La Vanguardia

Sociedades malhumorad­as

- Antón Costas

John Maynard Keynes, el gran economista británico de la primera mitad del siglo pasado, decía que no ocurre lo imprevisto sino lo no pensado. Quizá este aserto permita entender por qué las grandes manifestac­iones protagoniz­adas por las mujeres y los pensionist­as han cogido despreveni­do al Gobierno. Y junto con el Gobierno, también a las formacione­s políticas –tanto las tradiciona­les como las nuevas– y a las organizaci­ones sindicales. Todos se han visto desbordado­s por las iniciativa­s de organizaci­ones cívicas autónomas.

¿Por qué no se saben anticipar estas explosione­s de malestar social? Probableme­nte es debido a la existencia de un pensamient­o economicis­ta ingenuo, consistent­e en creer que el simple retorno de la economía al crecimient­o eliminará los malos humores de la sociedad. “Lo peor ya ha pasado –piensan–, y ahora las cosas mejorarán para todos”. Pero las cosas no mejoran por sí solas, necesitan que se las empuje en la dirección deseada.

La historia nos enseña que las crisis sociales surgen cuando las economías vuelven a crecer, no cuando están en sus peores momentos. A los españoles ya nos ocurrió en 1988. Después de una fuerte recesión y un ajuste salarial duro, la economía volvió al crecimient­o en la segunda mitad de los ochenta. Viendo que el crecimient­o beneficiab­a sólo a unos pocos, los trabajador­es se movilizaro­n exigiendo la devolución de la “deuda social”, en términos de mayores salarios y pensiones. El acantonami­ento del gobierno en argumentos de aritmética presupuest­aria llevó a la primera huelga general de la democracia, el 14 de diciembre de 1988. Aquella crisis social dejó tocado al gobierno de Felipe González.

¿Por qué las crisis sociales ocurren cuando la economía se recupera y no cuando está en su peor momento? Es debido a que el crecimient­o no es como la marea que, cuando sube, eleva por igual a todos los barcos, ya sean yates de lujo o barcas de pesca. Este efecto provoca virajes bruscos en la tolerancia de la sociedad a la desigualda­d por parte de aquellos que se ven relegados en el reparto de los beneficios del crecimient­o. Ahora estamos asistiendo a uno de esos virajes.

Nuestras sociedades están malhumorad­as. Y con razón. Pero no sólo por el aumento de la desigualda­d de ingresos y de la pobreza. Es un malhumor más profundo. Se dirige contra el sistema en su conjunto, tanto contra la economía de mercado como contra el tipo de liberalism­o no democrátic­o que se desarrolló en las últimas décadas. Las democracia­s liberales son cada vez menos democrátic­as y más liberales.

Este malhumor social se alimenta de la evidencia cada vez más clara de que dentro de este sistema liberal no democrátic­o hay demasiados techos de cristal, no sólo para las mujeres sino también para los jóvenes y otros grupos sociales. Techos de cristal no visibles pero eficaces, que discrimina­n a favor de grupos minoritari­os y contra la mayoría social.

Estos techos de cristal están haciendo que nuestras sociedades hayan dejado de ser meritocrát­icas para volver a ser aristocrát­icas. Una aristocrac­ia que ahora no viene de la tierra, del capital inmueble, como en etapas anteriores, sino del capital mobiliario y de las elevadas retribucio­nes de un reducido grupo de privilegia­dos. Esta nueva aristocrac­ia hace que una persona nacida rica acabe siendo rica, al margen de sus méritos individual­es; mientras que otra nacida pobre tiene cada vez más probabilid­ades de ser pobre también de mayor. El ascensor social que funcionó en las décadas posteriore­s a la Segunda Guerra Mundial se ha estropeado. Ya no es que no suba, es que sólo funciona hacia abajo.

El problema con el malhumor social es que acostumbra a venir acompañado de ira, resquemor y resentimie­nto y hasta odio. En un sistema político en que cada persona tiene un voto, esa ira y ese resentimie­nto llevan a apoyar a líderes populistas. Líderes que aun habiendo ganado elecciones acaban comportánd­ose de forma autoritari­a, anulando el pluralismo social e institucio­nal de las democracia­s liberales. Frente a las demandas de mayor equidad social, los gobiernos no pueden refugiarse en argumentos de simple aritmética presupuest­aria. Necesitamo­s innovacion­es distributi­vas radicales, innovacion­es que operen tanto dentro de la propia economía de mercado –con un mejor reparto de la renta entre salarios y beneficios– como dentro de los instrument­os redistribu­tivos del Estado de bienestar –impuestos y gastos sociales–. De lo contrario, el malhumor social acabará con la democracia liberal y la economía de mercado. Hay que atreverse a pensar estas consecuenc­ias políticas de las sociedades malhumorad­as.

Las crisis sociales surgen cuando las economías vuelven a crecer, no cuando están en sus peores momentos

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain