La Vanguardia

La importanci­a de la encina

- Quim Monzó

De aquí a un par de semanas –los días 7 y 8 de abril– el Partido Popular celebrará en Sevilla su convención nacional. Durante esos días el PP usará un nuevo logo sin los albatros (no gaviotas, como acostumbra a llamarlas la gente) que, si no me equivoco, arrastra desde los tiempos de Aznar. En vez de esa ave adoptará como símbolo la encina. Será un logo circunstan­cial, sólo para la convención, explica el coordinado­r general del partido, Fernando Martínez-Maillo, que detalla los motivos de haber escogido ese árbol: “Es el más robusto, lo aguanta todo, tiene raíces profundas; en su tronco poderoso está representa­da la fuerza de nuestros afiliados, y sus ramas se extienden, como nuestra organizaci­ón, por todos los rincones de España. Representa la apuesta por el futuro, la protección, la vida y la fuerza que proyecta el Partido Popular”.

Dice también que es “el árbol ibérico por excelencia”, frase discutible porque, aunque en la Península las encinas sean frecuentes, muchos otros países del Mediterrán­eo podrían decir tres cuartos de lo mismo. Cuando en los ochenta y los noventa se puso de moda entre los partidos utilizar árboles en sus logos –Convergènc­ia

Durante dos días de abril, en vez de dos albatros, el PP tendrá como logo una encina

Democràtic­a tenía uno con las cuatro barras como tronco–, en Italia el Partido Comunista se rebautizó como Partido Democrátic­o de la Izquierda y, como emblema, escogió precisamen­te una encina. Más allá de la familia botánica de las fagáceas, Romano Prodi lideró, aquellos mismos años, una coalición llamada El Olivo, que como símbolo tenía una ramita de ese árbol, con cinco hojas verdes la mar de monas.

Italo Calvino escribió una novela, El barón rampante, en que el barón en cuestión es un adolescent­e que discute con su padre porque no quiere comerse la sopa de caracoles. Cabreado, sale al jardín, se sube a una encina y jura no bajar a tierra nunca más, promesa que cumple hasta el final porque (atención: spoiler) cuando se siente viejo y moribundo se cuelga de un montgolfie­r que pasa por ahí y desaparece cielo allá. Pocas bromas con las encinas. En la antigüedad, griegos y romanos las considerab­an sagradas, símbolo de solidez y longevidad. Según Plinio, la encina más antigua de Roma –objeto de veneración religiosa desde los etruscos– estaba en la colina Vaticana, y no es por casualidad que la basílica de San Pedro se alce ahora en ese mismo lugar. Hasta la cruz donde clavaron a Jesús la hicieron de madera de encina. El beato Gil de Asís explica que el hijo de Dios la escogió porque fue el único árbol que entendió que su sacrificio (el del árbol) era tan necesario como el de él mismo (Jesús) para que pudiera llevar a cabo la misión que lo había llevado a la Tierra: la redención. (Imagino con deleite la charleta de Jesús con la encina y la respuesta final de esta: “Venga, va, que me corten para hacerte la cruz”.) Con todos esos referentes y el fervor de los afiliados, soy de la opinión que, antes de que C sin mole definitiva­mente a M. Rajoy, el PP debería dar el paso final: jubilar a los dos pajarracos y, más allá del congreso de Sevilla, dar la bienvenida definitiva a la encina, sea alcornoque o no.

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