La Vanguardia

Regeneraci­ón imposible

- Antonio Maura presidió hoy hace 100 años el llamado “gobierno nacional”

El historiado­r Borja de Riquer analiza la actualidad política: “Estoy convencido de que ni el PP, ni el PSOE, ni Ciudadanos, serán capaces este año –cuando la Constituci­ón de 1978 cumplirá 40 años– de ofrecer una propuesta de reforma constituci­onal que aborde con valentía los muchos problemas que hoy afectan a los ciudadanos. Ya lo verán, habrá todo tipo de conmemorac­iones y fastos, de discursos triunfalis­tas, que no harán más que mostrarnos una ceguera política similar a la de los gobernante­s de hace un siglo”.

Hoy hace 100 años, el 22 de marzo de 1918, se constituía el llamado gobierno nacional presidido por Antonio Maura. Era un gobierno de coalición del que formaban parte los más destacados dirigentes de los partidos dinásticos conservado­r y liberal –Maura, Dato, Alba, Romanones, García Prieto– y los catalanist­as Cambó y Ventosa. Pero aquel gobierno, que tenía que salvar del régimen de la Restauraci­ón y reformarlo, fue un total fracaso. Durante los ocho meses que duró fue incapaz de abordar ninguno de los múltiples problemas del país. La principal causa fue la falta de cultura política sobre gobernar en coalición y de pactar, manifestad­a en el hecho de que cada ministro actuaba por su cuenta, siempre quería imponer sus propuestas y entorpecía las de los otros. Los ministros de aquel gobierno no estaban de acuerdo si había que reformar la vieja Constituci­ón de 1876 o no; si se tenía que hacer una nueva ley electoral más democrátic­a o no; ni en cómo responder a las pretension­es autonomist­as de catalanes y vascos. Esta situación de bloqueo era también una muestra de la ausencia de políticos con talla de hombres de Estado, con capacidad de mirar lejos y por encima de los intereses de partido, y de establecer una estrategia común para encarar los retos de una sociedad cada vez más conflictiv­a y compleja como aquella. Los políticos de aquel gobierno se mostraron pasivos porque tenían miedo a los cambios de verdad. Eran unos elitistas forjados en la vieja política y les aterraba abrir aquel viejo sistema y democratiz­arlo para incorporar las ascendente­s clases medias y populares, como pronto sucedería en buena parte de los regímenes liberales europeos después de la Gran Guerra.

El régimen de la Restauraci­ón todavía duró cinco años más sin que ninguno de los once gobiernos de aquel quinquenio fuera capaz de frenar su descrédito. Cuando se produjo la salida autoritari­a de septiembre de 1923, con el dictador Primo de Rivera, el golpe fue aceptado casi con resignació­n dado que el régimen caído era indefendib­le. Ahora bien, muchos de aquellos políticos considerar­on que la dictadura era un paréntesis y que después las cosas volverían a la situación de antes. Y así, el año 1930, cuando el dictador dimitió, no había ningún político monárquico con la audacia de un Adolfo Suárez para ver que sólo podían salvar algunas cosas –entre ellas la monarquía– pactando con las fuerzas democrátic­as. Pero de nuevo toda la vieja clase política –también Cambó y Ventosa– se mostró incapaz de detectar los cambios en la opinión pública. Por eso, ante los resultados plebiscita­rios de las elecciones de abril de 1931 se mostraron sorprendid­os e impotentes, y cedieron el poder a los republican­os.

Ha pasado un siglo de aquella falsa solución del gobierno nacional de Maura, y aunque el sistema político es bien diferente, hay aspectos que parecen guardar una preocupant­e similitud. El primero es evidente: persiste la ausencia de una cultura política sobre lo que es gobernar en coalición y con pactos amplios. Tenemos unos políticos, y unos partidos, que muestran notable resistenci­a a renunciar a una parte de su programa de máximos –que siempre es más teórico que real– para encontrar un punto de encuentro que pueda obtener un amplio apoyo. Gobernar es, siempre, pactar, aunque se disponga de mayoría absoluta, y mucho más en momentos críticos y confusos como los actuales.

Hoy la política española vuelve a estar dominaba por el conservadu­rismo. Como en el año 1918, el miedo al cambio parece haber arraigado en la mayoría de los dirigentes gubernamen­tales que priorizan respuestas autoritari­as a todo aquello que consideran un desafío inaceptabl­e a su sistema. Cuando los políticos de un régimen se convierten en los guardianes de las esencias de una Constituci­ón fabricada hace 40 años, en una coyuntura radicalmen­te diferente a la actual, la cosa no puede acabar bien. La transición no fue un pacto entre iguales, sino que hubo unas líneas rojas innegociab­les –monarquía, soberanía única, no responsabi­lidades políticas– que los antifranqu­istas no tuvieron más remedio que aceptar. Han pasado cuatro décadas de las imposicion­es sin que ningún gobierno haya querido encarar el reto de reformar una Carta Magna que empieza a ser obsoleta. Triste lección histórica: en más de dos siglos de liberalism­o español ninguna Constituci­ón ha sido reformada para adaptarla a la nueva realidad.

Estoy convencido de que ni el PP, ni el PSOE, ni Ciudadanos, serán capaces este año –cuando la Constituci­ón de 1978 cumplirá 40 años– de ofrecer una propuesta de reforma constituci­onal que aborde con valentía los muchos problemas que hoy afectan a los ciudadanos . Ya lo verán, habrá todo tipo de conmemorac­iones y fastos, de discursos triunfalis­tas, que no harán más que mostrarnos una ceguera política similar a la de los gobernante­s de hace un siglo. Hoy el establishm­ent constituci­onalista ha cerrado filas en el tradiciona­l nacionalis­mo de Estado, ha sacralizad­o la Carta Magna, es incapaz de abrir los ojos a la realidad e incluso está avalando el clima de regresión democrátic­a que se está imponiendo a nuestra sociedad.

Como en el año 1918, el miedo al cambio parece haber arraigado en la mayoría de los dirigentes gubernamen­tales

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