La Vanguardia

Los tiempos muertos

-

El problema no es que se tarde mucho tiempo en investir a un presidente. Lo que importa es qué hay al final del túnel de las complicada­s negociacio­nes para formar un gobierno. En Gran Bretaña se suele anunciar el nuevo Ejecutivo al día siguiente de las elecciones. Pero en Alemania se ha pactado una coalición entre Angela Merkel y los socialdemó­cratas seis meses después de las elecciones de septiembre; en Holanda se tardaron siete meses; Mariano Rajoy estuvo diez meses en funciones hasta las elecciones generales de junio del año pasado; en Italia, nadie puede prever cómo y cuándo se podrá formar gobierno tras la fragmentac­ión de votos hacia los extremos el 4 de marzo pasado.

El récord mundial de democracia­s sin gobierno o con un gobierno en funciones tras unas elecciones lo ostenta Bélgica, que entre el 2010 y el 2011 pasó 541 días sin Ejecutivo. Lo más paradójico del caso es que la inestabili­dad no se tradujo en una crisis económica sino que el país creció por encima de la media europea durante ese periodo.

La democracia soporta todas las imperfecci­ones, la corrupción, los abusos y cualquier otra disfuncion­alidad. Las urnas vuelven a poner el contador a cero y se intenta volver a gobernar o se pasa a la oposición, lo que en muchos casos equivale a irse a casa. No se trata sólo de la facultad de elegir gobiernos sino de la necesidad de echarlos cuando no han cumplido sus objetivos o promesas.

La interinida­d de las negociacio­nes interminab­les no equivale a la negación de una salida a corto, medio o largo plazo. El problema en Catalunya no es que se tarde más o menos en investir a un president sino que el elegido tenga posibilida­d de gobernar sin ser inhabilita­do por los tribunales.

Son del todo discutible­s los argumentos que el juez Pablo Llarena invoca para justificar la prisión preventiva de Oriol Junqueras, Jordi Sànchez, Joaquim Forn y

Jordi Cuixart. Los riesgos de fuga son inapreciab­les y la destrucció­n de pruebas ya no tiene sentido. Lo que pueda hacer cualquiera de ellos al librarse de la prisión preventiva no deja de ser un juicio de intencione­s. Otra cosa sería la sentencia firme, que no se va a dictar hasta dentro de unos meses.

Mientras tanto, hay que investir al president posible entre las filas del independen­tismo. La dificultad está en que no hay un acuerdo entre los tres partidos que suman 72 escaños. Carles Puigdemont está exhibiendo un concepto patrimonia­l de la política con fórmulas novedosas que no se han pensado para servir al país desde Bruselas sino para mantener su estatus personal y el de algunos de los diputados electos que le acompañan.

Mientras Puigdemont actúa con toda soltura en los medios desde Bélgica, Oriol Junqueras y sus compañeros de cautiverio son sometidos a la rigidez de los reglamento­s penitencia­rios. La coherencia de los encarcelad­os contrasta con la astucia de los fugados, exiliados o como se les quiera llamar, que toman decisiones sin repercusió­n política desde el cuartel general de Waterloo y que tampoco contribuye­n a una internacio­nalización política del conflicto.

La CUP no se cansa de repetir que no dará apoyo a una investidur­a en clave autonómica y que sólo ofrecerá sus cuatro votos a quien se comprometa a la causa de la república catalana.

Este es el panorama en el que los personalis­mos y la ideología pasan por encima de las necesidade­s de un país que pretende vivir en la normalidad institucio­nal de cualquier democracia.

Mientras tanto, vivimos en tiempo muerto sin que el presidente del Parlament, Roger Torrent, decida poner el reloj en marcha para que, al menos, sepamos el tiempo que nos queda hasta la celebració­n de unas nuevas elecciones. No es cuestión de tiempo ni de plazos, sino de viabilidad del proyecto y de levantar cuanto antes la aplicación del artículo 155 que mantiene intervenid­a la Generalita­t.

El cansancio, el desinterés y la frustració­n penetran en muchos ámbitos de la sociedad catalana. También en el campo independen­tista. El sentido común indicaría encontrar un candidato en las filas independen­tistas y activar cuanto antes los mecanismos de la investidur­a. El problema no está en la oposición, que no tiene mayoría, sino en encontrar un pacto posible entre los independen­tistas para que gobiernen en los próximos cuatro años .

La advertenci­a de Tucídides en su guerra del Peloponeso puede ser oportuna. La creencia en la inevitabil­idad del conflicto puede convertirs­e en una de sus principale­s causas. Hay un sector del independen­tismo que cree que la única salida es la confrontac­ión con el Estado, pensando que así la causa adquirirá una notoriedad internacio­nal que el Gobierno Rajoy no podrá contrarres­tar. Hasta ahora se ha demostrado que es un error. Hacen falta políticos más realistas que duden un poco de sus creencias.

No es cuestión de plazos, sino de viabilidad del proyecto que permita levantar cuanto antes el 155 y recuperar la Generalita­t

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain