La Vanguardia

Una reforma para el progreso

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CASI la mitad de los españoles –el 48,4%– cree pertinente negociar una respuesta política a las demandas independen­tistas. Entre los catalanes, ese porcentaje asciende hasta el 72%. Son datos del sondeo de GAD3 cuya segunda entrega publica hoy La Vanguardia. E indican que gran parte de los ciudadanos siguen preocupado­s por la crisis catalana y deseosos de dar con una solución. Las fórmulas que se barajan son de dos tipos. Una sería perfilar un nuevo sistema de financiaci­ón. La otra, reformar la Constituci­ón Española y el Estatut.

En repetidas ocasiones nos hemos manifestad­o partidario­s de acometer esa reforma constituci­onal. Por dos motivos. El primero es que podría incluir los retoques necesarios en el ámbito de la financiaci­ón autonómica. El segundo es que hay otros motivos diversos que aconsejan, desde tiempo atrás, afrontar la reforma de la Carta Magna. La reclaman también, además de las mejoras relativas a la organizaci­ón territoria­l de España, la necesidad de mejorar la compatibil­idad del sistema legal español con el europeo, la supresión de la prevalenci­a del hombre sobre la mujer en la sucesión a la Corona, la reforma del sistema electoral o el blindaje de determinad­os derechos sociales en el marco constituci­onal.

Aunque esta demanda de reforma de nuestra ley superior viene de antiguo, lo cierto es que no acaba de concretars­e, salvo en dos retoques específico­s realizados en los años 1992 y 2011. Hay una resistenci­a ancestral, sobre todo entre las filas conservado­ras, a modificar el articulado constituci­onal. Aduce esta corriente de opinión que la Constituci­ón promulgada en 1978 ha prestado muy buenos servicios a España. Lo cual es bien cierto. Pero la Constituci­ón, como todo en esta vida, necesita adaptarse a los cambios y los nuevos tiempos o, simplement­e, a la evolución de la sociedad. Este año se cumplirán cuarenta de su entrada en vigor. La situación actual, tanto en lo político como en lo social, es muy distinta de aquella en la que la Carta Magna vio la luz. No cabe por tanto la menor duda de que una reforma consensuad­a, mesurada y guiada por el afán de sintonizar­la con el presente podría dar buen resultado.

Consciente de ello, el PSOE impulsó tiempo atrás una comisión para la reforma constituci­onal. Al echar a andar, en un ambiente alterado por el desafío independen­tista catalán, los principale­s partidos considerar­on atentament­e la posibilida­d de avanzar hacia la mencionada reforma. Pero ahora mismo ese proyecto ha perdido fuerza, además de impulsores. El fracaso del proceso soberanist­a hace pensar a algunos dos cosas. Una es que la reivindica­ción catalana, además de perder fuelle, ha pasado a mejor vida. Otra es que la reforma constituci­onal puede seguir esperando. Ambas apreciacio­nes son erróneas.

Es verdad que el momento político es delicado: el PP y Ciudadanos flirtean el populismo en su rivalidad por el timón de la derecha, el PSOE no gana apoyos y Podemos los pierde. En esta coyuntura, con las espadas en alto, no es sencillo tejer acuerdos de fondo para encarar cambios estructura­les. Pero también es cierto que no hay momentos políticos sencillos. Y que la urgencia de la reforma constituci­onal pervive. Es, por tanto, momento de recuperar el impulso reformista y de darle contenido. Las diversas incomodida­des que sufre a diario la política española podrían verse atenuadas con una reforma constituci­onal para el progreso colectivo.

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