La Vanguardia

SOS cristianos

- Pilar Rahola

Finalmente, el trabajo de investigac­ión que hacía años que preparaba sobre las persecucio­nes que sufren comunidade­s cristianas ancestrale­s ha llegado a las librerías. Aunque estamos cerca de Sant Jordi y el azar nos ha llevado a publicarlo ahora, no es un libro con vocación de fiesta, ni querría tener la vida efímera propia de la lectura fugaz.

Y no por estúpida (e inútil) vanidad personal, sino porque la denuncia que plantea tiene voluntad de arañar conciencia­s. No es un libro, es un martillazo que querría repicar en un mundo que ha decidido mirar a otro lado. No hay que decir que no es el primer libro que denuncia la situación –otros hace años que avisan de esta tragedia–, ni será el último, porque la tozuda realidad obligará a subir la voz muchas veces. Pero es un grano de arena para intentar sacar el velo que esconde el dolor de millones de personas, violentada­s, perseguida­s y asesinadas por su fe.

Es incomprens­ible que una persecució­n tan sistemátic­a, letal y pública sea tan ignorada y silenciada, como si no pasara en nuestro mundo y en nuestro tiempo. Y ha sido esta indiferenc­ia dolorosa la que me ha animado a escribir el libro. Me han hecho la pregunta muchas veces: ¿por qué? Es decir, ¿qué hace

¿No somos precisamen­te los no creyentes, al margen de esta persecució­n, los que tenemos que alzar la voz?

una chica como tú, que no es creyente, preocupánd­ose por los caldeos iraquíes asesinados por el Daesh, o por los coptos egipcios asediados por el fundamenta­lismo islámico, o por las antiquísim­as comunidade­s cristianas, originaria­s del siglo I –del tiempo de santo Tomás–, que ahora están siendo violentada­s por el intolerant­e concepto del hindutva, que considera que sólo son indios los hindúes? Y la respuesta se convierte en una pregunta que formulo a todos los interlocut­ores que me lo plantean: ¿no somos precisamen­te los no creyentes, que no sufrimos este asedio contra una fe, los que tenemos que alzar la voz? Es evidente que yo, ni nadie como yo, no podría escribir nunca un libro de trascenden­cia espiritual, ni podría describir la aventura personal de la creencia religiosa. No estoy dotada de este don. Pero este libro no es un libro de los cristianos, sino una defensa encarnizad­a –con datos escalofria­ntes– de los derechos humanos.

Hoy, en el mundo, hay millones de personas –sí, ¡millones!– que son brutalment­e perseguida­s por creer en Cristo, hasta el punto de que muchas de ellas tienen que vivir su fe en las catacumbas, aparte de ser miles las que finalmente mueren. El siglo XXI vuelve a ser, después de dos mil años, un siglo de mártires y este hecho, que en el cristianis­mo tiene un sentido religioso, en el resto del mundo tendría que ser un relato de denuncia ética, democrátic­a, humanitari­a. Y sin embargo, ni los católicos, ni los protestant­es occidental­es, que tendrían que sentir la proximidad de la fe, ni el resto de la gente lo consideram­os una preocupaci­ón inmediata. Están muriendo en el siglo XXI para creer a Jesús. Los cristianos son víctimas. Los que callamos compartimo­s la culpa de los verdugos.

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