Haciendo enemigos
EL ensayista Aaron James, doctor en Filosofía por la Universidad de Harvard, sostiene que Donald Trump es un embustero consumado, un charlatán que no siente respeto por la verdad. Un hombre espectáculo que cuenta las cosas como le viene en gana, más por divertir que por engañar. O para elevarse a la categoría de animador en jefe. Un tipo así es ideal para montar el circo Barnum, pero no es la mejor elección para dirigir el mundo desde el despacho oval. Cambiar a los domadores, los trapecistas y los payasos cada quince días puede ser una manera de renovar el espectáculo. Cesar a los asesores, los consejeros y los secretarios de Estado cada dos por tres es un disparate que acaba pareciéndose a un número circense.
El 43% de los altos cargos de la Casa Blanca han experimentado cambios desde que Trump llegara a la presidencia hace poco más de trece meses, cuando su predecesor registró sólo un 6% de movimientos. El nuevo inquilino es un destroyer dispuesto a acabar con las sólidas carreras y largos currículums de sus colaboradores. Personajes tan importantes como el director del FBI, el responsable de comunicaciones, el portavoz, el consejero de Seguridad Nacional, el jefe de gabinete, el titular de Estrategia, su secretario personal o el secretario de Salud han sido fulminados por discrepancias con el comandante en jefe. Ayer le tocó nada más y nada menos que al secretario de Estado, Rex Tillerson, que fue cesado con un tuit. Todo con muy poco sentido, tanto en la forma como en el fondo. Todo muy trumpiano. Tillerson era un moderado dentro del Gabinete conservador que había mostrado su desacuerdo con su diálogo con Corea del Norte, con romper el compromiso de París contra el cambio climático, con desplazar la embajada a Jerusalén, con la relación con Moscú, con la guerra comercial y con abandonar el pacto nuclear con Irán. Trump no ganó las elecciones para hacer amigos, pero no resulta aconsejable disparar la tasa de enemigos.