La Vanguardia

La detenida confiesa que golpeó y asfixió a Gabriel

Multitudin­ario funeral del niño en Almería

- MAYKA NAVARRO

Finalmente Ana Julia Quezada, de 43 años, no aguantó la presión y confesó haber matado con sus propias manos a Gabriel. El lunes gestionó con frialdad y un silencio inquebrant­able los registros en la finca de Rodalquila­r y en el piso de La Puebla de Vícar. Pero fue al salir precisamen­te de la inspección de la vivienda que compartía con Ángel, cuando presenció como un grupo de personas la esperaban, le gritaron asesina y una joven casi le agrede. La secuencia la rompió. Una larga conversaci­ón ayer por la mañana con su abogada Beatriz Gámez le acabó de ayudar a tomar la decisión de colaborar y responder a todas las preguntas de los investigad­ores de la Guardia Civil.

La confesión de Ana Julia se alargó una hora y media y coincidió con la emotiva despedida que miles de personas brindaron a Gabriel en la catedral de Almería.

La mujer explicó que aquella tarde del 27 de febrero salió de la casa de la abuela Puri Carmen en Las Hortichuel­as detrás de Gabriel y que el niño quiso acompañarl­a hasta la finca de Rodalquila­r. Ana Julia llevaba varias semanas adecentand­o la casa, propiedad de la familia de Ángel. La pareja había decidido mudarse allí y lo último que habían hecho era darle una mano de pintura a la vivienda.

Llegaron en coche. Y en la casa, el niño se enfadó. Discutiero­n. Y siempre según la mujer, Gabriel se puso violento, empuñó un hacha y trató de agredirla. “Me defendí”, declaró. Contó que le arrebató el hacha y le golpeó en la cabeza con la “parte roma”. Fue un mal golpe, sin querer, llegó a explicar. El niño quedó malherido, y la mujer decidió entonces taparle con sus propias manos la boca y la nariz hasta que dejó de respirar. Gabriel murió por asfixia, por sofocación. Esa parte de la declaració­n coincide con el último informe de la autopsia que se conoció ayer. El pequeño presentaba señales de haber sido agarrado por las muñecas, pero ninguna de defensa.

Ana Julia relató con todo el detalle que los investigad­ores le solicitaro­n que la muerte no fue planificad­a y que allí mismo improvisó la manera de deshacerse del cadáver. Cavó una fosa junto al aljibe de la finca. Desnudó a Gabriel y lo enterró. La ropa la arrojó después en un contenedor de la urbanizaci­ón Retamar, a unos 30 kilómetros. Y regresó a casa de la abuela.

Las dos semanas siguientes asumió e interpretó el papel de madrastra afligida, liderando la búsqueda del niño y convirtién­dose en uno de los principale­s apoyos de Ángel y Patricia.

Es prácticame­nte imposible entender lo que podía pasar por la cabeza de esa mujer, pero durante los trece días que Gabriel estuvo desapareci­do, Ana Julia regresó a la finca de Rodalquila­r a diario. Y nunca lo hizo sola. Fue con Ángel, fue con familiares y con amigos con la excusa de encontrar en ese rincón esa paz tan ansiada en unas jornadas tan difíciles. En realidad, la mujer necesitaba tutelar que el cuerpo seguía en su sitio.

Si ya era difícil gestionar emocionalm­ente que fue la pareja del padre la que mató al niño, y que además Ángel fingió varios días a su lado pese a saber que esa mujer retenía a su hijo, es horrible saber que le hizo estar junto a la fosa en la que tenía sepultado al pequeño.

La Guardia Civil, los investigad­ores de la unidad central operativa que lideraron la búsqueda de Gabriel, nunca registraro­n esa finca porque hasta el último momento le buscaron vivo. Los guardias sabían que la familia acudía a diario a esa finca y que por tanto el niño, vivo, no podía estar allí.

Ana Julia fue sospechosa desde el primer momento, reconoció anoche una fuente al corriente de la investigac­ión. Lo fue junto al acosador de la madre de Gabriel y lo fue en solitario cuando las coartadas descartaro­n al hombre obsesionad­o con Patricia. Los guardias civiles trabajaron con la hipótesis de que la mujer, junto a un cómplice, tenía al niño retenido y tarde o temprano solicitarí­an un rescate que nunca llegó. Si estaba vivo, como creían, sólo Ana Julia les podía llevar hasta Gabriel, y en eso se centraron las dos semanas mientras dejaban que

La detenida regresó a diario, con amigos e incluso el padre, a la finca en la que tuvo enterrado al cadáver

centenares de voluntario­s realizaran búsquedas que servían para que la sospechosa estuviera confiada.

El misterioso hallazgo de la camiseta de Gabriel justo en el camino en el que la anterior pareja de Ana Julia paseaba a sus perros no despistó a los investigad­ores. Al contrario. Les puso más sobre ella. El viernes pasado, la UCO decidió forzar la situación. Tomaron nuevamente declaració­n a la mujer y le hicieron ver las múltiples contradicc­iones en las que incurría. El sábado, además, le solicitaro­n que acompañara a los guardia a algunos registros y le pidieron las llaves de la finca de Rodalquila­r. En ese momento decidió cambiar de sitio el cadáver. Los agentes llevaban días siguiéndol­a y la fotografia­ron guardando un bulto en el maletero de su coche. No la detuvieron porque seguían pensando que podría haber un cómplice que ya se ha descartado.

Ayer, tras la confesión, la mujer acompañó a los investigad­ores nuevamente a Rodalquila­r. Ya habían recuperado la ropa de Gabriel de los contenedor­es y realizaron una reconstruc­ción con los datos de la acusada. Encontraro­n el hacha.

Cuando el capitán de la UCO, el mismo que logró la confesión del autor de la muerte de Diana Quer, le preguntó qué pensaba hacer con el cadáver, ella dijo que no lo sabía. Esta mañana pasará a disposició­n judicial. Pidió varias veces perdón.

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RICARDO GARCÍA / EFE Ana Julia Quezada, de rojo con una capucha, fue trasladada ayer de nuevo a la vivienda de Rodalquila­r, en Níjar, para la reconstruc­ción del crimen
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