Messi y el aficionado feroz
Al aficionado al fútbol lo han convertido en consumidor de televisión, exigente y despiadado, del que no cabe esperar indulgencia en años de Mundial. Primero, le volvieron loco con los cambios de horarios. Si la Iglesia Católica hubiese tratado así a los fieles, si las misas de 12 del domingo se oficiasen los lunes por la noche o el sábado a la hora del vermut, con todo el respeto: ni Dios iría a misa.
El aficionado empezó a sentirse ninguneado. El muy cándido se creía que el asiento que él y –muy a menudo– sus antepasados habían pagado religiosamente mediante abonos les daba derecho a opinar. Se creían alguien. Si alguien tenía alguna duda: las televisiones exigen que los estadios tengan un mínimo de extras, no sea que las gradas vacías desagraden al espectador de sofá o la barra de un bar de Hanoi.
Sucedió lo mismo con los colores. Sentir los colores, sudar la camiseta...Pero, ¿de qué colores y camisetas hablamos si hay clubs que disputan finales o partidos de la máxima rivalidad con una indumentaria que se renueva cada año por imperativo comercial?
A base de infidelidades, el aficionado al fútbol se ha convertido en lo que los clubs y empresas han determinado: un consumidor de plataformas digitales cínico, que ve normal no pisar el Camp Nou en todo el año a pesar de que juega el mejor del mundo y no hasta la eternidad. Ve normal verlo por la pantalla, como si viviese en Hong Kong y no en o cerca de Barcelona.
El sentimentalismo ha desaparecido con
El fútbol no quiere aficionados, quiere consumidores televisivos y estos exigen: de lejos, donde les han colocado, los futbolistas son actores
este incumplimiento unilateral del pacto entre los clubs y sus leales seguidores, que ya ni siquiera son imprescindibles para animar en las grandes ocasiones. Los clubs han orquestado “animadores profesionales”, grupos singulares donde conviven meros hinchas con tipos a los que uno no le gustaría cruzarse de madrugada. El mensaje refuerza el distanciamiento: ni siquiera necesitamos al aficionado para jalear, ya pagamos a quien nos quiera. ¡Será por dinero!
El aficionado azulgrana, como el de la Balompédica Linense, ha pasado del desengaño al despotismo: Messi no nos vuelvas lesionado de los dos amistosos con Argentina. Ni se te ocurra. Ya no somos los de antes, dispuestos a comprender como se comprendía en las familias antiguas. Han convertido el fútbol en un espectáculo lucrativo. Vamos a jugar, pues, con las nuevas reglas. Nada de comprensión en años bisiestos o días alternos: exigimos un Messi triunfal con el Barça, un Messi triunfal con Argentina. Lo queremos todo. Gusta una temporada con Mundial. Mucho. Pero que las figuras no fallen nunca, ni se quemen con tantos compromisos. Vistos por televisión los futbolistas son actores.
De lejos, donde nos han situado, ya no los vemos humanos.