El Liceu después del éxtasis
–Estoy moviendo hilos para volver a coincidir con Sondra Radvanovsky y Carlos Álvarez. La combinación con ellos en el Liceu ha sido fantástica. Y el público de este teatro es tan entusiasta... Yo he crecido en Munich y creo que ese tipo de entusiasmo no existe allí, al menos no en la clásica. Me lo llevaría conmigo allá donde cantase.
–Pero olvidas una cosa: nosotros no prestamos a nuestro público, tendrás que volver al Liceu para disfrutar de él.
Risas.
Así, de forma distendida, acababa ayer la charla de Jonas Kaufmann con la directora artística del Liceu, Christina Scheppelmann, en el auditorio de RBA ante 400 personas. Era otra de las actividades de su esperada estancia en Barcelona, con motivo del Andrea Chénier de Gior- dano que canta en el Liceu. Cada paso que ha dado el tenor alemán estos días ha sido seguido de cerca. Cada aliento, cada caída de ceja... Quizás el público liceísta no era consciente, pero en el estreno del viernes se cumplían muy pocos días del fallecimiento de su madre. El divo del momento, muy profesional, siguió adelante con su agenda. Y en el encuentro de ayer, en pleno 22@, demostró una vez más su habilidad para captar la atención del público.
Scheppelmann le invitó a mostrar a la persona que hay detrás del artista. Del artista capaz de desvelar los secretos del entrenamiento de la voz, para al final decir que el destino tiene un gran papel en una carrera como la suya. “Siempre tuve la esperanza de convertirme en un gran tenor, porque sin esa convicción es más probable que nunca suceda. Has de creer en el éxito, en tu calidad, tener la certeza de que dentro de dos años te volverán a llamar para este papel que hoy rechazas”.
Su oratoria resultó inspiradora. Por ejemplo, en su forma de defender su versatilidad vocal, no sólo como antídoto contra el aburrimiento y para mantener viva la pasión por el canto, sino como un tratamiento de salud para su voz: “Te obliga a estar siempre alerta y te das cuenta en seguida de cuando algo no va bien, nunca te acomodas. Me decían que eso no me convenía, que no había más Plácidos, que tenía que especializarme. Por suerte no escuché”.
La escena operística que dejará Kaufmann mañana, cuando actúe por tercera y última vez junto a Radvanovsky y Álvarez en el Gran Teatre, será otra. Por una parte, el público liceísta quedará con ganas de más y mejor. Por otra, casualmente, el eco internacional que deja el tenor a su paso por Barcelona coincide con el paso al frente del Teatro Real de Madrid al anunciar que se llevará adelante la fusión con el Teatro de la Zarzuela, de lo que emergerá nada menos de un Teatro Nacional de la Ópera y de la Zarzuela. O sea, una Ópera Nacional.
Más allá de si la operación puede suponer a la larga una pérdida de riqueza cultural para España, al poner en riesgo el perfil del Teatro de la Zarzuela –el único del mundo dedicado al género–, hay otro fantasma que emerge con esta operación: el de una visión centralista y poco radial de la cultura. No es cuestión baladí, teniendo como tiene España todo un Gran Teatre del Liceu, de renombre internacional y tradición contrastada, o un Palau de les Arts de València que de entrada se lo jugó todo al rojo para hacerse una marca y ganó. Y bueno, una Maestranza en Sevilla que aprende a toda velocidad y que sin embargo se enfrenta a sus apuros económicos hoy por hoy sin demasiado respaldo.
No hay duda de que la aspiración lógica de todo teatro de ópera es te-
KAUFMANN EN RBA
“Me decían que no había más Plácidos, que debía especializarme; por suerte no escuché”
UN BALÓN DE OXÍGENO
El público liceísta quedará con ganas de más y mejor tras la marcha del divo alemán
PREOCUPACIÓN POR EL FUTURO
Benefactores del teatro se preguntan adónde va el Liceu y con qué respaldos cuenta
ner una segunda sala –el Liceu dejó pasar su oportunidad al apostar por reconstruirse tal cual tras el incendio–, y de hecho es una excelente noticia que el Real tenga inquietudes en este sentido y que además gane en proyección internacional. Pero también es cierto que utilizar el ejemplo de la Ópera de París al hablar de la fusión del Real con la Zarzuela –y los 90 millones de presupuesto que suman– no es del todo certero, pues en la capital francesa no hubo fusión sino ampliación: no supuso que Garnier se fusionara con Opéra-Comique o con Champs Elysées, que aún hoy conservan su sello, sino que se levantara un nuevo teatro de ópera, el de la Bastille, con 3.000 butacas para las grandes producciones, mientras en Garnier se sigue disfrutando de delicatessen con un proyecto propio.
Dicho lo cual, el paso al frente del Real ha de servir en todo caso como revulsivo para que el Liceu se plantee de manera acuciante quién es y adónde va. Y sobre todo con quién cuenta. Porque ya se sabe que el dinero llama al dinero, y que 90 millones van a tirar más en los despachos –públicos y privados– de Madrid que los 46 que rasca hoy por hoy el Gran Teatre en su presupuesto. No se trata de que el Liceu sea más o sea menos que el Real, sino de que ocupe el lugar que le corresponde. Y ese no es el que ha venido adjudicándose en los últimos años, artísticamente hablando.
En este sentido es significativo que personas que podrían optar al cargo de director general del coliseo lírico barcelonés no hayan tenido interés en presentarse, sencillamente porque no ven que el teatro tenga ningún proyecto y tampoco le respalda ninguna administración. El Ayuntamiento acaso sigue percibiendo a la que es la primera entidad cultural de Catalunya como algo elitista; la Generalitat es inexistente, y el ministerio opta por que se le insista.
Hay un grupo concienciado de liceístas –entre abonados y benefactores– que consideran que la presencia de Jonas Kaufmann supone un balón de oxígeno, sí, pero el futuro sigue siendo muy preocupante. Bajo su punto de vista, el Liceu es cada vez más provinciano, sus producciones distan de ser punteras, sus temporadas carecen de un relato propio y de una mirada hacia el futuro. Qué modelo queremos, se preguntan. Cómo ha de ser una institución cultural que ha de mostrar la historia del mundo a través de la música. Adónde queremos llegar si no producimos nada nuevo.