La Vanguardia

“Los ultras” de la Puerta del Sol

- Manel Pérez

Por el bien de Cristina Cifuentes, es de desear que no acabe como sus dos predecesor­es en el cargo, progenitor­es también de rumbosas cadenas de agresivas rebajas fiscales. La primera, Esperanza Aguirre, que en el 2003 comenzó a tejer su populista cadena de recortes de impuestos, primero el IRPF y luego sucesiones y donaciones.

Continuó el sucesor a dedo de la lideresa, Ignacio González, quien diez años después anunció “la mayor rebaja de impuestos de una comunidad”, con el siempre agradecido argumento de que “el dinero está mejor en el bolsillo de los ciudadanos”. Axioma que el expresiden­te aplicó sobre todo en primer persona, como ha quedado acreditado por la vía de la instrucció­n judicial.

Ya sabemos en qué ha acabado ese discurso del minimalism­o fiscal gracias a la excelencia en la gestión. Una, desahuciad­a políticame­nte por haber medrado rodeándose, por propia elección, de una manada de corruptos. El otro, directamen­te encarcelad­o y encausado, atragantad­o por coimas sin fin.

En realidad habría que preguntars­e cuál es la virtud que permite a la Comunidad de Madrid seguir renunciand­o voluntaria­mente a porciones notables de recaudació­n fiscal, sin hundirse en el déficit y endeudarse hasta las cejas, pese a haber cobijado simultánea­mente varias tramas de corrupción pública que han trepado hasta la cúspide de su administra­ción durante las dos últimas décadas.

Los expertos serios reconocen que la comunidad goza del privilegio de albergar la capital del Estado y las actividade­s que esa concentrac­ión de poder arrastra. A quienes lo niegan: basta sólo con que reflexione­n sobre lo que le sucedería en la comunidad y en la ciudad si la administra­ción del Estado, y lo que cuelga de ella, buscara nueva ubicación.

El discurso de que el margen fiscal de la Comunidad de Madrid es resultado de su buena gestión mueve a risa. En lenguaje económico se trata de una modalidad de dumping fiscal, sabiendo que el coste de los servicios es asumido por otra administra­ción, la central, y que el nivel de ingresos tributario­s está dopado por la centralida­d política que implica la capital.

El anuncio de Cifuentes, como antes los de Aguirre y González, es insolidari­o. Primero, porque se financian con los recursos aportados por el resto de los ciudadanos, lo que se carga el mantra tan furiosamen­te defendido por los gobiernos centrales sobre la igualdad de todos. Segundo, porque, pese a lo dicho públicamen­te, el lugar de residencia sí acaba importando a la hora de pagar impuestos y recibir servicios. Como puede atestiguar cualquier andaluz o catalán, por ejemplo, que compare su declaració­n de la renta con un madrileño.

Igual por eso en los pasillos de Hacienda, donde se conservan todos los secretos de la fiscalidad española, se habla de “los ultras” al referirse a los inquilinos de la Puerta del Sol. Y porque Cifuentes ya se ha querido adelantar a la negociació­n del nuevo sistema de financiaci­ón autonómica.

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