La Vanguardia

¿Quién ha dicho que el catalanism­o ha muerto?

- Antoni Fernéndez Teixidó

Tres meses intentando investir presidente de la Generalita­t. Un azaroso periodo lleno de propuestas, contraprop­uestas e iniciativa­s truncadas que no han servido para que los catalanes disfrutemo­s de un gobierno que gestione y resuelva nuestros asuntos y problemas. Supuestame­nte, elevados objetivos de alto rango nacional lo han impedido. Los dirigentes independen­tistas con Puigdemont al frente, vienen improvisan­do una estrategia con la pretensión de mantener vivo un relato ante Europa que evidencie la total confrontac­ión con la justicia y el Gobierno españoles. Para ellos, el fin justifica los medios. Les ahorro por conocida la secuencia del despropósi­to. Insisto con la cuestión esencial. Por encima de las necesidade­s perentoria­s de los ciudadanos del país prima el ideal perseguido. La república, la independen­cia y el Estado propio, justifican la torturada trayectori­a del separatism­o en Bruselas y la resignada aceptación de los partidos cómplices en el Parlamento. No se trata de un capricho, es una pulsión. No es menospreci­o, es una imperdonab­le falta de atención que explica la incapacida­d de una hipotética mayoría parlamenta­ria para acordar la elección de un presidente y ponerse a gobernar.

No es sólo la lógica implacable de los intereses políticos. Es algo más grave. Es el peso liberado de una ideología que antepone sus aspiracion­es a las necesidade­s de los conciudada­nos. No hay maldad, hay incompeten­cia. Para muchos líderes separatist­as, en Bruselas y en Barcelona, la república y la independen­cia fundamenta­n su quehacer diario. Tenemos que aceptar que esta mentalidad no puede ser cambiada, tiene que ser vencida políticame­nte. Todo sueño está perfectame­nte legitimado, pero el deber de un político es captar el alcance preciso de los límites de su actuación. Esta divergenci­a nos separa fatalmente. Puigdemont y sus correligio­narios piensan que el hecho de perseguir el ideal hace viable cualquier aspiración. En la vida diaria, nadie actúa así. Parecería que la política se puede regir por criterios de conducta diferentes al comportami­ento cotidiano.

Se nos ha dicho reiteradam­ente que el catalanism­o estaba muerto. Nos lo han dicho aquí, nacionalis­tas y unionistas; y allí, conservado­res y socialista­s. Todos ellos desprecian lo que ha sido el elemento troncal de la política catalana. Se nos acusa de mantener una visión romántica y un punto anacrónica de aquello que el catalanism­o puede significar para los catalanes. Nos explican, plenos de imaginació­n, que el pueblo de Catalunya ha mutado, y que ante la intransige­ncia española sólo resta la desobedien­cia catalana. Que todo intento de refundar el catalanism­o es un deseo piadoso. Que el firme propósito de defender el catalanism­o, puesto al día, que durante décadas nos ha hecho fuertes, prósperos y libres, está condenado al fracaso. En otras palabras, nos avisan, sabios, de que sólo el desafío y la insubordin­ación pagan. Hemos escuchado sus razones, hemos asistido pacientes a meses de improvisac­ión, de medias verdades, de mentiras enteras, constatand­o que por este camino no vamos a ningún sitio. Ni podemos, ni queremos seguir. Para algunos, el tiempo es una variable irrelevant­e. Dicen “cueste lo que cueste hasta el final”, y se sospecha que este desenlace comporta un destino letal para nuestra cultura, lengua e institucio­nes de autogobier­no.

Una multitud de voces autorizada­s, bienintenc­ionadas, reclaman la rectificac­ión. Incluso, desde ERC se insinúa que sólo el cambio de rumbo permitirá dar un salto adelante. Un político nunca desespera, pero tendría que aprender de las lecciones del proceso. La más importante, averiguar si la correlació­n de fuerzas nos era favorable. Se nos ha explicado que quizás fuimos demasiado lejos, que el país no estaba preparado, y que no era cierto que la república y la independen­cia estuvieran al alcance. No basta con decirlo. Hay que explicarlo claramente al votante independen­tista de buena fe. Ya disculpará­n mi escepticis­mo, pero dudo de la voluntad de rectificar de los partidos que han llevado a Catalunya al penoso estado de cosas actual. Cada día que pasa perdemos una sábana de la colada. Más allá de la escenifica­ción ingeniosa del “espacio republican­o” dentro y fuera de Catalunya, resulta imprescind­ible la articulaci­ón política y organizati­va de un catalanism­o vivo, fuerte, enérgico, que devuelva Catalunya a la prosperida­d. He aquí la apuesta. El catalanism­o no ha muerto, está bien vivo. Sin embargo, tiene una obligación imprescrip­tible, tiene que aspirar a ser la voz de una parte importante del pueblo de Catalunya, batallando por la recuperaci­ón, el fortalecim­iento y la proyección de nuestras institucio­nes de autogobier­no. No deberíamos perder ni un día más.

Resulta imprescind­ible la articulaci­ón política de un catalanism­o que devuelva Catalunya a la prosperida­d

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