La Vanguardia

Esto no es América

- Llucia Ramis

Recibo una llamada: “¿Quieres ir a la conferenci­a de Jordi Graupera?”. Sé que no quedan entradas, y eso que el teatro Victòria tiene 1.200 localidade­s. Lo pueden arreglar. Veinte minutos antes de empezar, ya está lleno. Afuera, muchos hacen cola para la segunda sesión, dentro de más de una hora. Rondan la edad de mis padres o del ponente, insultante­mente nacido en los ochenta. Llevan lazos amarillos, bolsas con la palabra BIO, se diría que son oyentes de RAC1, hacen enoturismo y susurraría­n en un restaurant­e de Copenhague: “Mira, los de la mesa de al lado son catalanes”.

Hace años que conozco a Graupera y, con cariño malicioso, entre los amigos hacemos eso tan nostrat y cruel de vaticinarl­e lo último que le deseamos: que lo suyo será como un Ordre i Aventura 2, aquel intento por presidir el Ateneu Barcelonès de Bernat Dedéu, ahora en primera fila con Anna Punsoda. Mucho revuelo, y luego... No es que no confiemos, nos decimos unos a otros, y ya era hora de que alguien se atreviese; pero el público no está preparado.

En Barcelona siempre tienes que renunciar a ti mismo, empieza Graupera. En cambio, en las sociedades libres, para tener éxito debes afirmar quién eres. Mítico sueño americano. Propone las primarias independen­tistas como quien presenta el nuevo iPhone, con la imagen de la web detrás, que enseguida recoge firmas. Suelta cuñas que hacen crujir la butacas, como: “El catalanism­o ha muerto”. Tiene momentos brillantes, otros patriótico-liberales muy yankis. Pero lo más llamativo es que sorprenda su oratoria. Ningún político habla tan bien como Graupera. Y eso le pasará factura, comentamos después, mientras le esperamos en La Confitería con un old fashioned y unas cervezas.

Cuando llega, le felicitamo­s. Y acto seguido, antes de dejarle celebrar nada, ya le ponemos un montón de pegas: hoy no era el día para hablar del tranvía y las guarderías. Y la performanc­e del cartucho de la pelota de goma, como si vinieras de Vietnam... ¡No nos va la sensiblerí­a, por más que Netflix nos inyecte puritanism­o en vena! Recuerda que el votante de Barcelona es como el socio del Barça: nunca sabes por dónde te saldrá.

Graupera augura que se le echarán encima porque ha declarado una guerra sin ejército. Husmearán en su pasado, cree, le sacarán los trapos sucios. “¡Que esto no es América!”, le dice alguien. Antes intentarán aprovechar­le o aprovechar­se de él, fingiendo que le ignoran. Y si se les hace grande, entonces sí, lo decapitará­n.

Porque el sistema es como es, aunque tantos catalanes intenten aplicar aquí lo que han visto y vivido al otro lado del Atlántico (en su caso desde la Universida­d de Princeton). Sea como sea, ha alquilado un teatro. Y lo ha llenado dos veces seguidas. Es sintomátic­o con respecto a la ciudad; un buen barómetro. Con respecto a él, nadie puede negar su talento, su voluntad, y que tiene un par.

Graupera augura que se le echarán encima porque ha declarado una guerra sin ejército

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