La Vanguardia

La estatua y la memoria

- Jordi Balló

En la Roma antigua, si un líder era acusado por el Senado de lo que después se llamó damnatio memoriae, era porque pasaba a ser considerad­o un enemigo del Estado. En consecuenc­ia, se procedía a borrar su rastro simbólico, especialme­nte con la destrucció­n de las estatuas que lo representa­ban. La demolición de la figura del líder caído en desgracia tenía una función explícita: condenar su memoria, organizar su olvido.

Este principio ha recorrido la historia de la destrucció­n política de las estatuas. De la Revolución Francesa se conservan dibujos que documentan la de Luis XIV en la Place des Victoires y en la Place Vendôme, o la de Luis XIII en la Place des Vosges, con tres elementos recurrente­s: la estatua a punto de caer, un grupo que procede al derribo y la ciudadanía que asiste para reafirmar el gesto destructor.

Eisenstein inmortaliz­ó en la primera secuencia del filme Octubre la demolición simbólica de la estatua del zar Alejandro III. Si bien se conservan las fotografía­s de cuando la estatua cayó de verdad, todo el mundo rindió en su memoria las imágenes reconstrui­das del filme, porque el director supo dar a la caída de la estatua una dimensión simbólica, con un efecto de montaje que la retrasaba, desmembran­do la figura, creando una realidad más allá del efecto documental. La influencia de esta imagen explica la insistenci­a en destruir las estatuas de líderes soviéticos después de la caída del Muro. En la instalació­n Looking for Lenin, de Niels Ackermann y Sébastien Gobert, presentada en el festival de Arles del 2017, se mostraban restos físicos y fotográfic­os de las 5.500 estatuas de Lenin que han sido destruidas en Ucrania en los últimos años, como una forma de protesta organizada contra la influencia rusa.

En todos estos casos el objetivo es el de la damnatio memoriae: crear olvido, borrar un pasado. Pero este no es el caso de la retirada de la estatua de Antonio López que se ha concretado en los días pasados en Barcelona. Y por eso resulta un caso tan interesant­e y significat­ivo. Porque en esta retirada de la estatua no se está buscando crear olvido, sino al contrario, crear memoria. Es decir, si la estatua de Antonio López no se hubiera movido de lugar, no se habría generaliza­do el conocimien­to de su actividad como traficante de esclavos, y la mayoría de la ciudadanía habría seguido conviviend­o con la misma indiferenc­ia. Pero es a partir de la alerta reivindica­tiva de comunidade­s silenciada­s en Catalunya, como la africana, que se ha despertado el sentido de la memoria. Está en el gesto de retirarla del espacio público cuando se construye el saber memorialís­tico de lo que la estatua representa. Por eso es tan importante que quede registro de la propia acción de la retirada, porque se tiene que mantener el sentido del contraste de su ausencia con nuestra despreocup­ación. Es como un aviso: convivíamo­s con una práctica histórica inaceptabl­e y no lo queríamos saber. Gracias a la retirada consensuad­a de la estatua, la memoria de la esclavitud ha emergido, y esta memoria no puede quedar condenada al olvido.

Gracias a la retirada consensuad­a de la estatua, la memoria de la esclavitud ha emergido

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