La Vanguardia

Alergia a la corrupción

La presidenta dice que nunca tuvo responsabi­lidad sobre las cuentas

- PEDRO VALLÍN

La presidenta de Madrid, Cristina Cifuentes, comparece ante la comisión parlamenta­ria que investiga la financiaci­ón del PP para negarlo todo.

Había más morbo que interés político real en la comparecen­cia de la presidenta de Madrid, Cristina Cifuentes, ante la comisión parlamenta­ria que investiga la financiaci­ón del PP.

La que se postula –ayer volvió a hacerlo– como un punto y aparte en la turbia gestión del PP madrileño de las últimas décadas, como el rayo de sol que agrieta los cielos plomizos de los sumarios de Gürtel, Púnica y Lezo, expresivos de los días de vino y rosas del Turbomadri­d, centró sus respuestas a los comisionad­os en fijar dos certezas: que los cargos que desempeñó en el partido y en la administra­ción nunca le permitiero­n sospechar lo que ocurría a su alrededor, y que si hay dos caracterís­ticas que la distinguen en la política y en su partido son que dice siempre la verdad y que es intolerant­e frente a la corrupción. Ambas afirmacion­es las repitió en cada uno de los sucesivos interrogat­orios de los diputados, aunque no con mucho éxito, a juzgar por las respuestas de sus señorías.

Cifuentes se mostró tranquila y firme, y esta vez el presidente de la comisión, Pedro Quevedo, de Nueva Canarias, estuvo expeditivo impidiendo que la sesión se convirtier­a en debate político: abortó varias veces los intentos de Cifuentes por hacer juicios de intencione­s respecto a los grupos parlamenta­rios o adornar sus respuestas con juicios políticos, y paró en seco a la diputada del PP Beatriz Escudero que, como es habitual en estas comisiones, quiso usar su turno para criticar al resto de grupos presentes y la propia comisión. “No se lo puedo permitir”, le cortó Quevedo. Luego de decir que Cifuentes era un “referente”, acusó al Ayuntamien­to de Madrid de incendiar Lavapiés. “Le voy a tener que quitar la palabra”, avisó el presidente.

La singularid­ad que Cifuentes reivindicó para su figura en tanto conjurada enemiga de la corrupción y con la que respondió a las preguntas del diputado socialista Artemi Rallo, quien empezó por preguntar a Cifuentes por su eventual papel en el Tamayazo –ninguno, dijo ella–, fue leída de forma sarcástica por el parlamenta­rio de Bildu Oskar Matute: su excepciona­lidad puede leerse como reconocimi­ento implícito del distinto jaez del resto de su partido.

Si un morbo impulsaba la sesión, en todo caso, era asistir al que prometía ser anticipo del duelo electoral por la región de Madrid con el presunto precandida­to de Podemos, Íñigo Errejón. El joven diputado, quizá aprendida la lección tras el magro interrogat­orio a Francisco Granados, centró el tiro allí donde nadie había fijado su atención: aunque no dejó de mencionar su papel en un comité electoral del que la mitad de sus miembros están hoy imputados –Cifuentes, en tanto se sustancia el caso de la adjudicaci­ón a Arturo Fernández de la cafetería de la Asamblea, es de la otra mitad– indagó en su papel como presidenta de la Comisión de Garantías en los meses en los que cargos municipale­s de distintos ayuntamien­tos madrileños del PP, desfilaban por Génova advirtiend­o de ilícitos. Todos ellos depurados. Nunca sospechó nada, dijo Cifuentes. Y en el comité de campaña, tampoco: “yo solo movilizaba a los militantes del territorio”. Nunca vio una cuenta o una factura. Tampoco participó en confección de listas. Aseguró que el que haya corruptos en un partido no significa que un partido lo sea y, por si acaso, se dijo “avergonzad­a” por lo que ha pasado en el PP de Madrid.

Rifirrafe entre el presidente de la comisión y la diputada del PP, que usa el turno para criticar a los demás grupos

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EMILIA GUTIÉRREZ Beatriz Escudero, Cristina Cifuentes y Pedro Quevedo, presidente de la comisión

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