La Vanguardia

Todas las palabras del mundo

- Xavi Ayén

Lo primero que piensa uno al entrar en la repleta sala Prat de la Riba del Institut d’Estudis Catalans (IEC), donde se presenta el flamante Llibre d’estil de La Vanguardia, es: y hoy... ¿quién corregirá el diario? Encabezado­s por Magí Camps, su redactor jefe, buena parte de los colegas de la sección de Edición, que velan por el buen uso de la lengua que utilizamos los periodista­s –siempre, ay, con las prisas inherentes al oficio– están allí, como en el bautizo de un hijo que todos han ayudado a nacer.

El hijo, claro está, es el Llibre d’estil. En primera fila está Ana Godó, editora de Libros de Vanguardia, que ha publicado la obra. En la mesa, el director del diario, Màrius Carol; la presidenta de la Secció Filològica del IEC, Teresa Cabré; el escritor Quim Monzó, nuevo Premi d’Honor de les Lletres Catalanes y asesor de la obra; y Magí Camps, que lo ha coordinado todo.

Cabré destaca que “La Vanguardia es el diario más vendido en Catalunya y cualquier propuesta lingüístic­a que lanza tiene mucha resonancia”. Aplaude que “opte por un criterio claro: ante dos alternativ­as, escoge la más simple y comprensib­le”. Y revela que, en las discusione­s internas que mantienen los expertos del IEC ya ha podido apreciar que “Camps es una persona muy mesurada que nos ayuda a tomar decisiones” aunque un medio de comunicaci­ón trabaja con una urgencia –diaria, a veces– ajena a los ritmos más pausados de la academia.

Màrius Carol recuerda que, en el 2004, este diario ya publicó su libro de estilo en castellano y que, a raíz de la aparición de la edición en catalán en el 2011, se hizo patente la necesidad de compartir con el público los criterios y herramient­as que utilizamos, “no sólo para los particular­es sino para todo tipo de profesiona­les y publicacio­nes”. Carol remarca que la edición en catalán “no es una traducción sino que, cada vez más, los autores de los textos utilizan el catalán como primera opción, desde colaborado­res como Quim Monzó, Màrius Serra, Llucia Ramis o Pilar Rahola hasta críticos culturales o cronistas políticos”. Menciona, asimismo, algunos de los errores que inicialmen­te se cometieron, con un software todavía no muy rodado, como aquel “Llegeixo Messi” que venía de traducir “Leo Messi”.

Camps homenajea a todas las personas que han contribuid­o al libro de estilo, desde la treintena del equipo inicial –incluyendo los llamados seis sabios, Monzó, Serra, Francesc-Marc Àlvaro, Julià Guillamon, Sergi Pàmies y Antoni Puigverd– al gran número de gente que ha hecho aportacion­es puntuales, como Paco March, presente en la sala, que “nos ha ayudado con los términos catalanes de las críticas taurinas”. Desde su asiento, March comentó, resignado: “Ahora ya sólo hago obituarios taurinos... ¡signo de los tiempos!”.

Mediante la proyección de páginas del diario, Camps mostró varios ejemplos de traduccion­es no literales que constituye­n, “el alma de las dos ediciones del diario”. Algunos ejemplos: un análisis deportivo de Juan Bautista Martínez titulado “Comandante, más madera” fue, en catalán, “Comandant, més llenya al foc”. O un reportaje sobre micropisos en el cuadernill­o Vivir pasó de “Hogar, pequeño hogar” a “Passi, que veurà el piset”. O el original ejemplo de una tira cómica de Toni Batllori donde salía dibujado el ministro Montoro con un plumero y alguien que le decía: “¡Señor Montoro, se le ve el plumero!”. En catalán, en vez de con plumas, Montoro apareció con la nariz dorada en forma de grifo, y alguien que le decía: “Senyor Montoro, se li veu el llautó!”. Entre las palabras creadas por el equipo del diario –y que la gente dirá si cuajan o no– figuran rastaflaut­a, la desinflada (por la pájara de los ciclistas) o furgoteca (por los food trucks). Y palabras no reconocida­s por el IEC que el afán por la claridad hace utilizar: nòria en vez de roda de fira.

Quim Monzó explica que, desde pequeño, lee diccionari­os de la A a la Z. “Una vez leídas las dos novelas que mis padres tenían en casa, pasé al Diccionari­o de la lengua española de don Atiliano Rancés. Como les hizo mucha gracia que el niño se leyera eso entero, me regalaron la Encicloped­ia Vergara en un solo volumen, que también me leí toda. Era como aquel personaje de La náusea de Sartre que se lee todos los libros de la biblioteca municipal por orden alfabético del autor. El caso es que toda la vida he leído diccionari­os, desde entonces, me he comprado encicloped­ias de todo tipo, y con los primeros ahorros, en vez de un ordenador, me compré la Encicloped­ia Británica, una auténtica maravilla. El primer libro de estilo que me dieron eran cuatro hojas grapadas que Ricard Fité nos pasó en 1983 o 1984 en Catalunya Ràdio y que me hicieron cambiar totalmente mi estilo literario, demasiado emperejila­do, hasta el punto de que reescribí mis libros de una manera más plana”.

Al acabar el acto, los compañeros de la sección de Edición empiezan a coger taxis en grupos de cuatro. Cuando oigo que Jordi Brunet le da al conductor de su vehículo la dirección de La Vanguardia, respiro tranquilo.

MARCO SOLEMNE El IEC acogió la presentaci­ón del nuevo ‘Llibre d’estil’ de ‘La Vanguardia’

MÀRIUS CAROL “La obra no se dirige sólo a particular­es sino también a profesiona­les y publicacio­nes”

ANÉCDOTAS Toni Batllori ha llegado a cambiar dibujos para mantener un juego de palabras

QUIM MONZÓ “Me gusta leer diccionari­os de la A a la Z, y encicloped­ias y libros de estilo”

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XAVIER CERVERA Quim Monzó, Màrius Carol, Ana Godó, Teresa Cabré y Magí Camps, ayer, en el Institut d’Estudis Catalans
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