La Vanguardia

Messi y el aficionado feroz

- Joaquín Luna

Al aficionado al fútbol lo han convertido en consumidor de televisión, exigente y despiadado, del que no cabe esperar indulgenci­a en años de Mundial. Primero, le volvieron loco con los cambios de horarios. Si la Iglesia Católica hubiese tratado así a los fieles, si las misas de 12 del domingo se oficiasen los lunes por la noche o el sábado a la hora del vermut, con todo el respeto: ni Dios iría a misa.

El aficionado empezó a sentirse ninguneado. El muy cándido se creía que el asiento que él y –muy a menudo– sus antepasado­s habían pagado religiosam­ente mediante abonos les daba derecho a opinar. Se creían alguien. Si alguien tenía alguna duda: las television­es exigen que los estadios tengan un mínimo de extras, no sea que las gradas vacías desagraden al espectador de sofá o la barra de un bar de Hanoi.

Sucedió lo mismo con los colores. Sentir los colores, sudar la camiseta...Pero, ¿de qué colores y camisetas hablamos si hay clubs que disputan finales o partidos de la máxima rivalidad con una indumentar­ia que se renueva cada año por imperativo comercial?

A base de infidelida­des, el aficionado al fútbol se ha convertido en lo que los clubs y empresas han determinad­o: un consumidor de plataforma­s digitales cínico, que ve normal no pisar el Camp Nou en todo el año a pesar de que juega el mejor del mundo y no hasta la eternidad. Ve normal verlo por la pantalla, como si viviese en Hong Kong y no en o cerca de Barcelona.

El sentimenta­lismo ha desapareci­do con

El fútbol no quiere aficionado­s, quiere consumidor­es televisivo­s y estos exigen: de lejos, donde les han colocado, los futbolista­s son actores

este incumplimi­ento unilateral del pacto entre los clubs y sus leales seguidores, que ya ni siquiera son imprescind­ibles para animar en las grandes ocasiones. Los clubs han orquestado “animadores profesiona­les”, grupos singulares donde conviven meros hinchas con tipos a los que uno no le gustaría cruzarse de madrugada. El mensaje refuerza el distanciam­iento: ni siquiera necesitamo­s al aficionado para jalear, ya pagamos a quien nos quiera. ¡Será por dinero!

El aficionado azulgrana, como el de la Balompédic­a Linense, ha pasado del desengaño al despotismo: Messi no nos vuelvas lesionado de los dos amistosos con Argentina. Ni se te ocurra. Ya no somos los de antes, dispuestos a comprender como se comprendía en las familias antiguas. Han convertido el fútbol en un espectácul­o lucrativo. Vamos a jugar, pues, con las nuevas reglas. Nada de comprensió­n en años bisiestos o días alternos: exigimos un Messi triunfal con el Barça, un Messi triunfal con Argentina. Lo queremos todo. Gusta una temporada con Mundial. Mucho. Pero que las figuras no fallen nunca, ni se quemen con tantos compromiso­s. Vistos por televisión los futbolista­s son actores.

De lejos, donde nos han situado, ya no los vemos humanos.

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