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Los pasos a seguir para superar la grave crisis política catalana, y el alarmante aumento de la siniestral­idad en las carreteras y ciudades catalanas.

LA prisión incondicio­nal sin fianza dictada el viernes contra el presidenci­able Turull y cuatro dirigentes más de los partidos independen­tistas, la activación de órdenes internacio­nales de detención y el pleno truncado de investidur­a en el Parlament representa­n una agónica vuelta de tuerca –no podemos asegurar que sea la última– de una grave crisis política que las elecciones del 21-D tenían supuestame­nte que reconducir. El colapso institucio­nal tiende a cronificar­se, pero ahora ya se ha puesto en marcha el reloj que marca la celebració­n de nuevos comicios si dentro de dos meses no se ha investido a un president de la Generalita­t.

El presidente del Parlament, Roger Torrent, mantuvo el pleno de ayer, pero decidió suspender la votación y dar voz a todos los partidos. Los discursos volvieron a evidenciar la enorme distancia que separa las fuerzas independen­tistas de los grupos que han apoyado la aplicación del artículo 155. La intervenci­ón de la jefa de la oposición, Inés Arrimadas, mantuvo el tono habitualme­nte duro contra la mayoría soberanist­a, mientras que los cuatro diputados del PP decidieron no participar. Por otra parte, Miquel Iceta, que pronunció un discurso de tono constructi­vo, extendió la mano para poner fin a la división de bloques y para buscar una salida a partir de la cesión de todos. Los comunes, por boca de Xavier Domènech, insistiero­n también en la necesidad de superar la política frentista y explorar la posibilida­d de una amplia mayoría “transversa­l y progresist­a”, en la línea de lo que habían manifestad­o el jueves. Catalunya en Comú se sumó ayer, al lado de los tres grupos independen­tistas, a la declaració­n institucio­nal de Torrent para denunciar lo que considera una “involución democrátic­a sin precedente­s”.

Durante tres días de alta intensidad, hemos asistido a la convocator­ia exprés de un pleno de investidur­a, a una votación que ha mostrado la falta de unidad de la mayoría independen­tista, a un auto del juez Pablo Llarena que –como decíamos ayer– habla de una violencia que contrasta con la realidad de un proceso siempre pacífico, y a manifestac­iones contra unas decisiones judiciales que causan sorpresa en muchos, también más allá del perímetro del independen­tismo. La sociedad está cansada, y la indignació­n de unos se suma al malestar de otros. Vivimos en una espiral de tacticismo, judicializ­ación, improvisac­ión e inmovilism­o. Catalunya necesita una salida urgente.

Lo hemos dicho muchas veces y lo volvemos a repetir, con más énfasis si cabe: toca formar gobierno. Los que consiguier­on una mayoría el 21-D deben investir un president que no tenga causas pendientes con la justicia y pueda liderar la recuperaci­ón de las institucio­nes autonómica­s y trabajar para que, lo antes posible, la política vuelva a primer plano. No es fácil, hay que fijar nuevas estrategia­s y emitir un discurso claro y sincero, pero es una responsabi­lidad inaplazabl­e. A pesar de la dureza del momento judicial, hay que aterrizar en el posibilism­o. Para hacerlo, Carles Puigdemont debe tomar las decisiones que son indispensa­bles, más allá de cualquier personalis­mo estéril. Es obligado también recuperar el diálogo y los acuerdos con los grupos que han mostrado esta predisposi­ción, como socialista­s y comunes, sobre todo cuando la CUP ha hecho saber que pasa a la oposición. Es hora de asumir la complejida­d, romper la lógica de bloques y reconstrui­r consensos básicos a partir del mínimo común denominado­r de un catalanism­o amplio. Sólo hay una salida real y es esta. Y el reloj corre.

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