y expresivo Manel Esteve como Mathieu. Simbólica la aparición de la histórica y veterana soprano búlgara Anna Tomowa-Sintow como decrépita Madelon en una noche que volvió a hacer grande la historia del Liceu.

El temperamen­to entre reflexivo y ausente de Kaufmann encajó con la historia de un poeta que murió en la guillotina

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