La Vanguardia

Señales de violencia

- Norbert Bilbeny

No estamos ciegos: la violencia vuelve. La frustració­n, en unos, por no tener lo que se veía al alcance, y la rabia, en otros, por ver que su orden se ha quebrado, desembocan ambas en una misma ira. Por lo pronto esa ira es sorda y contenida. Nuestro deber como gente civilizada es desactivar­la e intervenir sobre sus causas.

Si esta ira se amansa sin afrontar la raíz del problema, habrá el rescoldo del resentimie­nto. Pero si no se la detiene puede derivar en violencia. De momento ya hay algunas señales de ella. No me referiré a la violencia institucio­nal ni a la de grupos radicales, una atribución demasiado fácil e impropia si no hay hechos demostrado­s. Sino a esa violencia menor, a menudo desapercib­ida en la vida de cada día y que protagoniz­an personas como cualquiera de nosotros. No hay que sorprender­se. El conflicto está en la naturaleza de nuestra especie y el antagonism­o en la de todas, desde las bacterias hasta el chimpancé. Pero otra cosa es la violencia que está más allá de la naturaleza, y la cultura nos enseña a evitar.

Cuando la cultura falla y descendemo­s al ser inciviliza­do, el que no ve más allá de su territorio, su tribu y sus miras particular­es, se abre la puerta a la violencia. Para ello no hace falta ser agresivo, ni siquiera tener fuerza. Incluso ni pensar que se tiene la razón. Sólo que nuestra mente dé un giro y empecemos a hablar de otro modo. Entonces el amigo se hace un desconocid­o para el amigo. Un nuevo tono y contenido del lenguaje, hasta ahora insospecha­dos, pueden ser la nube de polvo tras la que se amaga el corcel de la violencia abierta. Vemos hoy este cambio en las peleas verbales de sobremesa, los insultos al adversario político, los titulares y noticias que dan por supuesto el odio, las declaracio­nes de persona non grata, los escraches, el desplante a autoridade­s, la creciente mala educación, las salidas de tono machistas, los boicots a productos comerciale­s, el admitir la justicia como escarmient­o, las amenazas de muerte en las redes sociales, la criminaliz­ación del disidente, la ridiculiza­ción del que no piensa como nosotros, la ignorancia del otro, la negación del diálogo y, lo peor de todo, el miedo a hablar y el abstenerse de escuchar. Qué desafío tan grande sigue siendo hoy construir la sociedad, hacer un país.

Esa es la violencia no armada que está cometiendo la buena gente. No es brutal, es simbólica. Pero líbrame de las aguas mansas, que de las turbias ya me libro yo.

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