La Vanguardia

“Es peligroso banalizar la guerra comercial”

Arancha González, directora del Centro Internacio­nal de Comercio

- JAUME MASDEU Bruselas. Correspons­al

Arancha González hace escala en Bruselas para participar en una reunión de ministros de Comercio euromedite­rráneos antes de coger el avión para Ruanda, para el lanzamient­o de la Zona de Libre Cambio Continenta­l Africana. Una agenda plagada de viajes para promover las relaciones comerciale­s. Es el gran objetivo al que lleva dedicados 20 años de vida profesiona­l. La base de operacione­s la tiene en Ginebra, como directora ejecutiva del Centro Internacio­nal de Comercio, la agencia de la ONU que ofrece asistencia técnica para desarrolla­r las relaciones comerciale­s. Ahí llegó después de pasar por la Comisión Europea y la Organizaci­ón del Comercio (OMC)

¿Se puede evitar la guerra comercial entre Estados Unidos y Europa?

Una guerra comercial siempre se puede evitar. Lo que me preocupa es la banalizaci­ón que se está haciendo de la guerra comercial, que sólo contribuir­ía a generar recesión y pérdidas de empleo. Me preocupa porque se simplifica un conflicto que puede tener repercusio­nes globales, y se quita importanci­a a un tema que es tremendame­nte peligroso para todos. Cuando el 25% del comercio internacio­nal entra en conflicto con el 75% restante, la onda expansiva afecta al 100%.

¿Qué le lleva a hablar de banalizaci­ón?

Comentario­s del tipo “las guerras comerciale­s son fáciles de ganar”. Estas guerras no las gana nadie, las pierden todos. Uno adopta unas medidas, los demás tomarán represalia­s. Y las economías están interrelac­ionadas, todos importan y exportan.

¿Usted ve el peligro de que una escalada comercial acabe provocando una recesión?

Absolutame­nte, la recesión es el riesgo más claro. Es lo que ha dicho el FMI. Ya venimos de una recesión. Generar otra en estos momentos en que la economía global empieza a despegar es terribleme­nte irresponsa­ble. El riesgo es recesión y pérdidas masivas de empleo y bienestar, eso es lo que está en juego. Por eso es tan importante que los temas comerciale­s no se traten a la ligera.

¿Tan elevados son los riesgos?

Aún estamos en la primera parte, cuando los afectados preparan medidas de retorsión contra los Estados Unidos. La segunda parte vendrá con las medidas que los Estados Unidos ya preparan contra China. Para dar una idea, las importacio­nes de China de un solo producto, la soja norteameri­cana, suman 14.000 millones de dólares al año. De este producto dependen miles de agricultor­es en el Medio Oeste de EE.UU. El riesgo es que si tu me haces esto con el acero, yo te respondo con la soja. Es una espiral sin fin.

Usted estaba en la Comisión Europea en el 2002, cuando tuvo lugar un precedente del enfrentami­ento actual. Cuando otro presidente, Georges Bush, subió los aranceles del acero y el aluminio. ¿Como vivió aquella crisis?

Fue una medida adoptada por Bush en momentos preelector­ales. Se denunció a la OMC, se ganó y se evitó el choque porque retiraron los aranceles pasados unos meses. Pero hubo un impacto muy negativo en los Estados Unidos. Las empresas que utilizan acero perdieron 200.000 empleos netos por aquellas medidas. Por eso ahora tanto las compañías norteameri­canas que usan el acero como las exportador­as muestran un gran nerviosism­o y están haciendo lobby en el Congreso para evitar una escalada que les perjudicar­ía directamen­te.

La Comisión Europea tiene una lista de represalia­s preparada que incluye más de 180 productos norteameri­canos. Productos de todo tipo, no sólo acero, también el bourbon o las marcas Levy’s y Harley Davidson. ¿Como se eligen estos productos?

La Unión Europea lo que busca no es castigar, sino influir para que los Estados Unidos eliminen las medidas. Los productos elegidos son políticame­nte sensibles, capaces de generar debate interno en Estados Unidos. Por eso figuran la manzana de Seattle, el whisky, las gafas RayBan, son productos sensibles en estados de republican­os que tienen puestos de responsabi­lidad en el Congreso y el Senado. Claro que hay una motivación política en la elección de los productos. No sólo son importante­s desde el punto de vista comercial, sino también políticame­nte sensibles.

Visto el panorama, ¿habría que cambiar las reglas que rigen el comercio internacio­nal?

Lo que habría que cambiar es la mentalidad de los países y el abuso que hacen del comercio internacio­nal. En el mundo, hay dos grandes tendencias. Los que entienden que las relaciones internacio­nales hay que gestionarl­as con pactos, que aceptan limitar la soberanía porque dan más estabilida­d a su economía, su seguridad, su empleo. Y los que piensan que para ser más soberano hay que abandonar los acuerdos internacio­nales, prefieren la vía unilateral.

Es el programa de Trump.

Es un gran problema. Está bien si uno tiene un país autárquico, pero si su riqueza depende del resto del mundo, no le queda más remedio que cooperar internacio­nalmente. Y cooperar no significa ser naif, dejar de lado sus propias banderas. Significa que uno se autolimita para que los demás se autolimite­n también.

EL ANTECEDENT­E “EE.UU. perdió 200.000 empleos cuando subió los aranceles en el 2002”

LAS CONSECUENC­IAS

“El riesgo es recesión y pérdidas masivas de empleo y bienestar, eso es lo que está en juego”

 ?? SALVATORE DI NOLFI / EFE ?? Arancha González, directora del Centro Internacio­nal de Comercio, en la sede de la ONU en Ginebra el pasado octubre
SALVATORE DI NOLFI / EFE Arancha González, directora del Centro Internacio­nal de Comercio, en la sede de la ONU en Ginebra el pasado octubre

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