La Vanguardia

Testimonio­s

- Laura Freixas

Yo tuve cáncer. Fue horrible... me extirparon el útero... creí que tendría que renunciar al sueño de mi vida: ser madre... Por suerte, una mujer maravillos­a, rusa, me hizo el mayor regalo que se puede hacer a una persona. Gestó y dio a luz a mi hija... Quiero decir aquí su nombre: se llama Svetlana. Y no lo hizo por dinero, no, ella no lo necesita, ella trabaja en un banco. Lo hizo por amor, ¡y nunca se lo agradeceré lo bastante!”.

El debate sobre gestación subrogada, organizado por Juezas y Jueces para la Democracia, había sido acalorado. La intervenci­ón de esa mujer del público lo cortó en seco, sumiéndono­s en un respetuoso silencio.

Testimonio­s como ese proliferan últimament­e. Padres de adolescent­es asesinadas, jubiladas que con su exigua pensión ayudan a sus nietos, herederas que tienen que malvender el piso familiar para pagar a Hacienda... Sus historias ponen cara a las ideas y humanizan las cifras.

¿Seguro? ¿Humanizan las cifras? ¿O más bien las disfrazan? Los testimonio­s nos impresiona­n tanto, que no nos paramos a cuestionar su representa­tividad. En los debates sobre gestación subrogada, por ejemplo, se oye mucho a padres blancos, occidental­es y de clase media, pero no a gestantes indias o ucranianas. Y en vez de enriquecer el debate, las historias personales terminan sustituyén­dolo. “Largo es el camino de la enseñanza por medio de teorías, pero breve y eficaz mediante ejemplos”, escribió Séneca, y parece que los políticos han aprendido demasiado bien esa lección. Embargada por las emociones, la ciudadanía olvida preguntars­e fríamente: las pensiones de los mayores, ¿son la mejor manera de abordar la pobreza infantil? Eliminar el impuesto de sucesiones, ¿cómo afecta a la (des) igualdad? La dureza en las penas ¿disminuye la delincuenc­ia? De eso deberíamos estar hablando. Pero en vez de estudios y estadístic­as, la prensa, radio y televisión nos sirven funerales y bufandas.

Con todo respeto y compasión para quienes sufren, es hora de decir: ya está bien. Basta ya de visceralid­ad, de sucesos, de lágrimas. Queremos datos, raciocinio, argumentos.

En cuanto a la historia de la mujer con cáncer, al salir me comentó una amiga: “Qué curioso, en otro debate en el que estuve, otra mujer salió a contar su historia, y era exactament­e la misma. Hasta el detalle de que la gestante se llama Svetlana y trabaja en un banco...”.

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